
Alessandra Vanni: Un Enigma Italiano
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Siena 22: El Enigma sin Resolver de la Taxista y el Nudo Imposible
La noche toscana del 8 de agosto de 1997 era cálida y tranquila, una de esas noches de verano en las que el aire huele a viñedos y a tierra antigua. En la histórica ciudad de Siena, las luces comenzaban a parpadear en las ventanas de las casas medievales, y el bullicio del día daba paso a un silencio expectante. Para Alessandra Vanni, una joven de 29 años, esa noche representaba un umbral. Por primera vez en su vida, se sentaría al volante del taxi de su tío, el Siena 22, para surcar la oscuridad. Fue una decisión inusual, un desvío de su rutina que, sin que nadie pudiera imaginarlo, la conduciría a un laberinto de misterio del que nunca regresaría.
El caso de Alessandra Vanni no es solo la crónica de un asesinato brutal; es un rompecabezas macabro cuyas piezas, esparcidas a lo largo de décadas, incluyen testigos fantasmales, cartas anónimas escritas en latín apocalíptico y una sombra mucho más grande y aterradora que se cierne sobre la campiña italiana: la del infame Monstruo de Florencia. Lo que comenzó como una noche de trabajo se transformó en uno de los crímenes más desconcertantes y complejos de Italia, un thriller real donde cada pista parece abrir una puerta a un pasillo aún más oscuro.
Una Joven de Provincia con un Corazón Confiado
Para entender la tragedia, primero hay que conocer a la víctima. Alessandra Vanni nació el 22 de agosto de 1967 en Siena. Hija de Mirella y Luciano, y hermana menor de Antonella, su infancia estuvo marcada por una naturaleza melancólica e introvertida. Sin embargo, con el paso de los años, floreció en una joven completamente distinta. Se convirtió en una mujer alegre, extrovertida y sociable, conocida por su disposición a ayudar a sus amigos en cualquier momento. Era una chica de provincia, tranquila pero con un carácter fuerte y una determinación que aplicaba tanto en su vida personal como en el trabajo.
Tras finalizar sus estudios obligatorios, Alessandra se lanzó al mundo laboral con avidez, aceptando trabajos de temporada y empleos ocasionales, llegando incluso a trabajar en una fábrica. Cuando esta cerró, su tío Onorio, un respetado taxista de Siena, le ofreció una oportunidad en la cooperativa de taxis de la ciudad. Allí, Alessandra se encargaba de la centralita, respondiendo a las llamadas de los clientes, coordinando las carreras y gestionando a los conductores.
A los 28 años, se casó apresuradamente, pero el matrimonio se desmoronó con la misma rapidez con la que había comenzado. El divorcio la sumió en una profunda tristeza y la obligó a regresar a casa de sus padres. Sin embargo, su resiliencia no tardó en manifestarse. En el mismo entorno laboral que le había dado estabilidad, encontró un nuevo amor: Stefano Bonchi, un compañero taxista. Su relación floreció entre las llamadas de la centralita y los turnos compartidos.
Fue también en esa época cuando Alessandra decidió dar un paso más en su carrera. Obtuvo la licencia de taxista para poder conducir el vehículo de su tío, el Siena 22, cuando él no estuviera disponible. En la Italia de los años 90, ver a una mujer al volante de un taxi era una rareza. En su cooperativa, solo había tres. Sin embargo, Alessandra había establecido una regla inquebrantable para sí misma: solo conduciría de día. La noche, con sus peligros inherentes, especialmente para una mujer sola, era un territorio que nunca había explorado. Hasta aquel 8 de agosto.
La Última Noche del Siena 22
Ese día, su tío Onorio se encontraba en Hungría, disfrutando del Gran Premio de Fórmula 1. Su taxi estaba libre. Rompiendo su propia norma, Alessandra anunció que esa noche tomaría el turno nocturno. Su tío, preocupado, intentó disuadirla, pero ella lo tranquilizó. Su novio Stefano también estaría de servicio, y su presencia en las calles le daba una sensación de seguridad.
