Los 4 de Idaho: El Enigma Resuelto
Caso Documentado

Los 4 de Idaho: El Enigma Resuelto

|INVESTIGADO POR: JOKER|TRUE CRIME

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La Noche del Terror en King Road: El Silencio Macabro de los Asesinatos de Idaho

En el corazón del norte de Idaho, en una ciudad universitaria llamada Moscow, la vida transcurría con la tranquila previsibilidad de los lugares donde nunca pasa nada. Moscow no era solo un nombre en el mapa; era un refugio, un lugar clasificado como uno de los más seguros del estado, con una tasa de criminalidad muy por debajo de la media nacional. De sus 25.000 habitantes, casi la mitad eran estudiantes de la Universidad de Idaho, el motor económico y cultural que insuflaba juventud y energía a sus calles. Era un ecosistema de partidos de fútbol, cafeterías bulliciosas, bibliotecas silenciosas y la promesa de un futuro brillante. Sin embargo, en la madrugada del 13 de noviembre de 2022, esa burbuja de seguridad estalló de la forma más brutal e inimaginable, sumiendo a la comunidad en un abismo de miedo y desconcierto. Lo que ocurrió esa noche en una casa de estudiantes en King Road no fue un simple crimen; fue una masacre que parecía arrancada del guion de la película de terror más retorcida, un acto de violencia tan extremo que desafiaba toda explicación. Este es el relato de un caso que se resolvió, pero cuyo eco de dolor y preguntas sin respuesta resuena hasta el día de hoy.

El Escenario del Horror: La Casa del 1122 de King Road

Para entender la magnitud de la tragedia, es fundamental conocer el lugar donde se desató el infierno. La casa, hoy demolida, se erigía en el 1122 de King Road, sobre una colina con vistas a los campos de Palouse, a pocos minutos a pie del campus universitario. Era una construcción moderna de tres plantas y 208 metros cuadrados, pero su diseño, adaptado a la pendiente del terreno, era peculiar y crucial para los acontecimientos. Vista desde un lado, parecía una casa de dos pisos; desde el otro, revelaba su verdadera estructura de tres niveles.

Esta particularidad arquitectónica significaba que la planta baja, la primera, quedaba parcialmente oculta, como un semisótano. La entrada principal tradicional, la que uno esperaría en cualquier hogar, se encontraba en este primer nivel, pero rara vez se usaba. Los residentes y sus amigos solían acceder a la vivienda por una puerta corredera de cristal situada en la segunda planta, que albergaba la cocina y funcionaba como el centro neurálgico de la vida social de la casa. Cada planta contaba con dos dormitorios. La segunda planta era el corazón de la casa, la tercera ofrecía más privacidad y la primera, con sus dos habitaciones, quedaba más aislada del resto. En esta casa, renovada recientemente y por la que pagaban un alquiler considerable, vivían varios estudiantes, y sus puertas, reflejo de la confianza de un pueblo seguro, a menudo permanecían sin cerrar. En el momento de los hechos, el hogar lo compartían varios jóvenes y un adorable perro Golden Doodle llamado Murphy.

Las Vidas Segadas y las Supervivientes

La casa de King Road era un mosaico de sueños, amistades y aspiraciones. Cada uno de sus habitantes tenía una historia, un futuro que se extendía prometedor ante ellos.

Madison Mogen, conocida como Maddie, tenía 21 años. Oriunda de Oregon pero criada en la pintoresca Coeur d’Alene, Idaho, era una estudiante de marketing en su último año. Activa en la hermandad Pi Beta Phi, compaginaba sus estudios con un trabajo de camarera en el restaurante Mad Greek. Maddie era el alma creativa del grupo, una apasionada de las redes sociales que siempre encontraba el ángulo perfecto y la edición ideal para inmortalizar los momentos felices. Soñaba con mudarse a Seattle tras graduarse, trabajar en marketing y formar una familia con su novio, Jack Scringer. Su vínculo más profundo era con su mejor amiga desde la infancia, Kaylee Goncalves. Aunque cada una tenía su propia habitación en la tercera planta, casi siempre dormían juntas, en un gesto de amistad inquebrantable.

