
Escapó Dos Veces de Prisión por Ella
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La Obsesión Mortal de Mario Santobi: El Fugitivo que Engañó a la Muerte (Dos Veces)
Bienvenidos a Blogmisterio. Hoy nos adentramos en una de las historias más escalofriantes y complejas de los anales del FBI. Una historia que no trata sobre monstruos de leyenda o fantasmas en la oscuridad, sino sobre un monstruo muy real, un hombre que vestía el uniforme de un héroe mientras albergaba en su interior una oscuridad insondable. Esta es la crónica de Mario Santobi, un hombre cuya obsesión por su exesposa lo convirtió en uno de los fugitivos más peligrosos y escurridizos de la historia moderna de Estados Unidos. Un hombre que escapó de prisión no una, sino dos veces, con un único y aterrador objetivo: encontrar y matar a la mujer que se atrevió a dejarlo.
El FBI, la agencia de aplicación de la ley más sofisticada del mundo, se vio inmersa en una cacería humana sin precedentes, una carrera contrarreloj contra un adversario que no solo era inteligente y despiadado, sino que poseía habilidades de supervivencia excepcionales. Esta es la historia de una persecución implacable, de errores fatales y de una determinación inquebrantable, tanto del cazador como de sus presas.
La Fachada se Desmorona: El Héroe y el Monstruo
Para el público, Mario Santobi era un pilar de la comunidad de Gulfport, Mississippi. Era bombero, un buzo de rescate entrenado que había recibido menciones por su servicio sobresaliente. Era un hombre de acción, un amante de la naturaleza con excelentes habilidades de supervivencia. Pero detrás de esta fachada heroica se escondía una personalidad volátil, controladora y violenta. Una oscuridad que solo una persona conocía en toda su aterradora dimensión: su esposa, Cheryl Santobi.
La noche del 16 de septiembre marcó el principio del fin. Cheryl llamó a la policía, aterrorizada. Su esposo, Mario, de quien estaba separada, merodeaba fuera de su casa, violando la orden de alejamiento que ella había conseguido para protegerse a sí misma y a su hijo de seis años. Para cuando la policía llegó, Mario se había desvanecido en las sombras, como un fantasma. Pero la amenaza no había desaparecido. Más tarde, esa misma noche, regresó.
Cheryl corrió a la habitación de su hijo, cerró la puerta con llave e intentó desesperadamente llamar al 911. El teléfono no daba tono. En su segundo intento, ya era demasiado tarde. Mario derribó la puerta del dormitorio. La imagen fue la de una pesadilla hecha realidad: el hombre que una vez prometió protegerla ahora le apuntaba con una pistola a la cabeza. Sin mediar palabra, los obligó a ella y a su pequeño hijo a abandonar la casa con él, arrastrándolos hacia un futuro incierto y aterrador.
Al día siguiente, los padres de Cheryl, incapaces de contactarla, hicieron una frenética llamada al 911. La policía encontró la casa vacía. Cheryl y su hijo habían desaparecido. Todas las sospechas recayeron inmediatamente sobre Mario Santobi, de 29 años. El caso pasó de ser un asunto doméstico a un secuestro federal. El reloj había comenzado a correr. En casos de secuestro, cada hora que pasa disminuye drásticamente las posibilidades de encontrar a las víctimas con vida.
El Departamento de Policía de Gulfport contactó al FBI, y el Agente Especial Steve Calendarer, un veterano curtido en mil batallas, se hizo cargo del caso. Su primera y más urgente pregunta era si Cheryl y su hijo seguían vivos. Para encontrarlos, necesitaba entender a su captor. Necesitaba meterse en la mente de Mario Santobi.
