Pudo Ver Su Muerte: El Más Allá Revelado

Pudo Ver Su Muerte: El Más Allá Revelado

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Viviendo entre los muertos: Confesiones de una tanatóloga

En los cuartos fríos, mejor conocidos como morgues, la muerte no siempre está en silencio. Existen personas que trabajan entre cuerpos inmóviles, y algunas de ellas aseguran que no todos permanecen quietos. Ruidos imposibles, suspiros en medio del vacío y sombras que se mueven de formas inexplicables. Hoy nos adentramos en el mundo de una mujer con más de veinte años de experiencia preparando cuerpos para su último adiós. Pero lo que ha visto y lo que ha sentido mientras trabaja no pertenece a este mundo. Prepárense para escuchar lo que ocurre cuando la línea entre la vida y la muerte se desvanece por completo.

Jennifer Gómez es una profesional certificada como tanatóloga y disectora por el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses de su país. Posee especializaciones en tanatoestética, reconstrucción facial y manejo terapéutico del duelo. Su formación no se detiene en lo académico; también se ha preparado en disciplinas energéticas y espirituales. Sin embargo, mucho antes de que los títulos y las certificaciones llegaran a su vida, ella ya poseía una conexión innata con el mundo espiritual, ese lugar de trascendencia al que todos, eventualmente, llegaremos.

El Llamado de la Muerte

Desde muy pequeña, Jennifer sintió un llamado, una vocación que la impulsaba a comprender lo que yace más allá del final de la vida. Sabía que enterrar un cuerpo no era el fin de la historia; intuía que la esencia de una persona, aquello que nos hace humanos, continuaba existiendo de alguna forma. No era solo el cuerpo, sino algo más, y ella podía sentirlo.

Una de las primeras anécdotas que marcan su camino proviene de un relato de su madre. Con apenas cuatro o cinco años, durante un velorio, la pequeña Jennifer se arrodilló debajo del ataúd. Pronunciaba palabras ininteligibles para los adultos y, en un acto que dejó a todos perplejos, se bebió por completo el vaso de agua que tradicionalmente se coloca para el difunto. Ella no recuerda este evento, pero parece ser el presagio de una vida dedicada a la comunicación con el otro lado.

El primer recuerdo consciente de su don se manifestó cuando tenía unos ocho años. Caminaba con su padre cuando un amigo de él se les acercó, le acarició la cabeza y los saludó. Jennifer, extrañada, le preguntó a su padre por qué no había saludado a su amigo. Su padre, confundido, le respondió que nadie había pasado junto a ellos. Ella insistió, nombrando al hombre. Siguieron caminando un par de cuadras más, solo para encontrarse con una multitud reunida. En el centro de la conmoción yacía el cuerpo sin vida de aquel mismo amigo. Se había despedido de ella momentos después de fallecer.

Esta habilidad para percibir lo invisible no se limitaba a ver a los que ya habían partido. Jennifer también desarrolló la capacidad de saber cuándo alguien estaba a punto de morir, una premonición que se manifestaba principalmente a través de sus sueños.

Un ejemplo reciente ilustra esta capacidad. Soñó que una persona cercana, casi un familiar, la invitaba a una fiesta. El suelo estaba cubierto de cucarachas y, a través de una ventana, veía a este hombre, vestido con un traje negro, bailando. Él la instaba a unirse, pero ella se negaba por miedo a tropezar con los insectos. Jennifer supo de inmediato que era un mal augurio. Consultó sus cartas de tarot angelical, que confirmaron sus temores: una muerte trágica, por accidente o riña, se cernía sobre alguien en esa fiesta. Comunicó su premonición a otros familiares y, un mes después, el hombre del sueño falleció a causa de una disputa. El traje negro y los insectos eran símbolos inequívocos de la muerte y la descomposición.

En otra ocasión, soñó con una conocida que la invitaba a su fiesta, donde todos vestían de negro, excepto ella, que llevaba una blusa blanca. En el sueño, un hombre alto, con sombrero y abrigo negros, la sacaba a bailar. Ocho días después, la mujer falleció. Al hablar con la familia, le contaron que padecía cáncer y que se la habían encomendado a San Gregorio. La descripción del hombre del sueño coincidía con la iconografía del santo, quien había venido a llevársela.

Una Profesión Destinada

El camino para convertir su don en una profesión no fue sencillo. Sin recursos económicos para costear una carrera tan especializada, Jennifer pasó una semana entera parada frente a la puerta del Instituto de Medicina Legal, llorando de impotencia al ver entrar y salir los cuerpos, anhelando estar allí dentro, aunque fuera para limpiar los suelos. Su persistencia llamó la atención. Un alto funcionario del instituto se le acercó y, al ver su inquebrantable determinación, le ofreció una oportunidad.

