
El Lado Oscuro de Ryan Grantham: La Estrella de Riverdale Bajo la Lupa
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Imagina la escena. Estás en casa, cómodamente instalado en tu sofá. Es una noche tranquila, sin planes a la vista, y por fin tienes un momento para relajarte frente al televisor. Abres las plataformas de streaming y comienzas a deslizarte por un carrusel interminable de títulos de películas y series que aparecen ante tus ojos, pero nada parece captar tu interés. Cada vez que crees haber encontrado algo prometedor, cambias de opinión. Al final, te rindes. Te apetece algo ligero, que no exija demasiada concentración, algo que ya conozcas y que quizás hayas visto antes. Así que decides poner la serie Riverdale, simplemente para tener un ruido de fondo.
Inicias un episodio al azar, sin siquiera comprobar a qué temporada pertenece. Sabes que lo seguirás a medias mientras respondes mensajes de WhatsApp o navegas por TikTok. Sin embargo, a medida que avanza el episodio, tu atención es capturada de repente por uno de los personajes. Es un chico, un personaje secundario, no uno de los protagonistas, pero su rostro te resulta extrañamente familiar. Es curioso, porque ya habías visto ese episodio hace años, pero no es esa la razón. Hay otro motivo por el que estás seguro de conocer a ese joven. Haces memoria, intentas concentrarte, y entonces lo recuerdas. Lo viste en las noticias, justo el día anterior. Y no como actor, no como un personaje de ficción.
Realizas una búsqueda rápida en Google y el nombre aparece de inmediato. Ryan Grantham. Un juez de la Corte Suprema calificó su caso como perturbador, desgarrador y extremadamente trágico. Y la razón por la que su rostro acabó en todos los periódicos es algo tan macabro que jamás habrías imaginado asociarlo con esa cara juvenil, casi infantil. La historia de Ryan Grantham es una caída en espiral hacia la oscuridad, una que entrelaza la promesa de Hollywood con los abismos más profundos de la psique humana.
El Niño Promesa de un Pueblo Tranquilo
Ryan Grantham nació el 30 de noviembre de 1998 en Canadá, concretamente en Squamish, en la provincia de la Columbia Británica. Squamish, para quienes no lo conozcan, es una de esas pequeñas localidades donde aparentemente nunca sucede nada. Con unos 20.000 habitantes, no es el típico pueblo donde todos se conocen, pero sí comparte esa atmósfera de comunidad tranquila y segura. Situado a unos 60 kilómetros de la bulliciosa Vancouver, es un paraíso para los amantes de la naturaleza y los deportes al aire libre, un lugar literalmente rodeado de un verde esmeralda y montañas imponentes.
En este idílico escenario creció Ryan, junto a su madre, Barbara Waite, y su hermana mayor, Lisa. Sobre su padre, la información es escasa. Se sabe que abandonó el hogar cuando Ryan era muy pequeño y que nunca más formó parte de su vida. Sin embargo, Barbara hizo todo lo posible por compensar esa ausencia. Era una madre cariñosa, dedicada y extremadamente atenta con sus hijos, con quienes construyó un vínculo muy especial. Lisa, la mayor, siempre describió a su madre como su mejor amiga. Barbara era una mujer incansable, amante de los deportes, que siempre involucraba a sus hijos en múltiples actividades. Tenía un espíritu paciente y perpetuamente positivo, una de esas personas cuya presencia ilumina una habitación.
Barbara no solo era una madre amorosa, sino también una que impulsaba a sus hijos a perseguir sus sueños. Y con Ryan, hizo precisamente eso. Alrededor de los ocho o nueve años, el pequeño Ryan comenzó a soñar con ser actor. Barbara, lejos de desestimar su ambición, la alentó y apoyó incondicionalmente. Le ayudó a encontrar castings, a prepararse para ellos, a aprovechar cada oportunidad que se presentaba. Incluso lo inscribió en un curso de interpretación, pues había notado en él un talento innato para las artes escénicas.