El perfil que emergió fue escalofriante. La Unidad de Análisis de Conducta del FBI en Quantico, Virginia, pintó el retrato de un hombre extremadamente peligroso. Armado, con acceso a un arsenal de cuchillos, rifles y pistolas. Meses antes, Santobi había perdido un buen trabajo en un departamento de bomberos a 160 millas de distancia tras ser arrestado por hurto. Su fracaso profesional se convirtió en una furia irracional dirigida hacia Cheryl. La acusó de infidelidad, desatando un infierno de palizas y violaciones.
Cheryl, temiendo por su vida, había buscado ayuda. La orden de alejamiento y la solicitud de divorcio fueron sus intentos de escapar de la pesadilla. Pero para Mario, esto no era una separación, era una traición imperdonable. Su amor se había transformado en una obsesión letal. Las entrevistas con sus familiares revelaron que la ruptura de su matrimonio era el punto más bajo de su vida, algo que simplemente no podía aceptar. Estaba decidido a no dejarla ir, sin importar el costo.
El Viaje al Infierno y un Error de Cálculo
Cuatro días después de la desaparición, el 20 de septiembre, no había ni rastro de Cheryl ni de su hijo. La búsqueda del FBI se intensificaba, pero Santobi hizo algo que nadie esperaba, algo que desafiaba toda lógica criminal. Tenía una cita programada en la corte de Pearl, Mississippi, por el antiguo cargo de hurto. El FBI y la policía local asumieron que, como fugitivo buscado por secuestro, jamás se presentaría.
Pero lo hizo.
Cuando Mario Santobi entró tranquilamente en la sala del tribunal, fue el equivalente a ganar la lotería para las fuerzas del orden. Fue arrestado de inmediato. Al ser interrogado sobre el paradero de su esposa e hijo, afirmó con frialdad que lo estaban esperando en una gasolinera cercana.
Los agentes encontraron a Cheryl con el rostro cubierto de hematomas, un ojo morado y cortes. El trauma la había silenciado. Al principio, no quería hablar. Pero con el paso de las horas y los días, la terrible verdad comenzó a salir a la luz. Cheryl relató un viaje de terror de tres días a través de Mississippi, Luisiana y Texas. Una odisea infernal en la que fue golpeada y agredida sexualmente repetidamente, a menudo frente a su hijo pequeño. Santobi incluso la obligó a llamar a su abogado de divorcios para detener el proceso, en un retorcido intento de borrar sus acciones y reclamar su vida.
A pesar de la evidencia abrumadora, Mario insistía en su inocencia. Desde su perspectiva, no había cometido ningún crimen. Aquel viaje infernal no era más que una excursión familiar, unas vacaciones para «reunir» a su familia. Su desconexión con la realidad era total y aterradora.
Un jurado, sin embargo, no compartió su delirante visión. En septiembre de 1995, Mario Santobi fue declarado culpable de secuestro, allanamiento de morada y asalto agravado. Fue sentenciado a 40 años de prisión y enviado al Penitenciario Estatal de Parchman, Mississippi.
Para muchos, este debería haber sido el final de la historia. Pero en la mente de Santobi, solo era el comienzo. En la soledad de su celda, su ira hacia Cheryl y hacia el sistema que lo había encerrado no hizo más que crecer y purular. Solo tenía un pensamiento, una meta que consumía cada uno de sus días: salir de la cárcel, sin importar cómo, para poder llevar a cabo su venganza final. Mario Santobi era, por encima de todo, un hombre enfocado. Y ahora, toda su formidable concentración estaba dirigida a un solo objetivo: escapar.
La Primera Fuga: El Camino de Sangre
La oportunidad de Santobi llegó en 1998, apenas dos años y medio después de su encarcelamiento. En prisión, conoció a un joven recluso de 19 años llamado Jeremy Granberry, quien tenía un historial de intentos de fuga. Granberry tenía una audiencia judicial próxima, y Mario, con su inteligencia manipuladora, vio una oportunidad de oro.