Había una especialización en curso, muy selectiva, pero su pasión era evidente. Aunque le informaron que debía pagar, Jennifer no se desanimó. Se inscribió, sin tener idea de cómo cubriría los costos, y se sumergió en sus estudios con una dedicación absoluta. La preparación fue intensa; en ocasiones, el exceso de trabajo y el peligro de la zona la obligaban a ella y a sus compañeros a dormir en la propia morgue.

Llegó el día de la graduación y, para su sorpresa, le entregaron un documento que certificaba que no tenía ninguna deuda pendiente. Cuando preguntó cómo era posible, le dijeron que ella misma había pagado. Ella no tenía el dinero ni recordaba haber hecho ningún pago. Para Jennifer, fue una señal divina, la confirmación de que ese era su camino. Siente que, de alguna manera, una fuerza superior, quizás manifestada como un doble de sí misma, saldó su deuda para que pudiera cumplir su misión.

Su primera experiencia directa con un cuerpo fue la de una joven de unos 25 años, extremadamente delgada, que había fallecido por causas desconocidas. La familia sostenía que su exnovio le había hecho brujería. Aunque jurídicamente esto no era una causa de muerte válida, lo que sucedió en la sala de disección desafió toda explicación lógica. Al realizar la primera incisión, el cuerpo, que apenas pesaba 40 kilos y estaba en un estado de desnutrición severa, explotó, liberando una cantidad de líquido tan inmensa que bañó a todos los presentes. Era físicamente imposible que un cuerpo tan pequeño y deshidratado contuviera tal volumen de fluido. El diagnóstico oficial fue paro cardiorrespiratorio por broncoaspiración, pero para Jennifer, fue la prueba irrefutable de que existen fuerzas oscuras y que la brujería es real.

El Lenguaje Silencioso de los Cuerpos

Con más de veinte años de experiencia, Jennifer ha aprendido que cada cuerpo tiene una energía distinta. Puede sentir si el alma que lo habitó fue rebelde, tranquila o si arrastraba una carga kármica pesada. Las personas que cometieron actos terribles en vida, como homicidios, irradian una energía negativa que ella puede percibir claramente.

El alma, explica, permanece cerca del cuerpo después de la muerte, especialmente en casos de fallecimientos violentos o inesperados. El espíritu no asimila que ya no pertenece a ese «estuche», como ella lo llama. Están confundidos, ven lo que sucede con su cuerpo, ven el dolor de su familia y no entienden por qué están allí. Esta confusión se manifiesta de formas físicas y energéticas. Cuando Jennifer se dispone a trabajar, a veces el bisturí sale volando de su mano o la máquina inyectora deja de funcionar. Es el espíritu gritando en silencio: No me hagas esto, todavía estoy vivo, me va a doler.

En esos momentos, la empatía es su herramienta más poderosa. Les habla como si estuvieran vivos, les explica con calma que ya no pertenecen a este plano, que su familia los espera para despedirse y que necesitan su permiso para preparar su cuerpo. Los acaricia, les transmite tranquilidad y les pide que la ayuden a hacer su trabajo.

Una de las historias más tiernas que recuerda es la de un niño que falleció de cáncer. Mientras preparaba su cuerpo, se distrajo un momento y, al volver, la bolsa con la ropa que su madre había dejado había desaparecido. En el laboratorio solo estaban ella y el cuerpo del niño sobre la mesa. Sin sentir miedo, comenzó a hablarle, pidiéndole que le devolviera la ropa para poder vestirlo. Al no encontrarla, tuvo que informar a la madre. La mujer, con una calma sorprendente, le dijo que no se preocupara. Su hijo siempre había sido juguetón y le encantaba esconder cosas, pero solo lo hacía con las personas que le caían bien. Le aseguró que la ropa aparecería. Jennifer regresó al laboratorio y, efectivamente, la bolsa de ropa estaba de vuelta, no donde la había dejado, pero allí estaba.

No todas las interacciones son tan dulces. El caso de un vigilante que murió en un accidente de moto fue particularmente difícil. El espíritu estaba increíblemente reacio. El cuerpo se puso rígido, las agujas se rompían, el bisturí se partía y ella sentía un peso abrumador en la espalda y un dolor agudo en las piernas. La energía era densa y hostil. Salió de esa preparación completamente agotada. Esa noche, soñó con la verdad detrás del accidente. Vio cómo el jefe del joven lo había obligado a doblar turno, cómo el cansancio le provocó un microsueño al volante y cómo se estrelló. Al día siguiente, le contó el sueño a la madre del vigilante. Gracias a esa información, la familia pudo iniciar una investigación que confirmó los hechos y obligó a la empresa a asumir su responsabilidad. El espíritu, en su rebeldía, le había mostrado la injusticia que lo llevó a la muerte.