Y así comenzó su carrera. Ryan empezó a aparecer en varios programas de televisión y anuncios publicitarios, entrando oficialmente en el mundo del espectáculo. Fue contratado como modelo para varias marcas de ropa infantil y, poco a poco, se fue abriendo camino. Si uno consulta su perfil en la base de datos de IMDb, puede ver la cantidad de proyectos en los que participó. Siempre eran papeles pequeños, por supuesto, pero cada uno de ellos era un peldaño más en su escalera hacia la experiencia y el reconocimiento.
Participó en producciones como Jumper, la película de ciencia ficción protagonizada por Hayden Christensen, o en la fantasía visual de Terry Gilliam, El imaginario del Doctor Parnassus. Pero fue en 2010 cuando consiguió un papel un poco más significativo que le dio mayor visibilidad. Interpretó a Rodney James en la película El diario de Greg. Aunque seguía siendo un papel secundario, era más importante que los que había tenido hasta entonces. Su popularidad comenzó a crecer.
Más tarde, participó en otras películas como Marley y yo 2 y en la exitosa serie Supernatural. Pero su momento de mayor exposición mediática llegaría en 2019, cuando consiguió un papel en una serie que muchos conocerán: Riverdale.
El Papel que Marcó un Símbolo Trágico
Riverdale es una serie peculiar. Basada en los cómics de Archie, que tradicionalmente contaban historias ligeras y divertidas de un grupo de adolescentes, la adaptación televisiva tomó un camino radicalmente distinto. La serie Riverdale es oscura, un híbrido de terror, thriller y, sorprendentemente, musical. En este extraño universo, Ryan Grantham consiguió un papel que, aunque menor, resultó ser de una importancia simbólica desgarradora.
Para entender la relevancia de su personaje, es necesario hablar de un suceso trágico que sacudió al elenco de la serie y a toda una generación de espectadores. El actor Luke Perry, quien interpretaba a Fred Andrews, el padre del protagonista Archie, y a quien muchos recordarán como el icónico Dylan McKay en Beverly Hills, 90210, falleció repentinamente en 2019 a causa de un derrame cerebral. Su muerte fue tan inesperada que los proyectos en los que trabajaba tuvieron que improvisar para darle a su personaje una salida coherente.
En Riverdale, Fred Andrews era un pilar moral, un personaje omnipresente y querido. Los guionistas decidieron que la mejor forma de honrar a Luke Perry era que su personaje también muriera en la serie, dedicando un episodio completo a su memoria. El capítulo, titulado In Memoriam, se convirtió en un tributo al actor y a la maravillosa persona que fue.
En la trama del episodio, el personaje de Luke Perry muere en un accidente de tráfico. Se había detenido en la carretera para ayudar a una mujer cuyo coche se había averiado y, mientras lo hacía, fue atropellado por otro vehículo. La escena de su muerte nunca se muestra, pues el actor ya no estaba. En su lugar, el episodio se centra en el duelo de los personajes, en sus recuerdos y en destacar las cualidades que hicieron de Fred Andrews un hombre tan admirable. El tributo se hizo aún más conmovedor con la aparición especial de Shannen Doherty, su compañera en Beverly Hills, 90210, quien interpretó a la mujer a la que ayudaba en la carretera. El dolor que se ve en los ojos de los actores no es solo actuación; es el reflejo de la pérdida real de un colega y amigo.
Pues bien, en la serie, la persona que conduce el coche que acaba con la vida del personaje de Luke Perry es un joven llamado Jeffrey Augustine, interpretado por nuestro Ryan Grantham. Aunque su aparición fue breve, en un único episodio, su papel era crucial para la trama y, en retrospectiva, adquiere un matiz siniestro. Ryan, el actor que en la ficción mataba a una figura paterna querida, acabaría cometiendo un acto de violencia inimaginable en la vida real.