Kaylee Goncalves, también de 21 años, era una joven valiente y de corazón inmenso, según sus padres, Steve y Kristi Goncalves, quienes se convertirían en las voces más visibles y críticas durante la investigación. Kaylee, parte de una familia numerosa de cinco hermanos, ya había terminado sus estudios en General Studies y tenía un trabajo esperándola en Austin, Texas. Sin embargo, decidió prolongar su estancia en King Road para pasar más tiempo con sus amigos, especialmente con Maddie. Su presencia en la casa esa noche fue una decisión motivada por el cariño. Trajo consigo a su perro, Murphy, para esos últimos días. Mantenía una relación intermitente con un joven llamado Jack DuCoeur, con quien sus familias esperaban que finalmente se asentara.

Xana Kernodle, de 20 años, era pura energía. Descrita como auténtica, divertida y siempre risueña, estudiaba marketing y, al igual que Maddie, pertenecía a la hermandad Pi Beta Phi y trabajaba en el Mad Greek. Criada principalmente por su padre, Jeff, y muy unida a su hermana Jasmine, Xana había encontrado recientemente el amor en Ethan Chapin, de quien estaba profundamente enamorada. Su habitación se encontraba en la segunda planta, el corazón de la casa.

Ethan Chapin, también de 20 años, no vivía en la casa, pero esa noche se quedó a dormir con su novia, Xana. Ethan era uno de trillizos, junto a sus hermanos Maizie y Hunter, una conexión que sus padres describían como única. Apasionado por los deportes, especialmente el baloncesto y el béisbol, estudiaba Gestión de Recreación, Deporte y Turismo. Formaba parte de una fraternidad donde había conocido a Xana, y su relación era la envidia de muchos.

Además de las cuatro víctimas, en la casa se encontraban dos supervivientes que dormían en la primera planta, el nivel más bajo y aislado.

Dylan Mortensen y Bethany Funke, ambas de 19 años en ese momento, eran compañeras de casa y también estudiantes de la Universidad de Idaho. Ellas ocuparían, sin saberlo, el epicentro de un trauma inimaginable y, posteriormente, de una injusta oleada de sospechas por parte de la opinión pública.

Las Últimas Horas de Inocencia

La noche del 12 de noviembre de 2022 comenzó como cualquier otra noche de fin de semana en una ciudad universitaria. El aire frío de Idaho, con temperaturas bajo cero, no impidió que los jóvenes salieran a divertirse.

Madison y Kaylee pasaron la noche juntas. Alrededor de las diez, fueron al Corner Club, un popular bar deportivo, donde permanecieron hasta la una y media de la madrugada. Después, como es costumbre para muchos estudiantes, se dirigieron a un food truck llamado Grub Truck para comer algo antes de volver a casa. Una transmisión en directo desde el food truck capturó sus últimos momentos en público, imágenes que más tarde serían analizadas hasta la saciedad por detectives de internet. En ellas se veía a un hombre con capucha cerca, lo que desató una oleada de especulaciones infundadas que señalaron a un inocente. A la 1:56 de la madrugada, un Uber las dejó en la casa de King Road.

Entre las 2:26 y las 2:52 de la madrugada, ya en casa, Kaylee y Maddie hicieron varias llamadas a Jack DuCoeur, el exnovio de Kaylee. Las llamadas no obtuvieron respuesta. Inicialmente, este detalle generó confusión, pero la cronología demostró que estas llamadas, probablemente fruto de una noche de fiesta, no tenían relación con el horror que estaba por venir.

Mientras tanto, Xana y Ethan habían estado en una fiesta de la fraternidad Sigma Chi. Regresaron a la casa de King Road sobre la 1:45 de la mañana. Casi tres horas después, a las 4:00 de la madrugada, Xana recibió un pedido de comida a domicilio de DoorDash, confirmando que a esa hora todavía estaban despiertos y a salvo. Los registros telefónicos mostraron que estuvo navegando en TikTok hasta las 4:12 de la mañana.

