
Los Asesinatos de la Maleta: Al Descubierto la Desaparición de la Familia Longo
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La Sombra de la Costa: El Padre Perfecto que Arrojó a su Familia al Océano
En una mañana gélida en el pequeño pueblo costero de Waldport, Oregón, la tranquilidad se rompió de la forma más espantosa posible. Un hombre que caminaba solitario por la playa, con la brisa salada del Pacífico como única compañía, divisó algo anómalo flotando en las aguas de la bahía de Alsea. Su llamada al 911 activó una cadena de eventos que desvelaría una historia de engaño, crueldad y una oscuridad tan profunda que desafiaba toda comprensión. La oficina del Sheriff del condado de Lincoln, a casi 30 kilómetros de distancia en Newport, envió a los detectives Dennis Bossi y Trish Miller, quienes serían los primeros en enfrentarse al inicio de una pesadilla.
Al llegar a la escena, los detectives quedaron estupefactos. Lo que flotaba en el agua era el cuerpo de un niño pequeño, vestido únicamente con su ropa interior. Por su tamaño, estimaron que tendría entre tres y cuatro años. Lo más desconcertante era su apariencia impecable. Estaba perfectamente aseado; incluso sus uñas de manos y pies estaban cuidadas. Era la imagen de un niño amado y bien atendido. No había signos visibles de violencia, ninguna herida que explicara su muerte. La hipótesis inicial, la más lógica y esperanzadora, era un trágico ahogamiento accidental.
Los investigadores esperaban, con el corazón en un puño, la llegada inminente de unos padres desesperados. Imaginaban una llamada frenética, un coche derrapando en la arena, un grito de angustia al reconocer a su hijo. Pero las horas pasaron en un silencio espeso y antinatural. Nadie se presentó. Nadie reportó la desaparición de un niño. El pequeño parecía haber surgido de la nada, un fantasma arrastrado por la marea. Fue entonces cuando la horrible sospecha comenzó a instalarse en la mente de los detectives: esto era algo más que un accidente.
La muerte inexplicable de un menor fue suficiente para activar al equipo de crímenes mayores de la zona, una fuerza conjunta de agencias locales, estatales y federales. Y cuando el misterio se torna impenetrable, cuando la maldad parece no tener rostro, se recurre a los mejores. El FBI, la agencia de aplicación de la ley más sofisticada del mundo, se unió a la investigación. El Agente Especial Mike Hullman, un veterano con 17 años de experiencia en la Oficina, contactó de inmediato a la oficina del sheriff para ofrecer su ayuda. Para Hullman y el FBI, los casos de niños desaparecidos o fallecidos tienen la máxima prioridad. La experiencia le decía que podía tratarse de un accidente, pero también de algo mucho peor: un secuestro infantil, un homicidio.
El equipo se movilizó con urgencia. El primer y más crucial paso era identificar al niño. Sin un nombre, no tenían nada. Era un fantasma, y los fantasmas no tienen historias que contar. Se estableció un puesto de mando y la investigación comenzó en serio. Los agentes peinaron la comunidad, llamando a cada puerta, mostrando fotografías del pequeño, preguntando a los residentes si habían visto algo inusual, si conocían a alguna familia con un niño de esa edad que estuviera de visita. Pero no encontraron nada. No había un solo hilo del que tirar.
Las hipótesis se multiplicaban. Quizás el niño era víctima de un extraño accidente de coche. La Guardia Costera sobrevoló la bahía y las carreteras forestales cercanas, buscando cualquier señal de un vehículo que se hubiera salido del camino y caído al agua. Se barajaba la posibilidad de que una familia entera estuviera muerta o ahogada en alguna de las vías fluviales. Pero cada búsqueda terminaba en un callejón sin salida.
Desesperados por obtener una pista, la policía decidió hacer pública la historia. Se difundió una fotografía del niño, un retrato robot, a los medios de comunicación locales. La imagen apareció en los periódicos y en las noticias de la televisión, una cara inocente pidiendo ser reconocida.
Fue entonces cuando la primera pieza del rompecabezas cayó en su lugar. En casa de sus padres, una joven llamada Denise Thompson vio el noticiero. El dibujo en la pantalla le provocó un escalofrío. Llamó a su madre, con la voz temblorosa, y le dijo que mirara la televisión. El rostro del niño le resultaba terriblemente familiar. Era idéntico a Zachary, el hijo de un compañero de trabajo. Conozco a ese niño, pensó, en estado de shock.