Ryan tenía un talento innegable y una característica que funciona muy bien para las estrellas infantiles: aparentaba ser más joven de lo que era. De baja estatura, alrededor de un metro sesenta, delgado y con un rostro aniñado, podía seguir interpretando a adolescentes a pesar de haber superado esa edad. A lo largo de los años, también recibió cierto reconocimiento por su trabajo, con nominaciones en festivales como el Vancouver Short Film Festival y los Leo Awards. En 2013, fue nominado a Mejor Actor Principal en los UBCP ACTRA Awards por su papel protagonista en la película canadiense Becoming Redwood.
Paralelamente a su carrera, Ryan decidió dedicarse a sus estudios y se matriculó en la Universidad Simon Fraser, una prestigiosa institución pública canadiense. A pesar de que podría haberse mudado al campus de Vancouver, decidió quedarse en su hogar en Squamish, viviendo con su madre Barbara. En apariencia, la vida de Ryan iba bien. Su madre estaba inmensamente orgullosa de él, y él mismo parecía sereno. Había alcanzado un éxito considerable, acumulando un patrimonio neto de unos cuatrocientos mil dólares, y su futuro parecía prometedor.
Hasta que un día, una noticia devastadora golpeó a su familia. A su madre, Barbara, le diagnosticaron cáncer.
El Descenso a la Oscuridad
La enfermedad de Barbara fue un cataclismo para la familia. Mientras ella comenzaba su dura batalla, el mundo entero se enfrentaba a otra crisis: la pandemia de Covid-19. Nos encontramos en 2020. El confinamiento global tuvo repercusiones devastadoras en la salud mental de millones de personas. Según un informe de la Organización Mundial de la Salud, solo en el primer año de la pandemia, la depresión y la ansiedad aumentaron en más de un 25 por ciento.
En la vida de Ryan, la pandemia no era la única sombra que se cernía sobre él. Estaba la enfermedad lenta y dolorosa de su madre, y también la frustración de una carrera que, si bien había sido constante, nunca había llegado a despegar del todo. Nunca había conseguido ese papel estelar que lo catapultara a la fama que anhelaba. Con el Covid, muchas producciones se detuvieron, los sets se cerraron y las oportunidades de Ryan se congelaron.
Este estancamiento puede tener un efecto devastador en la psique, especialmente para las estrellas infantiles. Estos jóvenes a menudo crecen vinculando su autoestima al nivel de atención y fama que reciben. Es una dinámica peligrosa. Su identidad se construye en un entorno que mide el valor personal en función de la popularidad, la atención mediática y los aplausos. No es un camino natural. En lugar de construir un sentido del yo basado en pasiones, relaciones auténticas o logros personales, terminan atando su valía al éxito del momento.
El problema es que la fama es inestable. Tiene altibajos. Para alguien acostumbrado a ser el centro de atención desde niño, la caída se convierte inevitablemente en un trauma. No es solo el miedo a no volver a trabajar; es como si la única vara que conocen para medirse a sí mismos desapareciera. Es entonces cuando muchos caen en crisis, sintiéndose perdidos, inútiles, y a veces recurriendo a adicciones o comportamientos autodestructivos para llenar ese vacío. Al apagarse los focos, ya no saben quiénes son.
Ryan, como resultado de la combinación de todos estos factores, se deslizó en una espiral autodestructiva que su familia no percibió. Barbara, consumida por su propia lucha, no tenía idea del infierno que su hijo estaba viviendo por dentro. Su salud mental se volvió extremadamente frágil, y comenzó a desarrollar pensamientos oscuros y violentos. Imaginaba hacerse daño a sí mismo, pero también imaginaba hacer daño a otros.