A las 21:00 en punto, Alessandra terminó su turno en la centralita. Sus últimas palabras a través de la radiofrecuencia de la cooperativa quedaron grabadas, convirtiéndose en un eco fantasmal de su despedida: Sono le 21. Inserisco il centralino automatico. Buonanotte a tutti. Son las 21:00. Activo la centralita automática. Buenas noches a todos. Sus compañeros no sabían que era la última vez que escucharían su voz.
Tras una rápida cena en casa de sus padres, a las 22:00, se puso al volante del Mercedes blanco, el Siena 22, y se adentró en la noche.
Gracias a los registros del taxímetro, que funciona como una caja negra, y a los testimonios de varios testigos, los investigadores pudieron reconstruir, pieza por pieza, el itinerario de su última noche.
- 22:30: Se encuentra en Piazza Matteotti, el punto de encuentro principal de los taxis de Siena.
- Poco después: Recoge a dos paracaidistas en la estación de tren y los lleva a su cuartel en la Piazza d’Armi.
- A continuación: Transporta a una familia de turistas ingleses.
- 23:07: Recibe una llamada de dos estudiantes que necesitan ir a Piazza Gramsci. Allí, dos hombres de apariencia extranjera le preguntan cuánto costaría una carrera fuera de la ciudad. Ella estima unas 50.000 liras.
- Regreso a Piazza Matteotti: Intercambia unas palabras con sus colegas hasta que ellos reciben llamadas y parten, dejándola sola.
A partir de las 23:18, el registro de la centralita automática no muestra más llamadas para el Siena 22. Sin embargo, a las 23:25, algo anómalo sucede. Alessandra, sin haber recibido una solicitud oficial y, un detalle crucial, sin su teléfono móvil, que había dejado en casa cargando, activa en el taxímetro la tarifa 2, la correspondiente a trayectos extraurbanos. El Siena 22 abandona la ciudad y se incorpora a la Via Chiantigiana, una carretera que serpentea por las colinas del famoso vino.
El coche avanza a una velocidad media de 60 km/h en dirección a Castellina in Chianti. Poco antes de la medianoche, llega a Quercegrossa, una pequeña localidad. Varios testigos la ven pasar. El taxi circula a una velocidad inusualmente lenta, casi a paso de hombre, frente al bar del pueblo. Parece estar buscando a alguien o algo. Gira, entra en la Via Vittorio, se detiene un instante y luego sale para continuar su camino.
Poco después, otro testigo vuelve a ver el taxi pasar frente al bar, pero esta vez no va sola. A bordo viajan dos hombres, ambos con el pelo corto y oscuro, uno visiblemente más bajo que el otro. La siguiente parada es en la pedanía de Fonterutoli. Allí, frente a la herrería, uno de los hombres desciende del vehículo, solo para volver a subir apresuradamente segundos después, ocupando el asiento del copiloto, junto a Alessandra.
El viaje continúa hacia Castellina in Chianti. A medianoche, un último testigo ve al Siena 22, todavía con los dos hombres a bordo, abandonar el asfalto y adentrarse por un camino de tierra junto al cementerio municipal. Es una senda aislada, oscura y siniestra, que conduce a un vertedero abandonado. Un destino inexplicable. ¿Qué cliente pediría ser llevado a medianoche a un lugar así, atrapado entre un cementerio y un basurero, en la más absoluta oscuridad?
En ese desolado paraje, Alessandra realiza una maniobra, girando el coche para dejarlo encarado hacia la salida, como si estuviera lista para marcharse. En ese preciso instante, el taxímetro se detiene. Ha registrado un último viaje de 44 minutos, con un importe de 55.200 liras.
Poco después, la voz de Stefano, su novio, rompe el silencio de la radiofrecuencia. Siena 22, Siena 22. La llama una y otra vez, preocupado, queriendo saber cómo iba su primer turno de noche. No hay respuesta. El silencio es total. Stefano, sin querer alarmarse, asume que ha terminado su jornada y ha vuelto a casa a descansar.