Denise trabajaba en una cafetería local con un hombre llamado Christian Longo. Hacía apenas unos días, ella había cuidado de los hijos de Christian: Zachary, de cuatro años, y sus dos hermanas menores. Sintió que debía hacer algo. Casualmente, su vecino era el sheriff local. Lo llamó de inmediato y le dijo que creía saber quién era el niño encontrado en la bahía.
Le contó a los investigadores todo lo que sabía. El padre del niño se llamaba Christian Longo. Él, su esposa Mary Jane, y sus tres hijos, Zachary, Sadi y Madison, se habían mudado a Newport hacía apenas seis semanas. Eran nuevos en la ciudad. La policía se apresuró a dirigirse al condominio de la familia Longo, un elegante apartamento en la costa de Newport. Pero al llegar, no encontraron a nadie en casa.
El interior del apartamento era inquietante en su normalidad. Estaba impecablemente limpio, ordenado. No había señales de una partida apresurada ni de ningún tipo de altercado. Parecía como si la familia pudiera regresar en cualquier momento. Los investigadores buscaban desesperadamente cualquier cosa que pudiera indicar su paradero, pero la familia había desaparecido sin dejar rastro. El mayor problema era que nadie los conocía realmente. En una comunidad tan unida, los Longo eran extraños. No tenían amigos cercanos ni familiares en el condado de Lincoln.
El FBI amplió la búsqueda a nivel nacional, contactando a sus oficinas en todo el país para localizar a cualquier amigo o pariente de los Longo. Necesitaban saber si alguien había estado en contacto con ellos, si tenían teléfonos móviles, cualquier dato que pudiera ayudar a encontrarlos. Mientras tanto, con la familia desaparecida, Denise Thompson era la única persona que podía identificar formalmente el cuerpo de Zachary. Se le pidió que acudiera a la mañana siguiente.
Esa misma noche, mientras los agentes intentaban desentrañar el misterio en tierra, un equipo de buzos de la policía se sumergió en las frías aguas donde Zachary había sido encontrado, buscando pistas sobre su muerte. No tenían ni idea de lo que estaban a punto de descubrir.
Un Horror que Emerge de las Profundidades
Lo que el equipo de buzos encontró en el lecho marino transformó un misterio trágico en una escena de horror puro. Descubrieron un saco de dormir sumergido en el agua. Dentro, estaba el cuerpo de otra niña. Era una pequeña de unos tres años, vestida, al igual que su hermano, solo con ropa interior. La visión era desgarradora, pero un detalle macabro confirmó las peores sospechas de los investigadores. Alrededor de su tobillo había una funda de almohada atada, y dentro de la funda, una pesada roca la anclaba al fondo. En ese instante, cualquier duda se disipó. Esto no era un accidente. Era un homicidio.
Los investigadores supieron casi con certeza que se trataba de la hermana menor de Zachary, Sadi Longo, de tres años. El parecido físico era evidente. La búsqueda continuó en la oscuridad del agua, y poco después, encontraron un segundo saco de dormir y otra funda de almohada, también llena de rocas. Esta segunda funda proporcionó una pista terrible sobre cómo había muerto Zachary. Asumieron que él también había sido lastrado con una roca de la misma manera, pero que de alguna forma se había liberado y su cuerpo había flotado hasta la superficie.
La brutalidad del crimen abrumó incluso a los investigadores más experimentados. Era una imagen de pesadilla, una escena que ninguno de ellos olvidaría jamás. Mike Hullman, el agente del FBI, confesó que fue la primera vez en su carrera que se derrumbó y rompió a llorar. La capacidad de distanciarse emocionalmente, una herramienta esencial para sobrevivir en su profesión, se hizo añicos ante la visión de esos niños asesinados y desechados.
La pregunta que atormentaba a todos era insondable: ¿Quién mataría a unos niños de una forma tan fría y metódica? ¿Y por qué? Los Longo eran desconocidos en la comunidad, lo que hacía el misterio aún más profundo. Los investigadores no sabían si estaban buscando a un familiar trastornado o a un depredador depravado que había elegido a su presa al azar. El resto de la familia Longo seguía desaparecida, y con un asesino de niños suelto, el tiempo corría en contra. ¿Eran Zachary y Sadi las únicas víctimas o solo el comienzo de una masacre? Nadie lo sabía. La incertidumbre era aterradora.