Para intentar sobrellevar este estado mental dramático, Ryan comenzó a consumir marihuana de forma intensiva. Aunque el cannabis puede tener efectos terapéuticos para algunos, también es un hecho que puede exacerbar estados depresivos preexistentes y, en personas con una condición mental frágil, incluso puede desencadenar episodios psicóticos. En el caso de Ryan, esta no fue una buena decisión. No fue la causa única de lo que sucedería, pero ciertamente no ayudó.
Con la pandemia, las clases presenciales en la universidad se suspendieron. Ryan se encontró cada vez más aislado, más deprimido, y con pensamientos intrusivos que se volvían abrumadores. Sin embargo, hizo todo lo posible para que ni su madre ni su hermana lo notaran. Su hermana Lisa vivía por su cuenta, y su madre tenía sus propias preocupaciones. Desafortunadamente, ella no se dio cuenta de la tormenta que se estaba gestando en la mente de su hijo.
A todo esto se sumaba un profundo sentimiento de culpa. Ryan entró en un bucle devastador: se sentía mal, por lo que faltaba a sus clases online, pero no se lo contaba a su madre por miedo a decepcionarla, especialmente en un momento tan delicado de su vida. Con el paso del tiempo, la frustración de Ryan se transformó en ira. Desarrolló un retorcido sentido de la injusticia. Se sentía un actor de primer nivel, un talento no reconocido, y consideraba injusto no haber alcanzado la fama que creía merecer.
El Diario de un Asesino en Potencia
Durante este período, comenzó a escribir un diario en el que plasmaba todos sus pensamientos perturbadores. Escribía sobre lo incomprendido que se sentía, pero también detallaba planes meticulosos sobre cómo torturar a alguien. Sus páginas estaban llenas de reflexiones de autodesprecio y pensamientos suicidas. Expresó una extraña admiración por la película Joker de Joaquin Phoenix, en la que un comediante fracasado se sumerge en la locura y termina inspirando una violenta revolución contracultural.
Este detalle recuerda a otro caso inquietantemente similar: el de James Holmes. Al igual que Ryan, Holmes era joven, tenía 24 años. Ambos vivían sumidos en el malestar y el aislamiento, cayendo en una espiral de depresión y pensamientos obsesivos. Ambos plasmaron sus ideas en un diario, y ambos tenían una fijación con el personaje del Joker. Holmes irrumpió en un cine con el pelo teñido de naranja, afirmando ser el Joker, y durante el estreno de la película de Batman El caballero de la noche asciende, arrebató la vida a 12 personas e hirió a otras 70.
Ryan, en su diario, elogiaba la película Joker por su retrato de cómo la sociedad aplasta a las personas con trastornos mentales. Pero luego añadía que, en realidad, se sentía más como un asesino en serie que como un asesino en masa. En su diario también había anotaciones sobre cómo fabricar cócteles molotov y otro contenido de similar naturaleza violenta.
Dado que no podía salir de casa por el confinamiento y no asistía a sus clases, Ryan pasaba sus días alimentando sus pensamientos oscuros. Navegaba por la dark web en busca de videos violentos, veía grabaciones de tiroteos masivos y actos brutales. Comenzó a reflexionar sobre el hecho de que todas aquellas personas que habían perpetrado una masacre o un crimen sensacionalista, de una forma u otra, habían alcanzado la fama.
Ryan se dio cuenta de que la notoriedad también se puede obtener a través de lo negativo. La viralidad del escándalo a menudo arde más rápido y con más intensidad que la alcanzada por el mérito. Y así, en su mente perturbada, se abrió la posibilidad de obtener el éxito que sentía que le había sido negado.
El 5 de marzo de 2020, Ryan cargó su coche con varias armas de fuego. En Canadá, el acceso a las armas, especialmente a los rifles de caza, es relativamente sencillo. Se necesita una licencia, que Ryan poseía. Como asistía regularmente a un campo de tiro, sabía cómo disparar. Con las armas en el coche, se dirigió a su universidad con la intención de entrar y quitar tantas vidas como fuera posible. Sin embargo, una vez allí, se paralizó. No pudo hacerlo y regresó a casa.