El Macabro Hallazgo en el Corazón del Chianti
La madrugada del 9 de agosto avanzaba lentamente. A las 3:30, los padres de Alessandra se despertaron con una sensación de angustia. Su hija no había regresado. El espacio donde habitualmente aparcaba el taxi estaba vacío. El pánico se apoderó de la familia Vanni. Alertaron a su tío Onorio, quien, desde Hungría, emprendió un viaje de regreso inmediato. A las 5:30 de la mañana, denunciaron su desaparición a la policía. No había ninguna razón para que Alessandra se hubiera marchado voluntariamente. No sin su teléfono, no sin avisar.
A las 7:30 de la mañana, un residente de Castellina llamado Luciano Boschi se dirigió al vertedero local para deshacerse de unos colchones viejos. En la explanada adyacente, vio un taxi blanco, inmóvil, con el motor apagado. Parecía abandonado en medio de la nada. En la puerta, la identificación era clara: Siena 22.
El hombre se acercó con curiosidad. En el asiento del conductor, vio la silueta de una mujer joven con los ojos cerrados. Al principio, pensó que estaba durmiendo. Pero al acercarse más, una verdad heladora lo golpeó. No dormía. Estaba sin vida. Era Alessandra Vanni.
La escena que encontraron los servicios de emergencia era tan metódica como perturbadora. Alessandra estaba sentada en su asiento, con la cabeza reclinada sobre el hombro derecho. Llevaba la misma ropa con la que había salido de casa: una blusa blanca calada, vaqueros y sandalias. Su cuello presentaba un surco profundo, evidencia inequívoca de estrangulamiento. Justo debajo de su barbilla, había otra marca, una extraña forma de X grabada en su piel. En el lado izquierdo de su cuello, unos arañazos largos y profundos sugerían un intento de defensa.
Pero el detalle más escalofriante y bizarro era la forma en que sus manos habían sido atadas. Estaban sujetas a la espalda, pero no simplemente atadas entre sí. Sus muñecas habían sido amarradas por separado a la barra metálica del respaldo del asiento con un nudo extremadamente complejo y elaborado. Un nudo que requería tiempo, pericia y una intención que iba más allá del simple acto de inmovilizar. Era un nudo ritualista, una firma macabra.
La autopsia confirmó la muerte por estrangulamiento entre la 1:00 y las 3:00 de la madrugada. No había signos de agresión sexual. Los forenses determinaron que fue atacada por sorpresa, lo que explicaba por qué no había activado el botón del pánico del taxi, un dispositivo que se acciona con una simple presión de la rodilla. Sin embargo, había luchado. Debajo de sus uñas se encontraron restos de piel de su agresor. En el salpicadero del coche, la huella de una de sus sandalias indicaba que había intentado desesperadamente empujar con los pies para liberarse del lazo mortal que la asfixiaba.
La cuerda utilizada era un simple cordel de embalar, el tipo de bramante que se usa para atar paquetes. Sobre ese cordel, los forenses encontraron la raíz de un cabello que no pertenecía a Alessandra. En el asiento trasero, una mancha de sudor o algún otro fluido biológico confirmaba la presencia de al menos otra persona en el coche. El dinero de la recaudación de la noche, unas 148.000 liras, había desaparecido. Sin embargo, su reloj seguía en su muñeca. El robo parecía un motivo débil, casi una cortina de humo para ocultar una verdad mucho más siniestra.
Un Laberinto de Pistas y Sospechosos
La investigación comenzó, como es habitual, por el círculo más cercano. Su exmarido fue descartado rápidamente, ya que se encontraba en el extranjero. Su novio, Stefano, tenía una coartada sólida: estaba trabajando a 50 kilómetros de distancia en el momento del crimen. Los investigadores se encontraron ante un lienzo en blanco.
Las teorías se multiplicaron. ¿Fue un cliente que intentó robarle y la situación se descontroló? Improbable. El tiempo y la complejidad del nudo no encajaban con un simple atraco. ¿Vio algo que no debía? La tierra blanquecina encontrada en sus zapatos sugería que en algún momento había bajado del vehículo. Quizás fue testigo de una transacción de drogas o de alguna otra actividad ilícita en la aislada campiña.