La comunidad de Newport se sumió en el miedo. La idea de que un asesino sin rostro pudiera estar entre ellos era paralizante. La gente dormía con armas cerca de sus camas, temiendo ser los siguientes. Si el asesino mataba a desconocidos, cualquiera podría ser una víctima.
Con pocas pistas, el equipo de investigación tuvo que depender de la ayuda del público. La información comenzó a llegar a través de una línea telefónica habilitada. Mucha gente se presentó para contar cualquier cosa que pudiera haber presenciado. Cada pista, por pequeña que fuera, era seguida meticulosamente.
Una llamada reportó un coche misterioso merodeando por un parque donde jugaban niños. Los investigadores buscaron el vehículo, pero no lo encontraron. Otra llamada, mucho más interesante, provino de un hombre que, la noche antes de que se encontrara el cuerpo de Zachary, se había detenido en el puente cerca de donde flotaba el niño para ayudar a un hombre con problemas en su coche. Según el testigo, el coche del hombre tenía las luces de estacionamiento encendidas. Se detuvo y le preguntó si todo estaba bien. El hombre le respondió que una luz se había encendido en el tablero y que estaba esperando a que se apagara. Rechazó la ayuda, asegurando que todo estaba en orden. Al testigo le pareció extraño, pero no anotó el modelo del vehículo ni la matrícula. Solo pudo dar a la policía una vaga descripción del hombre.
Frustrados, los detectives volvieron a centrarse en la única persona de interés que tenían: el hombre que había encontrado el cuerpo de Zachary. En una investigación criminal, la persona que descubre a la víctima es siempre objeto de escrutinio. A veces, los culpables intentan insertarse en la investigación para desviar las sospechas. Lo llevaron para un interrogatorio más intenso y descubrieron que tenía un historial de violencia contra niños. El hombre lo negó todo.
La sospecha creció cuando los agentes revisaron el lugar donde el hombre afirmó haber estado la noche anterior: una reunión de Alcohólicos Anónimos. Rociaron luminol en el baño del edificio, una sustancia que reacciona a la presencia de sangre. El resultado fue alarmante: las paredes del baño se iluminaron. Los investigadores pensaron que habían encontrado a su hombre. La teoría era que había llevado al niño allí y lo había matado en el baño. Se recogieron muestras de sangre y se enviaron al laboratorio para su análisis.
Mientras esperaban los resultados, la búsqueda de la familia Longo continuaba. El FBI inició una exhaustiva investigación de antecedentes de los padres. Descubrieron que la madre, Mary Jane Baker, había nacido en 1967 en Ann Arbor, Michigan, y era una de seis hermanos. Sus padres se divorciaron en los años 70 y su madre los crió a todos como Testigos de Jehová. Fue una infancia estricta, dominada por la fe.
Mary Jane conoció a Christian Longo cuando ella tenía veintitantos años y trabajaba como secretaria. Aunque él solo tenía 17, tenían mucho en común, incluyendo padres divorciados y su fe compartida. Christian era un joven de buenos modales, atractivo y alejado de las fiestas y los vicios. Para Mary Jane, que nunca había salido con nadie, Christian fue su primer y único amor. El hermano de Mary Jane, Mark Baker, recordaba que ella adoraba a Chris. Su único objetivo en la vida era ser madre y esposa.
Se casaron en la primavera de 1993 y pronto formaron una familia. Zachary nació en 1997, seguido de Sadi y Madison. Mary Jane era una madre devota. Sus hijos siempre estaban bien vestidos, felices y cuidados. Christian, por su parte, fundó una empresa de limpieza de obras de construcción. El negocio despegó y trabajó duro para mantener a su familia mientras Mary Jane se quedaba en casa con los bebés. Parecían la familia perfecta, una imagen idílica de éxito y felicidad.