Dylan y Bethany, por su parte, habían vuelto a casa mucho antes, a la 1:00 de la madrugada, y se retiraron a sus habitaciones en la planta baja para dormir.

La Sombra en la Casa: El Relato de un Testigo Aterrado

El velo de normalidad se rasgó poco después de las cuatro de la mañana. Dylan Mortensen se despertó sobresaltada por ruidos extraños procedentes del piso de arriba. Escuchó lo que le pareció la voz de Kaylee, pasos y un gemido inquietante. El miedo la paralizó. A las 4:22, envió un mensaje a su compañera de planta, Bethany, pero no obtuvo respuesta.

En la oscuridad total, Dylan abrió la puerta de su habitación. Escuchó de nuevo los pasos del perro de Kaylee, Murphy, y algo que le heló la sangre: una voz masculina, que no era la de Ethan, diciendo: It’s okay, I’m going to help you (Está bien, voy a ayudarte). Aterrorizada, cerró la puerta.

Pero la curiosidad y el pánico la llevaron a abrirla una segunda vez. Y entonces lo vio. Una figura masculina, delgada pero de complexión atlética, vestida completamente de negro y con el rostro cubierto por una máscara. Lo único que pudo distinguir fueron unas cejas pobladas. El hombre pasó junto a su puerta sin verla y se dirigió hacia la salida del segundo piso. Dylan, en un estado de shock absoluto, se encerró en su habitación, echó el cerrojo y se quedó petrificada por el terror.

Lo que siguió fue un silencio denso y pesado. Dylan y Bethany permanecieron en sus habitaciones durante casi ocho horas, atrapadas en un estado de pánico y confusión. La casa, normalmente un hervidero de actividad desde primera hora de la mañana, permanecía en un silencio sepulcral. No fue hasta casi el mediodía cuando la ausencia de noticias de sus amigos alertó a su círculo cercano.

El Descubrimiento y una Escena del Crimen Demencial

Preocupados por no poder contactar con ninguno de los residentes, los amigos Emily Allant y Hunter Johnson se presentaron en la casa sobre las 11:30 de la mañana. Encontraron la puerta abierta y entraron a un ambiente de pesadilla. En la planta baja, hallaron a Dylan y Bethany, aterrorizadas pero físicamente ilesas. Ellas no se atrevían a subir, temiendo lo que había ocurrido.

Según reconstrucciones posteriores, fue Hunter quien subió las escaleras. Al llegar al segundo piso, vio la puerta de la habitación de Xana entreabierta. Al empujarla, se topó con una visión dantesca: Xana yacía en el suelo en un charco de sangre. Ethan estaba en la cama, también sin vida, víctima de múltiples heridas de arma blanca. Hunter bajó corriendo, gritando que llamaran al 911, y, pensando que el agresor aún podría estar en la casa, agarró un cuchillo de la cocina. Fue entonces cuando Emily subió y él le impidió ver la escena, diciéndole que Xana no iba a despertar.

La llamada al 911 se realizó, pero no por parte de las supervivientes directas, sino de los amigos que acababan de hacer el macabro descubrimiento. La policía llegó esperando encontrar a una persona inconsciente y se encontró con una carnicería.

La escena del crimen era un testamento de una violencia extrema. En la tercera planta, Kaylee y Madison fueron encontradas juntas en la misma cama. Ambas habían sido apuñaladas múltiples veces. Kaylee presentaba más de veinte heridas, principalmente en cuello, tórax y abdomen, y su rostro había sido brutalmente desfigurado. Madison sufrió heridas fatales en el pulmón y el hígado. Ninguna de las dos presentaba apenas heridas defensivas, lo que sugiere que fueron atacadas por sorpresa mientras dormían.

En la segunda planta, Xana y Ethan yacían en su habitación. Xana había luchado por su vida; su cuerpo presentaba más de cincuenta heridas, muchas de ellas defensivas en sus brazos y torso. Los gemidos y golpes que Dylan escuchó probablemente provenían de su valiente pero inútil resistencia. Ethan, a su lado, tenía una única y devastadora herida bajo la clavícula que le seccionó arterias vitales, causándole la muerte casi instantáneamente.