Convenció a Granberry de que lo incluyera en su caso, alegando falsamente que podía testificar que él también había participado en los robos por los que Granberry estaba acusado. Santobi escribió una carta al abogado de Granberry, pidiendo ser añadido a la lista de testigos. Nadie se molestó en verificar las fechas. Nadie comprobó que Mario Santobi estaba en prisión cuando se cometieron los crímenes de Granberry. El sistema falló, y la burocracia le abrió las puertas de su jaula.
El 25 de junio de 1998, el plan se puso en marcha. Santobi y Granberry serían transportados desde la prisión de máxima seguridad de Parchman al condado de Jones para la audiencia. El encargado del traslado era el Sheriff Maurice Hooks. El sheriff conocía a Granberry de un arresto anterior y, considerándolo un prisionero modelo, cometió un error fatal: le quitó las esposas para el largo viaje de cinco horas. Luego, a pesar de que el vehículo no tenía una jaula de protección, también le quitó las esposas a Mario Santobi.
Junto a ellos viajaba Ray Butler, un sheriff retirado y amigo de Hooks. El vehículo era un coche patrulla sin distintivos, con un parachoques trasero dañado, un detalle que más tarde se volvería crucial.
Unas horas después, alrededor de las 2 de la tarde, el Sheriff Hooks se detuvo en una gasolinera. Permitió que Santobi y Granberry lo acompañaran al interior para ir al baño. Cuando regresaron al coche, el desastre se desató. En el momento en que el sheriff se sentó al volante, Granberry se abalanzó sobre él, lo sujetó en una llave de cabeza y lo arrastró al asiento trasero. Simultáneamente, Santobi arrebató el arma del sheriff y lo golpeó brutalmente con la culata. Butler, desarmado, no pudo ofrecer resistencia.
Granberry tomó el volante y condujo hacia el sur, buscando un lugar aislado para deshacerse de sus rehenes. Encontraron un viejo granero. Allí, esposaron al Sheriff Hooks a un poste y a Butler a otro. Antes de irse, abrieron el maletero del coche del sheriff. Encontraron un arsenal: una escopeta, un rifle y varias pistolas. Ahora, los fugitivos no solo estaban libres, sino también fuertemente armados.
Esa misma tarde, a 200 millas de distancia, el Capitán Cecil Lancaster, de la policía de Tuscaloosa, Alabama, volvía a casa. Eran las 7 de la tarde, todavía de día. Su agudo ojo de policía notó algo extraño: un coche patrulla sin distintivos con matrícula de Mississippi al que le faltaba el parachoques trasero. El daño le hizo sospechar. Decidió detener el vehículo.
Mientras se acercaba por el lado del conductor, observó que los dos ocupantes miraban fijamente hacia adelante, inmóviles. Era una quietud antinatural. Al llegar a la ventanilla trasera, vio a Santobi inclinarse. Vio la pistola en su mano. Y luego, vio algo que pocos creen posible: vio la bala salir del cañón del arma. Sintió el impacto que lo dobló y lo tiró al suelo. Mientras rodaba para ponerse a cubierto, sintió un segundo impacto.
Herido pero vivo, Lancaster se arrastró detrás de su vehículo. Vio las luces de marcha atrás del coche de los fugitivos encenderse. No solo le habían disparado, ahora intentarían atropellarlo. La ira superó al dolor. Levantó su arma y disparó dos veces a través de la luna trasera del coche que huía. Santobi y Granberry aceleraron y desaparecieron. A unas pocas millas, abandonaron el coche patrulla y robaron otro. El plan de Mario para llegar hasta Cheryl seguía en marcha.
La estela de violencia no había terminado. Un día después, el oficial Chris Long de Moody, Alabama, estaba de patrulla. Escuchó que su compañero, Keith Turner, había realizado una parada de tráfico y decidió dar la vuelta para ofrecer apoyo. Fue entonces cuando escuchó cuatro detonaciones. Al acercarse, vio una escena de pesadilla: el oficial Turner yacía en el suelo, y un hombre estaba de pie sobre él. Era Mario Santobi.