Pronto surgió un sospechoso que parecía encajar en el rompecabezas. Se llamaba Nicolino Mohamed, aunque todos lo conocían como «Steve». Era un hombre de 48 años, originario de Mogadiscio, que trabajaba en una pizzería en Siena. Conocía a Alessandra porque a menudo tomaba su taxi para ir al trabajo. El vínculo se tornó sospechoso por varias razones. Steve se había mudado recientemente a Quercegrossa, precisamente a la Via Vittorio, la misma calle por la que Alessandra había deambulado con su taxi la noche de su muerte.
Además, la tarde del 8 de agosto, Alessandra había llamado a Steve. Había encontrado unos gatitos abandonados cerca de la cooperativa y, sabiendo que él quería adoptar uno, le llamó para ofrecérselos. Testigos afirmaron haberla visto meter a los gatitos en una caja de cartón roja, que cerró con un cordel de embalar. En el asiento trasero del Siena 22, la policía encontró la marca de una caja de ese tamaño, pero la caja y los gatitos habían desaparecido. El cordel de embalar con el que fue atada y estrangulada era compatible con el que usó para cerrar la caja.
La teoría era plausible: Alessandra fue a Quercegrossa para llevarle los gatitos a Steve. ¿Qué ocurrió después? Interrogado repetidamente, Steve negó haberse encontrado con ella esa noche. Aunque la coincidencia era abrumadora, no había pruebas físicas que lo vincularan al crimen. Fue puesto en libertad y murió en 2006, llevándose a la tumba cualquier secreto que pudiera guardar.
La investigación reveló un detalle aún más inquietante sobre el nudo. Los análisis forenses determinaron que fue atado post mortem. Esto significaba que el asesino, o los asesinos, permanecieron en la escena del crimen, con un cuerpo sin vida, arriesgándose a ser descubiertos, solo para ejecutar esa compleja ligadura. ¿Por qué? ¿Era un acto de placer sádico? ¿Un mensaje? ¿O parte de un ritual?
Ecos del Apocalipsis y Cartas Anónimas
Dos semanas después del asesinato, un sobre sin remitente llegó a la comisaría de los Carabinieri de Castellina. Había sido enviado desde la región de Friuli, en el norte de Italia. Dentro, una única hoja de papel con una frase escrita en latín: Quis est dignus aperire librum et solvere signacula eius?
Desconcertados, los agentes llevaron la carta al párroco local, Don Gino Giannini, un experto en las Sagradas Escrituras. Él reconoció la cita al instante. Pertenecía al capítulo 5 del Libro del Apocalipsis, y es la pregunta que formula un ángel: ¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos?
La piel de los investigadores se erizó. El paralelismo era evidente. El nudo imposible alrededor de las muñecas de Alessandra, ¿era un sello que debía ser desatado? La pista satánica, casi un cliché en los grandes crímenes italianos, cobró una fuerza inusitada. El cuerpo había sido encontrado junto a un cementerio donde, según el propio párroco, se habían producido extraños sucesos: un mantel negro había aparecido misteriosamente sobre el altar en dos ocasiones, y una cruz había sido arrancada y rota.
Pero la comunicación desde las sombras no terminó ahí. Durante los tres años siguientes, la redacción del periódico La Nazione recibió una carta anónima cada 9 de agosto, en el aniversario exacto del hallazgo del cuerpo de Alessandra. Las dos primeras, escritas a máquina, contenían alusiones crípticas a la investigación, insinuando que el autor conocía la verdad. La tercera era aún más inquietante. El remitente afirmaba ser un camarero que, la noche del 8 de agosto, antes de que se descubriera el cuerpo, había escuchado a dos hombres hablar sobre el asesinato de la taxista. Como todas las cartas anónimas, eran pistas fantasmales, imposibles de verificar, posiblemente obra de un mitómano fascinado por el caso.