Después de todo, había escrito en su diario que se sentía más un asesino en serie que un asesino en masa. Así que comenzó a pensar en otra opción. Necesitaba matar a alguien, pero debía ser un crimen sensacionalista, uno que lo pusiera en boca de todos. Y entonces tuvo una idea: mataría a Justin Trudeau, el Primer Ministro de Canadá. Era la persona más importante del país. Si lo mataba, sin duda, todo el mundo hablaría de él.
Pero había un problema. Su madre. Ryan se sentía consumido por la culpa. El pensamiento de decepcionarla, de causarle el dolor de tener un hijo asesino, lo atormentaba. Y entonces, en su mente ya comprometida, encontró una solución. Una solución que desafía toda lógica y humanidad.
Para evitarle a su madre el sufrimiento de ver en lo que se había convertido, tendría que matarla a ella primero.
Un Acto de Crueldad Inconcebible
El razonamiento de Ryan es un ejemplo escalofriante de disonancia cognitiva. Se convenció a sí mismo de que lo hacía por su madre, un acto de altruismo retorcido, cuando en realidad era un acto profundamente egoísta, dictado únicamente por su obsesión y la necesidad de llevar a cabo su delirante plan. Recuerda al infame Ed Kemper, quien, tras asesinar a su abuela, mató a su abuelo para, según sus propias palabras, ahorrarle el dolor de encontrarla. Un gesto de macabra consideración.
Ryan estaba convencido de que su lógica tenía sentido, pero no sabía cómo llevarlo a cabo. Decidió hacer ensayos, y los documentó todos con una cámara GoPro. En una ocasión, mientras su madre tocaba el piano, algo que le encantaba hacer, Ryan se situó detrás de ella, apuntándole con un rifle a la nuca. Se quedó allí, con el arma apuntando a su madre mientras ella, ajena a todo, seguía tocando. Él, con su cámara, lo grabó todo. Decidió que esa sería la mejor manera de hacerlo: un disparo en la cabeza mientras ella hacía algo que amaba, y desde atrás, para no tener que mirarla a los ojos.
El 31 de marzo de 2020, Ryan decidió actuar. Tomó su rifle y se sentó en las escaleras de su casa, cargando y descargando el arma una y otra vez, como si intentara ganar tiempo. Cuando escuchó a su madre empezar a tocar el piano, se levantó, se acercó a ella por la espalda, apuntó el arma a la parte posterior de su cuello y apretó el gatillo.
Inmediatamente después, tomó su GoPro y grabó un video. Un video cuyo contenido, aunque nunca se ha hecho público, se conoce por las transcripciones del juicio. En él, decía estas palabras: Acabo de matar a mi madre. Le he disparado a la única persona que me quería en la nuca. Unos instantes después, se dio cuenta de que era yo. Es escalofriante pensar que, según el propio Ryan, Barbara, antes de morir, comprendió que era su propio hijo quien le estaba quitando la vida.
El video continuaba. Filmó el cuerpo de Barbara mientras repetía: Acabo de matar a mi mamá, acabo de matar a mi mamá. Luego fue al baño, grabó su reflejo en el espejo y se dijo a sí mismo: Creías que eras tan fuerte.
Después de todo esto, Ryan salió de casa, fue a un cajero automático a sacar dinero, compró cervezas y marihuana, y regresó. Pasó toda la noche en la cama bebiendo, fumando y viendo Netflix. Antes de dormirse, escribió una última nota en su diario: Lo siento mucho, mamá. Lo siento mucho, Lisa. Me odio a mí mismo. Hay muchos medios míos por ahí, hay películas y cientos de horas mías que pueden ser vistas y analizadas, pero nadie lo entenderá.