Pero esa imagen perfecta se hizo añicos. El negocio de Christian se derrumbó. Varios de sus clientes se retrasaron en los pagos y él no pudo cubrir las nóminas. Avergonzado por su fracaso y ahogado en deudas, Christian decidió hacer un nuevo comienzo. En septiembre de 2001, sin decirle a nadie los detalles de su ruina, trasladó a su familia hacia el oeste. Aterrizaron en Newport, Oregón, donde Christian encontró un apartamento frente al mar y consiguió un trabajo en una cafetería para salir adelante.
Allí conoció a Denise Thompson. Se hicieron amigos al instante. Christian era un tipo divertido, sonriente, un joven padre de familia. Denise, sintiendo pena porque los Longo no conocían a nadie en la ciudad, quiso ayudarlos a sentirse bienvenidos en esa comunidad tan unida. Se ofreció a cuidar de los niños para que la joven pareja pudiera tener una cita. Una noche, Christian y Mary Jane salieron a cenar y al cine mientras Denise cuidaba de Zachary y Sadi. Eran niños encantadores, fáciles de cuidar, bien educados. A Denise le resultaba imposible imaginar que alguien pudiera hacerles daño a esas criaturas.
Los agentes del FBI tampoco podían imaginarlo, pero comenzaban a hacerse preguntas difíciles. ¿Estaban los Longo en problemas más graves de lo que nadie sabía? ¿Huyeron de alguien, de un acreedor, de alguien a quien Christian había estafado? Los escenarios eran infinitos y aterradores. ¿Quién había asesinado a sangre fría a dos niños inocentes? ¿Y estaban reteniendo al resto de la familia como rehenes, o algo peor? La pregunta seguía en el aire, cada vez más pesada: ¿Había más cuerpos ahí fuera?
El Último Velo Cae
Durante ocho días, Christian, Mary Jane Longo y su hija menor, Madison, estuvieron oficialmente desaparecidos. La principal prioridad de los investigadores era encontrar a Mary Jane y a la pequeña Madison. No sabían si estaban vivas o muertas; solo sabían que debían encontrarlas.
El único sospechoso que tenían, el hombre que encontró el cuerpo de Zachary, fue sometido a una prueba de detector de mentiras. La pasó. Uno de los investigadores que lo entrevistó sintió que decía la verdad, ya que muchas de sus declaraciones iban en contra de su propio interés. Poco después, el laboratorio criminalístico confirmó que la sangre encontrada en el baño no era de Zachary. Resultó que el lugar era frecuentado por toxicómanos que se inyectaban allí, dejando rastros de sangre. Con esto, la investigación volvía al punto de partida.
Los agentes intensificaron la búsqueda de los Longo, reconstruyendo minuciosamente cada uno de sus pasos. Un analista del FBI en Oregón se dedicó a rastrear cada fragmento de información sobre ellos. El avance llegó desde un hotel donde la familia se había alojado durante sus primeros días en Newport. Una limpiadora había encontrado objetos que la familia había dejado atrás: un álbum de fotos familiares, huellas dactilares y de pies de los bebés, certificados de nacimiento y, lo más alarmante, el permiso de conducir de Mary Jane.
Para el equipo de investigación, este descubrimiento fue un presagio oscuro. Una madre no abandona los álbumes de fotos de sus hijos. No se deshace de su identificación. Algo iba terriblemente mal. Llenos de un pavor creciente, las autoridades enviaron de nuevo a los buzos al agua, esta vez cerca del condominio de los Longo. Sus peores temores se confirmaron de la manera más grotesca.
Debajo de los muelles, los buzos encontraron dos maletas. Lo que los sobresaltó fue ver cabello humano saliendo por la cremallera de una de ellas. Las maletas fueron llevadas al muelle. Dentro de una estaba el cuerpo de Mary Jane. En la otra, el de la pequeña Madison. Ambas habían sido estranguladas y sus cuerpos doblados para caber en el interior. Mary Jane había sido despojada de toda su ropa. La brutalidad del acto, y la humillación infligida a una mujer modesta y religiosa, golpeó a los investigadores con una fuerza devastadora. Para el hermano de Mary Jane, fue una herida que nunca sanaría.
Ahora, solo una pregunta quedaba en la mente de todos. ¿Dónde estaba Christian Longo? ¿Encontrarían pronto su cuerpo flotando en la costa de Oregón, la última víctima de esta masacre? ¿O podría este padre aparentemente amoroso haber asesinado a toda su familia y huido?