Las paredes, la ropa de cama, el suelo… todo estaba bañado en sangre. La cantidad era tal que se filtraba a través de la estructura exterior de la casa en la parte trasera. No había signos de ataduras ni amordazamiento. Fue un ataque rápido, silencioso y letal.

En medio del caos y la contaminación de una escena por la que habían pasado cientos de personas en fiestas anteriores, los investigadores encontraron un error fatal del asesino: en el suelo, junto al cuerpo de Madison, había una funda de cuero de un cuchillo de combate tipo Ka-Bar, el arma utilizada por los marines de Estados Unidos. En esa funda se encontró un rastro de ADN masculino y una huella dactilar parcial. Era la primera y más importante pista en la caza del monstruo.

La Caza del Fantasma del Hyundai Blanco

La masacre desató una ola de pánico. La universidad canceló las clases y los estudiantes huyeron de Moscow, temiendo que un asesino en serie anduviera suelto. El FBI se unió a la investigación, desplegando a más de 130 agentes. Mientras tanto, la comunidad y el país entero seguían cada detalle, y la presión sobre la policía crecía a un ritmo vertiginoso. El padre de Kaylee, Steve Goncalves, se convirtió en un feroz crítico de la investigación, acusando a las autoridades de incompetencia en varias apariciones televisivas, revelando detalles que la policía mantenía en secreto.

Tras el análisis de cientos de horas de grabaciones de cámaras de seguridad de la zona, los investigadores se centraron en un vehículo sospechoso: un Hyundai Elantra de color blanco, modelo entre 2011 y 2016, que fue visto merodeando la casa de King Road en repetidas ocasiones la noche del crimen. Las cámaras lo captaron dando varias pasadas entre las 4:04 y las 4:20 de la madrugada, momento en el que se le ve abandonar la zona a gran velocidad. Las mismas cámaras registraron un gemido y un ladrido de perro a las 4:17, corroborando el testimonio de Dylan.

Identificar ese coche era como buscar una aguja en un pajar. Había más de 22.000 vehículos similares registrados en la región. Pero el 29 de noviembre, un oficial de policía del campus de la Universidad Estatal de Washington (WSU), a solo 10 millas de Moscow, identificó un coche que coincidía con la descripción en el aparcamiento de la universidad. Pertenecía a un estudiante de doctorado llamado Bryan Kohberger.

Desenmascarando al Monstruo: El Criminólogo Asesino

La investigación se centró de inmediato en Bryan Christopher Kohberger, un hombre de 28 años que, irónicamente, estaba cursando un doctorado en criminología. Su perfil era, como poco, inquietante. Se descubrió que su teléfono móvil se había desconectado de la red entre las 2:47 y las 4:48 de la madrugada del día de los asesinatos, un intento claro de ocultar su ubicación. Los datos de su teléfono también revelaron que había estado en las inmediaciones de la casa de King Road al menos doce veces en los meses previos al crimen. Y, de forma aún más escalofriante, regresó a la zona para merodear en varias ocasiones después de la masacre.

Kohberger era un estudiante brillante pero socialmente torpe y con un ego desmedido. Sus compañeros lo describían como altivo y estricto. Su historial académico era una bandera roja gigante. Durante su máster, estudió con la reconocida criminóloga Katherine Ramsland, experta en asesinos en serie. Estaba obsesionado con figuras como Ted Bundy y Dennis Rader (BTK). En un foro de Reddit, llegó a publicar una encuesta para un trabajo académico con preguntas tan escalofriantes como: ¿Cómo planeaste tu crimen? ¿Cómo elegiste a tu víctima? ¿Qué sentiste después? Sus trabajos giraban en torno al deseo de saber qué se siente al matar y la construcción del ego criminal.

Testimonios posteriores revelaron un lado aún más oscuro. Una mujer que tuvo una cita con él a través de Tinder contó cómo le habló de forma morbosa sobre cuchillos Ka-Bar. Se supo también de su obsesión con Elliot Rodger, el misógino asesino de Isla Vista.