Long saltó de su coche, desenfundó su arma y gritó órdenes. Jeremy Granberry huyó hacia la oscuridad. Santobi, tras un instante de duda, también echó a correr. Long disparó, pero en la confusión y la noche, los fugitivos se desvanecieron. Corrió hacia su compañero caído. Turner dio un último suspiro en sus brazos. Había sido asesinado.
La Cacería en los Pantanos
La noticia del asesinato de un oficial de policía desató una de las mayores cacerías humanas en la historia de Alabama. El FBI movilizó a todos sus recursos: agentes, equipos SWAT de todo el estado. La noche era oscura y el terreno, una mezcla de bosques y pantanos, favorecía a los fugitivos.
El Agente Especial Larry Borghini, con base en Gadsden, Alabama, conocía personalmente al oficial Turner. La investigación era profesional, pero también profundamente personal y dolorosa.
Lo primero era advertir a Cheryl Santobi. La llamada que ella había temido durante años finalmente llegó. Su exmarido, el hombre que la había torturado, había escapado, había matado, y su objetivo final seguía siendo ella. El FBI la puso a ella y a su hijo bajo custodia protectora, pero sabían que la única forma de garantizar su seguridad era capturar a Mario Santobi.
La búsqueda comenzó de inmediato. Se estableció un perímetro de nueve millas cuadradas. Más de 50 agencias locales, estatales y federales participaron en la caza. Estaban equipados con rifles de asalto, gafas de visión nocturna y chalecos antibalas. Sabían que se enfrentaban a un oponente formidable. Santobi era un experto en supervivencia, sabía cómo usar armas y su motivación era inquebrantable. Haría cualquier cosa para cumplir su misión.
Tras 15 horas de búsqueda, los sabuesos captaron un rastro. Los agentes se acercaron a una espesa zona de zarzas. Jeremy Granberry, al verlos venir, tomó una decisión que le salvó la vida: arrojó su arma lejos de él y se rindió. Sabía que si lo encontraban armado, le dispararían sin dudarlo.
Granberry fue arrestado, pero Santobi seguía libre. El interrogatorio del joven cómplice reveló información crucial sobre las tácticas de supervivencia de Mario. Santobi se movía por arroyos y cursos de agua para ocultar su rastro. Se frotaba el cuerpo con paja y agujas de pino, creyendo que el fuerte olor confundiría a los perros. No era un fugitivo común; era metódico y astuto.
Durante días, equipos tácticos fuertemente armados peinaron el terreno pantanoso, luchando contra el barro hasta la cintura, el calor sofocante y la fauna local. La búsqueda era agotadora y peligrosa. Mientras tanto, Santobi intentó contactar a Cheryl usando el teléfono móvil que le había robado al Sheriff Hooks, pero no pudo comunicarse. Su obsesión seguía intacta.
Cinco días después del inicio de la cacería, llegó el equipo de élite del FBI, el Equipo de Rescate de Rehenes (HRT). Una noche, encontraron una huella que coincidía con las botas de prisión que llevaba Santobi. Estaban cerca. Pero él seguía siendo un fantasma.
El Escape del Perímetro y la Captura Inminente
El 4 de julio, después de días escondido en el bosque, Santobi logró lo que parecía imposible: rompió el perímetro. Apareció en una gasolinera a dos millas al norte de la zona de búsqueda. Allí, abordó a un hombre llamado Daniel Alexander, que estaba usando un teléfono público. A punta de pistola, lo obligó a conducir.
Alexander, aterrorizado pero astuto, pasó la noche hablando de la Biblia y poniendo música religiosa, intentando apaciguar a su captor. Condujeron hacia el sur, deteniéndose en un Taco Bell y en una gasolinera. Santobi le advirtió que cualquier movimiento sospechoso le costaría la vida. Ahora estaba a menos de cinco horas de su objetivo principal: Cheryl.