Secretos Revelados desde el Más Allá

En ocasiones, los muertos no solo buscan justicia, sino que también intentan resolver asuntos pendientes en el mundo de los vivos. Mientras preparaba el cuerpo de un hombre mayor, Jennifer sintió una comunicación mental clara. El hombre le pedía que le dijera a su hija menor que buscara una caja en su mesita de noche, una caja que siempre había sido intocable. Una vez terminado su trabajo, Jennifer se acercó discretamente a la joven y le transmitió el mensaje, advirtiéndole que era solo una percepción y que podía estar equivocada. Al día siguiente, la chica la buscó para agradecerle. Había encontrado la caja y, dentro, unas escrituras de propiedades que la familia desconocía y que su padre le había legado exclusivamente a ella.

Quizás el caso más impactante de su carrera fue el de una joven madre de tres hijos, encontrada con diecisiete puñaladas. La versión oficial era que había muerto durante una riña en un bar. La familia estaba destrozada, y su expareja, el padre de los niños, se mostraba sumamente afectado. Sin embargo, al recibir el cuerpo, Jennifer supo que la historia no era esa. La energía de la joven no era de rebeldía, sino de una profunda tristeza.

Mientras secaba su largo cabello, una lágrima brotó del ojo de la fallecida, seguida de otra. Jennifer, impactada, se detuvo. Le abrió los párpados y, al mirar fijamente sus ojos, no vio la mirada vacía de la muerte, sino una conexión viva. En esa mirada, se proyectó toda la escena del crimen como una película. Vio cómo su expareja la apuñalaba y cómo ella, malherida, salía a pedir ayuda, desplomándose justo en el lugar donde ocurría una pelea, lo que generó la confusión.

Conmocionada, le comunicó su visión a la madre y a la hermana de la víctima, nuevamente con la cautela de que era solo su percepción. La hermana le creyó, pues sabía que la joven había denunciado a su expareja por malos tratos. Fue entonces cuando Jennifer recurrió a un antiguo ritual que había aprendido en sus años de formación, una práctica transmitida de boca en boca entre los profesionales del gremio: amarrar el dedo gordo y el siguiente del pie izquierdo del difunto con el mismo hilo con el que se sutura el cuerpo. Se dice que este acto no deja descansar al asesino y lo obliga a confesar.

Lo hizo sin que la familia lo supiera. Curiosamente, el vestido que le habían llevado no le quedaba, como si el cuerpo lo rechazara. Tuvieron que traerle un pantalón, lo que permitió ocultar los dedos amarrados. Al día siguiente, en pleno velorio, rodeado de familiares y amigos, la expareja se arrodilló frente al ataúd y confesó el crimen a gritos, consumido por la culpa. La justicia se hizo, y lo más importante, los hijos de la joven no quedaron al cuidado del hombre que le arrebató la vida a su madre.

Guardianes del Otro Lado

Las conexiones que Jennifer establece no siempre terminan cuando el cuerpo es enterrado. A veces, los espíritus permanecen, no como entidades atrapadas, sino como agradecidos protectores. Uno de los casos que más la ha marcado es el de un habitante de calle. Su madre no tenía recursos para el entierro, así que Jennifer y sus compañeros se unieron para darle una despedida digna. Ella lo preparó con esmero, le consiguió ropa y sintió una profunda empatía por el dolor de aquella madre.

Esa noche, mientras sostenía a su bebé de pocos meses en brazos, vio al hombre sentado a los pies de su cama. No era una visión aterradora; él movía los pies como un niño en un columpio, con una sonrisa en el rostro. Mentalmente, le comunicó su agradecimiento, diciéndole que le había encantado todo, pero en especial los tenis que le pusieron, porque le servirían para el largo camino que debía recorrer. En pago por su bondad, le prometió que siempre cuidaría de su hijo.

Y ha cumplido su promesa. Años después, en una fotografía de su hijo adolescente con amigos, aparece una mano morena y fuerte abrazándolo, una mano que no pertenece a nadie presente. En otra ocasión, su hijo y sus amigos estaban a punto de ser asaltados cuando un habitante de calle, de la nada, apareció y ahuyentó a los ladrones. Luego se dirigió a su hijo y le dijo que se fuera a casa, que le diera saludos a su madre y le dijera que la quería mucho. La descripción física del hombre coincidía perfectamente con la del espíritu protector. Cuando su hijo se dio la vuelta para buscarlo, ya no estaba.