Mientras la policía estrechaba el cerco, Kohberger cometió otro movimiento arriesgado. A mediados de diciembre, su padre voló a Washington para acompañarlo en un viaje por carretera de casi 4.000 kilómetros de vuelta a casa de sus padres en Pensilvania para pasar las Navidades. Durante ese viaje, fueron detenidos por la policía en dos ocasiones en Indiana por infracciones de tráfico menores. En ese momento, los agentes no sabían a quién tenían delante.

Una vez en Pensilvania, el FBI montó una operación de vigilancia discreta alrededor de la casa de su familia. Necesitaban una prueba de ADN irrefutable. La consiguieron de la manera más mundana posible: recogiendo la basura de la familia. El ADN obtenido de la basura del padre de Bryan confirmó con una probabilidad abrumadora que el ADN encontrado en la funda del cuchillo pertenecía a su hijo biológico.

El 30 de diciembre de 2022, un equipo de asalto del FBI irrumpió en la casa y arrestó a Bryan Kohberger. El criminólogo que estudiaba a los asesinos en serie era, en realidad, uno de ellos.

Justicia, Dolor y un Abismo de Preguntas

Tras su extradición a Idaho, el proceso judicial se puso en marcha. Se esperaba un juicio largo y mediático, en el que la fiscalía buscaría la pena de muerte. Las familias de las víctimas se preparaban para revivir el horror con la esperanza de obtener respuestas y la máxima justicia posible.

Sin embargo, en un giro inesperado, Bryan Kohberger llegó a un acuerdo con la fiscalía. Se declaró culpable de los cuatro cargos de asesinato en primer grado y de un cargo de robo (la entrada ilegal en la vivienda se tipifica así en Idaho). A cambio, la fiscalía retiró la petición de pena de muerte.

Esta decisión fue un nuevo golpe para las familias. Les arrebató la oportunidad de un juicio público donde todas las pruebas salieran a la luz y donde el mundo pudiera ver la magnitud de la depravación de Kohberger. Aun así, durante la audiencia de sentencia, tuvieron la oportunidad de enfrentarse a él.

Las declaraciones de los familiares fueron un torrente de dolor, rabia y desolación. La madre de Kaylee le dijo: Te espera el infierno. Su padre, Steve, le gritó: Tú solo serás dos iniciales grabadas en una tumba sin nombre. Las hermanas, abuelos y padrastros de las víctimas hablaron de vacío, de futuros robados, de cumpleaños y graduaciones que nunca ocurrirían. Dylan y Bethany, las supervivientes, hablaron de los ataques de pánico, la culpa y la ansiedad constante, y de cómo su rostro se había quedado grabado en sus mentes para siempre.

A lo largo de toda la audiencia, las familias le rogaron una y otra vez que diera una razón, un porqué. Pero Bryan Kohberger permaneció en silencio, con la mirada vacía, sin ofrecer ni una sola palabra de explicación o remordimiento.

El juez, visiblemente emocionado y con lágrimas en los ojos, lo llamó un cobarde sin rostro y lamentó no poder ofrecer a las familias la respuesta que tan desesperadamente buscaban. Condenó a Bryan Kohberger a cuatro cadenas perpetuas consecutivas sin posibilidad de libertad condicional, más diez años adicionales por el robo y una multa económica. Pasará el resto de sus días en una prisión de máxima seguridad.

El caso de los estudiantes de Idaho está legalmente cerrado. El culpable está entre rejas. Pero el misterio central persiste, flotando como una niebla densa sobre la memoria de las víctimas. ¿Por qué lo hizo? ¿Conocía a alguna de las víctimas? ¿Fue Kaylee el objetivo principal, como algunos han especulado? El motivo, esa pieza que, aunque no devuelve la vida, ofrece un cierre a la psique humana, nunca fue revelado. El silencio de Bryan Kohberger es su último acto de crueldad, dejando a las familias y a una nación entera con una herida abierta y una pregunta eterna que resuena en la casa vacía de King Road: ¿por qué?

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