La policía interrogó de nuevo a Denise Thompson, quien ahora era sospechosa de ser la última persona en ver a la familia Longo con vida. Denise recordó un detalle que antes no le había parecido significativo, pero que ahora cobraba una importancia crucial. La noche en que cuidó de los niños, justo días antes de la muerte de Zachary, Christian Longo parecía angustiado cuando regresó de su cita. Eran las once de la noche y sus ojos estaban rojos, como si hubiera estado llorando.
Unos días después, en el trabajo, Christian sorprendió a Denise con una noticia inesperada. Le dijo que tenía algo que contarle. Con una seriedad sombría, le confesó que su esposa lo estaba abandonando, que se había llevado a los niños y se había ido. Esa fue la última vez que Denise vio a Christian. Unos días más tarde, cuando fue a recoger su cheque, él no estaba. El gerente le dijo que no se había presentado a trabajar. Denise se preocupó al instante. Pensó que, con su esposa e hijos habiéndole abandonado, tal vez Christian había hecho lo peor y se había quitado la vida.
Los agentes quedaron atónitos con esta nueva revelación. ¿Christian mató a su familia en un ataque de ira y luego se suicidó? Sus amigos y compañeros de trabajo se indignaron ante la sugerencia. Conocían a Christian y juraban que no era un asesino. Pero los agentes temían que la razón de su desaparición fuera otra muy distinta. La imaginación volaba hacia los escenarios más oscuros.
Sus sospechas se confirmaron cuando profundizaron en el pasado de Christian y descubrieron que tenía un largo historial de engaños. Aunque tuvo una educación normal, sus propios padres admitieron que tenía ciertos trastornos de personalidad. Mentía constantemente. Había estafado a sus propios padres una gran cantidad de dinero. El engaño era un patrón en su vida. Era un mentiroso, un ladrón y un manipulador, todo ello oculto tras una fachada encantadora.
Descubrieron que cuando su negocio de construcción en Michigan empezó a tener problemas, comenzó a emitir cheques a su propio nombre desde la cuenta de la empresa para mantener las apariencias. Llevaban un alto nivel de vida, con coches nuevos y lujos que no podían permitirse. Escribió cheques sin fondos a sus empleados, falsificó otros. Estaba metido en problemas hasta el cuello.
Su comportamiento fraudulento finalmente lo alcanzó. Mientras cobraba un cheque en un banco, se dio cuenta de que el cajero lo miraba con sospecha. Presa del pánico, huyó, dejando atrás su identificación. Fue arrestado por emitir cheques sin fondos y su secreto salió a la luz. Christian recibió libertad condicional, pero fue repudiado por la iglesia de los Testigos de Jehová, a la que pertenecía la familia. Mary Jane se vio obligada a compartir su vergüenza, siendo rechazada por la comunidad.
Christian trasladó a la familia a un almacén en ruinas en Ohio, con la intención de convertirlo en un apartamento. Pero continuó con sus estafas para pagar las facturas. Robó varias piezas grandes de maquinaria de construcción e intentó revenderlas. El posible comprador sospechó y lo denunció a la policía. Cuando un detective fue a buscar más información para obtener una orden de arresto, Christian, sintiendo que estaba a punto de ser atrapado, huyó de nuevo.
En cuestión de dos horas, la familia había desaparecido. No dio tiempo a su familia ni para hacer las maletas, arrancándolos una vez más de su comunidad, esta vez hacia el oeste, dejando atrás todo lo que conocían. En el almacén quedaron innumerables objetos personales: la ropa de Mary Jane, su vestido de novia, su Biblia, todos sus álbumes de fotos. Eran posesiones preciadas que nadie abandonaría voluntariamente. Mary Jane perdió el contacto con su familia y prácticamente desapareció. Christian la había aislado de todo y de todos, atrapándola en una red de dependencia total.
Su familia en Michigan, preocupada, denunció su desaparición a la policía de Toledo. Sin embargo, la denuncia fue cancelada después de que recibieran una postal de Mary Jane enviada desde Dakota del Sur. En ella decía que estaban bien, que Chris buscaba trabajo y que llamaría cuando se establecieran.