Un Vistazo al Más Allá: La Experiencia Cercana a la Muerte

La conexión de Jennifer con el otro lado no es solo a través de su trabajo. Ella misma cruzó el umbral, aunque fuera por unos instantes. El 31 de diciembre, sufrió un colapso en su casa. Perdió el conocimiento y sus signos vitales desaparecieron. En ese lapso, emprendió un viaje.

Caminó por un sendero completamente blanco, inundada por una paz y una tranquilidad indescriptibles. Llegó a una puerta de madera café, enorme, donde escuchó la voz de su abuela fallecida, quien la invitó a pasar. Al cruzar, se encontró en una sala gigantesca sin paredes, rodeada de ventanales de cristal que daban a un paisaje de naturaleza exuberante y un cielo azul perfecto. A un lado, vio un cuarto de bebé, todo en tonos rosados, como si esperaran la llegada de una niña.

Su abuela la abrazó y le dijo con firmeza que su tiempo aún no había llegado. Jennifer lloró, suplicándole que la dejara quedarse en ese lugar de felicidad absoluta, pero la decisión era inamovible. Despertó en los brazos de su hija, con la misma sensación del abrazo de su abuela, llorando por haber tenido que regresar. Esta experiencia le confirmó que, aunque el destino final sea un lugar de paz, el camino que cada uno recorre es único y personal.

Sombras y Peligros en el Umbral

No todas las energías con las que Jennifer lidia son benevolentes. Los cuerpos de personas que en vida fueron crueles, como asesinos, llegan cargados de una oscuridad palpable. Estos espíritus no están solos; vienen acompañados de entidades negativas, burlonas, que se ríen en su oído mientras ella trabaja. En esos casos, debe protegerse. Se toma su tiempo, reza un rosario y crea una barrera espiritual para no ser vulnerable a sus ataques.

Uno de los encuentros más aterradores fue con el espíritu de un hombre con doble identidad que había cumplido condena por homicidio. Después de una preparación corporal muy difícil, donde el cuerpo se resistía a cada paso, Jennifer llegó a su casa exhausta. Mientras descansaba, sintió la parálisis del sueño. Vio a dos hombres entrar a su habitación y sintió que le disparaban. Se vio a sí misma, desdoblada, yaciendo en la cama. Entonces, miró por la ventana y vio al hombre que había preparado, ahora vestido de vigilante, instándola a saltar para «salvarse». Pero ella sintió la malicia en sus intenciones. Era una trampa para que se fuera con él al otro lado. Cuando logró despertar, se encontraba en el borde de la ventana, a punto de caer.

En otra ocasión, la amenaza fue física y directa. La dueña de la casa donde vivía estaba siendo víctima de brujería. Jennifer lo percibió y aconsejó a la familia que llevaran a un sacerdote para bendecir el lugar. La noche después de la limpieza espiritual, mientras dormía, sintió la risa escalofriante de una bruja. Intentó moverse, pero estaba paralizada. Una mano helada, con uñas largas y afiladas, la agarró del cabello y comenzó a jalarla con una fuerza brutal. Fue una batalla física y espiritual que duró casi quince minutos, hasta que el movimiento de su hija, al acomodarse en la cama, rompió el hechizo. La entidad, furiosa por la interferencia, había ido a atacarla directamente.

Lecciones desde el Umbral

Después de tantos años caminando en la frontera entre dos mundos, la perspectiva de Jennifer sobre la vida y la muerte es profunda y reveladora. Para ella, la vida es la preparación para la muerte. Es un tiempo prestado, un equipaje que vamos llenando para el viaje final. Sostiene que deberíamos temerle más a la vida que a la muerte, pues la muerte no es el fin, sino el comienzo de la verdadera existencia.

El duelo, explica, es un proceso que afecta tanto a los vivos como a los que se han ido. Las almas tardan aproximadamente tres meses en asimilar su nueva realidad y desprenderse del mundo material. Durante ese tiempo, el dolor descontrolado de los familiares, el apego a sus objetos y los reproches por haberse ido solo dificultan su transición. Su consejo es recordar a los seres queridos con amor y gratitud por el tiempo compartido, no con la amargura de la pérdida. Hay que celebrar su partida como se celebró su llegada, ayudándoles a emprender su nuevo camino en paz.

La muerte, al final, no es una entidad oscura y aterradora. Es, en sus propias palabras, el avión que nos llevará al lugar donde finalmente pertenecemos. Jennifer Gómez, con su don y su valentía, no solo prepara cuerpos para su último viaje; nos prepara a nosotros, los vivos, para entender que el final es solo una puerta a un nuevo comienzo, y que incluso en el silencio de una morgue, las historias de amor, justicia y trascendencia continúan siendo contadas.

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