El 5 de julio por la mañana, Alexander ejecutó su plan. Le dijo a Santobi que necesitaba descansar después de conducir toda la noche. Se detuvieron en un área de descanso en la frontera de Mississippi. Alexander fingió quedarse dormido en el asiento. Cuando Santobi bajó del vehículo para ir al baño, Alexander vio su oportunidad. Puso el coche en marcha y huyó a toda velocidad, dejando a Santobi varado.
Pero Mario no se rindió. Usando su encanto y hablando en español, convenció a una familia de turistas hispanos para que lo llevaran. Sin embargo, su notoriedad ya se había extendido. Un guardia del área de descanso lo reconoció por los carteles de «Se Busca» y llamó a la policía. Un conductor también informó haber visto a un hombre que coincidía con su descripción subiendo a una furgoneta.
La policía inundó la interestatal. Menos de media hora después, localizaron la furgoneta. A solo unas millas de la casa de Cheryl Santobi, el vehículo fue detenido. Rodeado y sin escapatoria, Mario Santobi finalmente se rindió.
En la oficina del sheriff, el interrogatorio reveló la profundidad de su narcisismo y su odio. No mostró remordimiento por el asesinato del oficial Turner. Solo quería hablar de Cheryl, de cómo ella «merecía» ser golpeada por su supuesta infidelidad. Sus palabras eran un veneno puro: Debería haberla matado. Me odio a mí mismo ahora porque todavía la amo.
Con Santobi de nuevo tras las rejas, parecía que la pesadilla había terminado. El Agente Borghini y todos los involucrados esperaban no volver a oír su nombre nunca más. Estaban equivocados.
La Segunda Fuga: El Seductor de la Cárcel
El 8 de octubre de 1998, solo cuatro meses después de su captura, el Agente Larry Borghini se dirigía a su oficina cuando notó que la cárcel del condado de Etowah estaba en estado de máxima alerta. Su corazón se hundió. La noticia era increíble: Mario Santobi no estaba en su celda. Había vuelto a escapar.
Esta vez, la fuga era aún más desconcertante. No había señales de fuerza, ni barrotes cortados, ni muros derribados. Era como si se hubiera desvanecido. La investigación interna reveló rápidamente la verdad: tuvo ayuda desde dentro.
Los agentes contactaron a todos los guardias que trabajaban en la prisión. Todos respondieron, excepto una: una guardia femenina. Rápidamente se convirtió en la principal sospechosa. Los interrogatorios a otros reclusos y personal revelaron que ella y Santobi habían desarrollado una relación íntima a través del intercomunicador de la cárcel. Él la había escuchado, la había consolado, le había contado sus propias historias de «injusticia». La había seducido con palabras.
Inicialmente, la guardia lo negó todo. Pero cuando los agentes le hicieron comprender que sería cómplice de cualquier crimen que Santobi cometiera, se derrumbó. Confesó que estaba enamorada de él y explicó cómo había orquestado la fuga desde su puesto de control. Santobi había creado un muñeco en su cama usando pelo que había recogido de la basura y toallas para engañar a los guardias en sus rondas. Luego, la guardia, sin moverse de su silla, pulsó una serie de botones que abrieron cinco puertas de seguridad consecutivas, permitiéndole a Santobi simplemente salir caminando de una cárcel supuestamente segura. Lo guió hasta un ascensor de mantenimiento, que abrió por ambos lados, creando un pasadizo secreto hacia la libertad.
Una vez más, Mario Santobi estaba libre. Una vez más, las fuerzas del orden de todo el país fueron puestas en alerta máxima. Y una vez más, Cheryl Santobi recibió la llamada que era su peor pesadilla. Su exmarido estaba suelto de nuevo, y todos sabían a dónde se dirigía.
El Error Final y la Trampa en Atlanta
Los agentes sabían que esta vez Santobi sería mucho más inteligente. Había tenido tiempo para aprender, para planificar. Cheryl y su hijo fueron trasladados de nuevo a un lugar seguro. La escuela primaria donde ella trabajaba como asistente y donde su hijo estudiaba fue puesta bajo vigilancia armada.