Al día siguiente, 1 de abril, comenzó los preparativos para completar su verdadero plan: matar al Primer Ministro. Cargó en su coche tres armas de fuego distintas, incluida la que había usado contra su madre, un mapa con la ruta a la residencia del Primer Ministro, toneladas de munición y doce cócteles molotov que había fabricado. También cargó equipo de acampada, pues sabía que tendría que esconderse durante un tiempo.
Pero antes de irse, hizo algo perturbador, casi ritualista. Tomó una lona de plástico y cubrió tanto el cuerpo de su madre como el piano. Luego, colocó velas encima del piano y un rosario, como si quisiera honrar su muerte. Dejó todo así y salió de la casa.
Se subió al coche y comenzó a conducir hacia Ottawa, un viaje de aproximadamente 4.200 kilómetros, unas 48 horas al volante. Durante el trayecto, reflexionó sobre sus próximos movimientos. Incluso se detuvo en un lugar aislado para probar uno de sus cócteles molotov, para asegurarse de que funcionaban. Su plan era llegar a la residencia del Primer Ministro, lanzar los explosivos para crear confusión y, en medio del caos, entrar y matarlo.
Pero a medida que pasaban las horas, la realidad comenzó a filtrarse en su delirio. Se dio cuenta de que su plan era absurdo. Matar a un Primer Ministro no era tan sencillo. Habría una seguridad impenetrable. No podía simplemente aparecer, lanzar unas bombas caseras y entrar con un rifle.
Aun así, no abandonó su idea de alcanzar la fama a través de la violencia. Simplemente cambió de objetivo. Volvió a la idea de un tiroteo masivo. Pensó en intentarlo de nuevo en su universidad, o quizás en un lugar turístico concurrido como el Puente Lions Gate en Vancouver.
Sin embargo, después de unas horas más de conducción, tuvo otro momento de lucidez. Esta vez, la magnitud de lo que había hecho lo golpeó. Se dio cuenta de que había matado a su madre y comprendió el horror de lo que estaba a punto de hacer. Se detuvo en un aparcamiento y, según declaró más tarde, intentó quitarse la vida, pero no pudo. Una vez más, su mente retorcida encontró una justificación para seguir viviendo: como ya había quitado una vida, la de su madre, ahora le debía una vida al mundo. Por esa única razón, decidió no morir.
Al llegar a Vancouver, en lugar de dirigirse al puente, se fue directamente a una comisaría de policía. Se entregó, confesándole al primer agente que encontró que había matado a su madre.
El Descubrimiento y el Juicio
Mientras tanto, Lisa, la hermana de Ryan, llevaba varios días sin tener noticias de su hermano ni de su madre. Tenía una relación muy estrecha con Barbara; la llamaba su mejor amiga y hablaban a diario. Preocupada, intentó llamar y enviar mensajes, pero no obtuvo respuesta. Sabiendo que su madre era una paciente de cáncer en pleno confinamiento, el miedo se apoderó de ella. Decidió ir a su casa.
Al llegar, encontró la extraña escena en el salón: el piano cubierto con la lona, las velas derretidas, el rosario. Al acercarse y levantar la lona, vio una imagen que la perseguiría por el resto de su vida: el cuerpo sin vida de su madre. Aterrorizada, llamó a las autoridades. Su dolor era doble: la traumática muerte de su madre y la angustia de tener que darle la noticia a su hermano pequeño, Ryan. Jamás se le pasó por la cabeza que él pudiera ser el responsable.
La policía, sin embargo, sospechó desde el principio que el culpable era alguien cercano a la familia. Un extraño no habría realizado ese ritual con las velas y el rosario. No emitieron ninguna alerta ciudadana, pues creían que se trataba de un crimen pasional dirigido únicamente a Barbara. En eso se equivocaban, claro está.
Poco después, las autoridades de Squamish fueron informadas de que Ryan se había entregado en Vancouver. El 3 de abril, en una rueda de prensa, se reveló la identidad de la víctima y se anunció que su hijo de 21 años, el ex actor infantil Ryan Grantham, era el acusado de su asesinato. La noticia causó un gran revuelo mediático. La familia y los amigos de Barbara quedaron en shock. Lisa no podía creer que su hermano fuera capaz de algo así.