La Sombra Alargada del Monstruo de Florencia
El caso de Alessandra Vanni se enfrió, acumulando polvo en los archivos judiciales hasta que, en 2012, fue reabierto. Nuevas técnicas de ADN y la presión mediática dieron un nuevo impulso a la investigación. Se exhumó el cuerpo de Steve Mohamed para comparar su ADN con la piel encontrada bajo las uñas de Alessandra, pero el resultado fue negativo. Se investigó a un nuevo y extraño sospechoso: un hombre de Castellina, coleccionista de armas (37 en su poder, una con el número de serie borrado), que guardaba 170 recortes de periódico sobre la muerte de Alessandra y otros jóvenes de la zona, y que robaba fotos de las lápidas de los cementerios. A pesar de su comportamiento bizarro, su ADN tampoco coincidió.
Fue entonces cuando la investigación tomó un desvío hacia el capítulo más oscuro de la historia criminal italiana. Surgió una posible conexión con el Monstruo de Florencia, el asesino en serie que aterrorizó la Toscana entre 1968 y 1985, asesinando a parejas en sus coches con una pistola Beretta calibre 22 y mutilando a las víctimas femeninas.
La conexión se materializó a través de un nombre: Nicola Fanetti. Este artesano local era el propietario del terreno adyacente al lugar donde se encontró el Siena 22. Pero Fanetti ya estaba en el radar de la policía por otro caso: el de Milva Malatesta, una mujer encontrada carbonizada junto a su hijo de tres años en 1993. Su muerte nunca fue resuelta y se considera uno de los posibles crímenes satélite del Monstruo. La noche de su muerte, Milva tenía una cita con Nicola Fanetti.
El hilo se tensaba aún más. Uno de los cómplices de Pietro Pacciani (el principal acusado de ser el Monstruo), los llamados compagni di merende (compañeros de meriendas), se llamaba Mario Vanni. El mismo apellido que Alessandra.
Las coincidencias eran demasiado llamativas para ser ignoradas:
- Alessandra Vanni es asesinada de una manera ritualista.
- Su cuerpo aparece junto a un terreno propiedad de Nicola Fanetti.
- Fanetti tenía una cita con Milva Malatesta, una presunta víctima del Monstruo, la noche que ella murió.
- El cómplice del Monstruo se apellidaba Vanni.
Incluso se investigó la llamada «pista americana» del caso del Monstruo, que señalaba a un exsoldado estadounidense llamado Joe Bevilacqua como el posible asesino. También se comparó su ADN con las muestras del caso de Alessandra. De nuevo, resultado negativo.
Décadas de Silencio y un Crimen Impune
El caso fue reabierto una vez más en 2020 con la esperanza de que la tecnología de ADN más avanzada pudiera finalmente identificar al asesino. Se analizaron de nuevo todas las pruebas, se revisaron los registros telefónicos de la época. Pero el resultado fue el mismo: un muro de silencio. El misterio del Siena 22 fue archivado de nuevo.
Hoy, más de un cuarto de siglo después, las preguntas siguen resonando en las colinas del Chianti. ¿Quiénes eran los dos hombres que subieron al taxi de Alessandra esa noche? ¿Los conocía? ¿La obligaron a salir de la ciudad o fue por voluntad propia, engañada por una falsa confianza? ¿Cuál fue el verdadero motivo de su asesinato? ¿Y qué significado ocultaba ese nudo imposible, atado con una precisión escalofriante sobre un cuerpo ya sin vida?
Las cartas anónimas, la cita del Apocalipsis, las coincidencias con el caso más famoso de Italia… todo parece parte de un guion macabro escrito por una mente retorcida. La familia de Alessandra Vanni, especialmente su madre, nunca ha dejado de luchar por la verdad, un anhelo de justicia que se ha convertido en un vacío imposible de llenar.
La historia de Alessandra Vanni es la de una confianza traicionada en la oscuridad de la noche toscana. Su taxi, el Siena 22, permanece como un símbolo de un viaje sin retorno, un enigma sellado con un nudo que nadie ha podido desatar. En algún lugar, quizás no muy lejos de esas colinas, alguien guarda el secreto de lo que realmente ocurrió en ese camino de tierra junto al cementerio, un secreto que la justicia, hasta ahora, ha sido incapaz de desvelar.