El Agente Especial Mike Green, de la oficina de Atlanta, se ofreció a ayudar. Su teoría era que una gran ciudad como Atlanta, relativamente cerca, sería el escondite perfecto para un fugitivo. No tardaron en confirmar sus sospechas.
El primer avistamiento de Santobi se produjo rápidamente. Un conductor informó haberlo llevado y dejado cerca de la Interestatal 20, la misma carretera que lo llevaría directamente a Cheryl. Pero esta vez, Santobi cometió un error fatal, un error nacido de la emoción y el ego. Comenzó a enviar cartas de amor a la guardia que lo había ayudado a escapar.
El FBI interceptó las cartas. En ellas, Santobi, creyéndose a salvo, bajó la guardia. Describió sus viajes, sus planes e incluso proporcionó una dirección en Atlanta donde la guardia podría contactarlo. Había entregado su ubicación en bandeja de plata.
El 21 de octubre de 1998, el FBI preparó la trampa. Habían localizado a Santobi trabajando como obrero de la construcción en el norte de Atlanta. El Agente Green y Johnny Grant, del Buró de Investigación de Alabama, vigilaban una intersección clave. Vieron la camioneta de un conocido de Santobi aparcada en una gasolinera. El conocido estaba en un teléfono público. Y en el asiento del pasajero de la camioneta, estaba Mario Santobi.
El equipo ideó un plan brillante para evitar un tiroteo en un lugar público. Green detuvo su coche cerca, levantó el capó y fingió una avería. Mientras Grant se ocupaba del «motor», Green caminó hacia el teléfono público, hablando en voz alta para crear una distracción. El momento de distracción fue suficiente. El equipo de respaldo se abalanzó sobre la camioneta. Antes de que Santobi pudiera reaccionar, tenía el cañón de una escopeta presionado contra su mejilla.
Lo sacaron del vehículo y lo esposaron. En una mochila bajo el asiento, encontraron un revólver calibre .357 cargado, una brújula, guantes y cúteres. Estaba preparado para continuar su guerra. Al ser arrestado, sus palabras fueron desoladoras: Ojalá me hubieran matado. No quiero volver a la cárcel.
Juicio, Sentencia y el Fin de la Pesadilla
Mario Santobi fue devuelto a Alabama para enfrentar cargos por el asesinato del oficial Keith Turner. En mayo de 1999, comenzó su juicio por asesinato capital. En un acto de increíble narcisismo, Santobi subió al estrado y realizó una escalofriante recreación del tiroteo, afirmando que había actuado en defensa propia. Su actuación no era para persuadir al jurado; era para él, para ser el centro de atención una última vez, para contar su propia versión retorcida de la historia.
El 14 de mayo de 1999, el jurado lo declaró culpable de asesinato capital.
Tras años en el corredor de la muerte, el final de la historia de Mario Santobi llegó el 28 de abril de 2005. A las 6:22 p.m., a los 39 años, fue ejecutado mediante inyección letal. No hizo ninguna declaración final.
Para Cheryl Santobi, después de más de una década viviendo con un miedo constante, la pesadilla finalmente había terminado. Ella y su hijo estaban a salvo, para siempre.
La vida de Mario Santobi sirve como una trágica lección. Como reflexionó uno de los agentes involucrados, en la vida de cada persona hay una línea brillante. Una línea que, si se cruza, te lleva por un camino del que no hay retorno. En algún momento de su vida, ya fuera al robar en una tienda, al golpear a su esposa por primera vez, o al planear su primera fuga, Mario Santobi vio esa línea. Y decidió cruzarla. Podría haber retrocedido en cualquier momento, pero eligió no hacerlo, adentrándose cada vez más en una oscuridad de la que nunca podría escapar.