Los investigadores ahora sabían que Christian Longo no era el hombre que aparentaba ser. Pero aún no sabían si estaba muerto o si había huido una vez más. Todo cambió cuando recibieron una llamada asombrosa de su antiguo empleador en Newport. Christian Longo estaba vivo. De hecho, acababa de solicitar trabajo en un Starbucks de San Francisco. Y para colmo de la arrogancia, había utilizado el nombre de su antiguo gerente y de varios de sus amigos de Oregón como referencias en su solicitud.
En ese momento, todas las piezas encajaron. Los investigadores supieron a quién estaban persiguiendo. Christian Longo era el hombre que se detuvo en el puente con supuestos problemas en el coche. Era el asesino.
La Caza y la Máscara Final
La audacia de Christian Longo era increíble. Revelar su paradero de una manera tan descuidada era el acto de un narcisista que se creía intocable. El FBI actuó de inmediato. La oficina de San Francisco envió agentes a vigilar el Starbucks, esperando que regresara. Pero Longo nunca apareció. Estaba huyendo, moviéndose demasiado rápido, pero dejando un rastro de migas de pan digitales.
Utilizó un número de tarjeta de crédito robado para hacer compras. Los agentes rastrearon el número y descubrieron que había comprado un billete de avión de San Francisco a Texas, y de allí a Cancún, México. Christian se dirigía al sur de la frontera, a un conocido refugio para fugitivos estadounidenses. En aquella época, los pasaportes no eran necesarios para que los ciudadanos estadounidenses viajaran a México, lo que lo convertía en un destino ideal para esconderse.
Lo que Christian no sabía era que el Agente Especial Dan Kle estaba destinado en México precisamente para casos como el suyo. El FBI incluyó a Christian Longo en su lista de los Diez Más Buscados. Se distribuyeron carteles con su rostro por todo Cancún y sus alrededores, en cibercafés, estaciones de autobuses, paradas de taxis, cualquier lugar que un fugitivo estadounidense pudiera frecuentar. La esperanza era que alguien lo reconociera.
Y funcionó. En menos de 48 horas, recibieron un aviso. Un guía turístico informó que le había dado un tour a un hombre que encajaba con la descripción de Longo unos días antes y lo había dejado en un campamento a unos 80 kilómetros de Cancún.
Los agentes rodearon discretamente el campamento. Vigilaron una cabaña y encontraron a Christian Longo, disfrutando de su libertad bajo un nombre falso. No parecía estar de luto. De hecho, mantenía una relación sentimental con una joven fotógrafa alemana a la que había conocido. Había adoptado una nueva identidad: ahora era un periodista freelance, tejiendo una nueva red de mentiras. Mientras vivía esta doble vida, no tenía ni idea de que las autoridades estaban a punto de cerrar el cerco sobre él.
La policía mexicana irrumpió en la cabaña, lo agarró y lo sacó a la fuerza. El Agente Kle se identificó como miembro del FBI. Longo, confundido, dijo que su nombre era Michael. Kle, sosteniendo el cartel de «Se Busca», le respondió: Christian Michael Longo, ¿verdad? Longo, al verse acorralado, reconoció su identidad. Finalmente, fue arrestado sin incidentes.
El Agente Kle le planteó sus opciones sin rodeos. Podía aceptar voluntariamente regresar a Estados Unidos o podía luchar contra la extradición desde una celda en una cárcel mexicana. La perspectiva de quedar atrapado en el sistema penitenciario mexicano lo aterrorizó. Christian Longo aceptó regresar.
Durante el vuelo de regreso a Estados Unidos, el Agente Kle comenzó a interrogarlo. Con pocas pruebas físicas que vincularan directamente a Longo con los crímenes, una confesión era crucial. Kle intentó que Longo contara la historia de lo que les había sucedido a su esposa e hijos. Pero Longo no admitió haberlos matado directamente. En su lugar, envolvió sus respuestas en un velo de retórica religiosa.
Tuvieron una profunda discusión sobre sus creencias, sobre a dónde van las personas después de morir. Longo le explicó que, según su fe, simplemente se van a dormir. Kle le preguntó directamente si ahí es donde estaba su familia en ese momento. Longo respondió que sí, que estaban en un estado de sueño. Cuando Kle le preguntó por qué lo había hecho, Longo dijo que quería que estuvieran en un lugar mejor. Fue lo más cercano a una confesión que obtuvieron en ese momento.