El juicio comenzó en junio de 2022. Ryan, siguiendo el consejo de su abogado, se declaró culpable del asesinato de su madre y de planear el asesinato del Primer Ministro. Sin embargo, se declaró culpable de asesinato en segundo grado, no en primer grado. La diferencia es crucial. El asesinato en primer grado es premeditado e intencional. El de segundo grado, aunque intencional, no es premeditado. En Canadá, ambos conllevan una sentencia de cadena perpetua, pero con una condena por asesinato en segundo grado, es posible solicitar la libertad condicional antes de cumplir 25 años. Con una de primer grado, no.
El juicio se celebró a puerta cerrada. Los expertos psicológicos determinaron que Ryan sufría de una depresión y ansiedad severas, pero no de psicosis. Se estableció que era mentalmente competente, aunque su estado mental se describió como frágil, y se consideró que su depresión y el consumo de alcohol y marihuana habían influido en su juicio.
La defensa argumentó que Ryan había matado a su madre para evitar que fuera testigo de la violencia que pretendía cometer, ya fuera contra sí mismo o contra otros. Un razonamiento retorcido, basado en pensamientos depresivos. Su abogado afirmó que el asesinato no fue cometido por odio, sino dentro del pensamiento desordenado del señor Grantham para evitar que su madre viera lo que él creía que estaba a punto de hacer.
En la sala se mostraron los videos de Ryan, incluida su confesión, y su diario se presentó como prueba. Durante la proyección, Ryan permaneció con la cabeza entre las manos, incapaz de mirar la pantalla. Cuando finalmente habló, expresó remordimiento. No puedo explicar o justificar mis acciones, dijo. No tengo excusa. Me duele pensar cuánto he desperdiciado mi vida enfrentándome a algo tan horrible. Decir lo siento parece tan inútil, pero lo siento con cada fibra de mi ser.
La fiscalía, por su parte, argumentó que el uso de armas de fuego debía considerarse un agravante, ya que Ryan era un tirador experto. Añadieron que, en los meses previos al crimen, era consciente de sus problemas de salud mental y aun así decidió comprar una nueva arma, la misma que utilizó en el asesinato.
La hermana de Ryan, Lisa, también subió al estrado. Su declaración fue desgarradora. Dijo que temía que su hermano fuera puesto en libertad y que le tenía miedo. Describió la muerte de su madre como el peor acto de traición, porque su madre no tenía motivos para temerle y, por lo tanto, no tuvo forma de defenderse. ¿Cómo puedo confiar en alguien, preguntó, cuando mi único hermano eligió ejecutar a mi madre mientras estaba de espaldas?.
El 23 de septiembre de 2022, Ryan Grantham fue declarado culpable de asesinato en segundo grado. La premeditación no fue reconocida. Recibió una sentencia de cadena perpetua con la posibilidad de solicitar la libertad condicional después de 14 años. Podrá hacerlo a partir de 2036, aunque no hay garantía de que se la concedan. Además, se le prohibió poseer armas de fuego de por vida.
La defensa solicitó que no fuera enviado a una prisión de máxima seguridad, argumentando que, debido a su complexión menuda y su apariencia infantil, correría un grave peligro. Hoy, Ryan Grantham se encuentra recluido en un centro de salud mental, donde recibe terapia.
La historia de Ryan Grantham es una tragedia en múltiples niveles. Es la historia de una madre devota asesinada por el hijo al que apoyó incondicionalmente. Es la historia de una joven promesa que se perdió en la oscuridad de su propia mente. Y es un recordatorio sombrío de que, a veces, los monstruos no se esconden en las sombras, sino detrás de los rostros que vemos en nuestras pantallas, sonriendo bajo los focos de un mundo que, al final, no pudo salvarlos de sí mismos.