En febrero de 2003, apenas un mes antes de su juicio por asesinato capital, Christian Longo sorprendió a las autoridades. Se declaró culpable del asesinato de su esposa Mary Jane y de su hija menor, Madison. Sin embargo, se negó a decirle al juez cómo o por qué las había matado, y mantuvo su inocencia en la muerte de Zachary y Sadi. Fue una maniobra legal, quizás un intento de evitar la pena de muerte, pero para los investigadores, era solo más ruido, más manipulación.
El juicio, muy mediático, comenzó el 10 de marzo de 2003. La familia de Mary Jane estaba aterrorizada de que pudiera salirse con la suya. Sabían que Chris era un estafador tan bueno que temían que pudiera convencer al jurado de su inocencia.
Cuando Christian subió al estrado, contó una historia monstruosa. Afirmó que llegó a casa y encontró a Zachary y Sadi muertos, asesinados por Mary Jane. Dijo que ella había tenido un ataque de rabia y los había matado, arrojándolos al agua. Longo afirmó que entonces, cegado por la ira, estranguló a su esposa. En cuanto a la bebé Madison, dijo que estaba luchando por respirar, así que él terminó el trabajo para acabar con su sufrimiento.
Fue el acto final de profanación. No solo había matado a su esposa, sino que ahora arrastraba su nombre por el barro, acusándola de ser una asesina de niños frente al mundo entero. Su arrogancia era palpable. Estaba convencido de que podía engañar a todos.
Pero el jurado no compró su historia. Lo declararon culpable de cuatro cargos de asesinato con agravantes. La familia de Mary Jane sintió un alivio inmenso. La justicia, por fin, se había cumplido. Una semana después, Christian Longo fue condenado a la pena de muerte.
En la sala del tribunal, se levantó para hacer un comentario. Con una frialdad que heló la sangre de los presentes, dijo unas palabras que resumían su psicopatía: Esto es una llamada de atención para mí.
Más tarde, en una entrevista desde la cárcel, Christian admitió la verdad. Había matado deliberadamente a toda su familia porque estaba arruinado financieramente y no quería que fueran testigos de su fracaso. Le contó a un periodista que había decidido matar a Mary Jane solo unas horas antes de hacer el amor con ella por última vez. Mientras estaban juntos, se dio cuenta de que era la oportunidad perfecta, y la estranguló.
La secuencia completa de los hechos era de una crueldad metódica y escalofriante. Después de matar a Mary Jane, metió su cuerpo en una maleta. Luego mató a Madison y la metió en otra. Añadió ropa y un peso de buceo a las maletas para asegurarse de que se hundieran. Las llevó a los muelles y las arrojó al agua.
Regresó a su condominio, subió a sus dos hijos mayores, Zachary y Sadi, al coche y condujo hasta el puente de Lint Slough en Waldport. Allí, en la oscuridad de la noche, los arrojó al agua helada. Momentos después de ahogar a sus hijos, un buen samaritano se detuvo para ofrecerle ayuda, pensando que tenía problemas con el coche. Christian, con la misma calma con la que había mentido toda su vida, lo despachó y se libró del problema. Luego, condujo de vuelta a casa y asistió a una fiesta de Navidad de la empresa.
Christian Longo ahora espera su ejecución en el corredor de la muerte. En 2011, en un último intento de manipulación y de acaparar la atención, intentó convertirse en donante de órganos, afirmando que sería una penitencia por sus actos de odio. Estaba dispuesto a renunciar a sus apelaciones y aceptar la pena de muerte con la condición de que pudiera donar sus órganos a la ciencia. Era una última jugada para controlar la narrativa, para presentarse como algo más que un monstruo. Las autoridades de Oregón denegaron su petición, negándole su último acto de protagonismo.
La historia de Christian Longo es un recordatorio aterrador de que el mal a menudo se esconde detrás de la fachada más encantadora y normal. La imagen de la familia perfecta se desmoronó para revelar un vacío de narcisismo y egoísmo tan absoluto que prefirió aniquilar a todos los que amaba antes que enfrentar la vergüenza de su propio fracaso. Cuatro vidas inocentes, arrojadas a las frías aguas de la costa de Oregón, como si no fueran más que basura, un secreto oscuro que su asesino esperaba que el océano guardara para siempre.

