
María Pia Labianca: Un Misterio en Forma de Cruz
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Bienvenidos a Blogmisterio, el rincón donde las sombras del pasado se alargan para contarnos historias que se niegan a ser olvidadas. Hoy nos adentramos en el corazón de Puglia, en el sur de Italia, para desenterrar un caso que sacudió a una comunidad y que, con el paso de los años, ha quedado sepultado bajo el peso del tiempo. Es una historia de amor juvenil, obsesión y un crimen tan atroz que su proceso judicial se extendió durante catorce largos y agónicos años. Esta es la trágica e injusta historia de Maria Pia La Bianca.
Una Vida Llena de Sol en Gravina
Para entender la oscuridad que se cernió sobre ella, primero debemos conocer la luz que irradiaba. Maria Pia La Bianca nació el 16 de julio de 1979 en Gravina, Puglia, en el seno de una familia humilde y profundamente unida. Sus padres, Nicola y Maria, junto a sus hermanos Angela y Francesco, formaban un núcleo familiar ordinario, de esos que se construyen sobre el amor cotidiano y la tranquilidad de una vida sencilla.
Quienes la conocieron la describen como una persona simple pero determinada, de carácter apacible y una gentileza innata. La madre de una de sus amigas la recordaría como una persona buena, quizás demasiado buena. Maria Pia poseía también una belleza natural, de agua y jabón, que no pasaba desapercibida para los chicos de su edad. Tenía varios pretendientes, atraídos no solo por su físico, sino por su forma de ser, su alegría y su contagiosa sed de vida. Era una joven solar, apasionada por la danza y por exprimir cada momento.
Durante la secundaria, después de algunos romances adolescentes, Maria Pia inició su primera relación seria. Se enamoró de Giovanni Pupillo, un chico tres años mayor que ella. Nacido en 1976 y también de Gravina, Giovanni era un joven respetado en el pueblo. Pertenecía a una familia conocida, propietaria de una popular tienda de electrodomésticos donde él mismo trabajaba con su padre. Era el mayor de cuatro hermanos y estudiaba en la universidad.
Giovanni no era un joven cualquiera. Poseía una inteligencia afilada y un don para la palabra. Era de esas personas que embelesan, que tejen redes con sus discursos, y Maria Pia cayó completamente bajo su hechizo. El amor entre ellos era intenso, casi febril. No podían estar separados el uno del otro. Su pasión llegó a tal extremo que un día decidieron sellar su amor con un pacto de sangre: se hicieron un pequeño corte en el brazo y unieron sus heridas, prometiéndose amor eterno. Pero a los 17 años, el concepto de para siempre es frágil y volátil.
En el verano de 1997, la relación se rompió. Giovanni no tardó en empezar a salir con otra chica del pueblo, Costanza, pero su mente y su corazón seguían anclados en Maria Pia. A espaldas de su nueva novia, ambos continuaban viéndose ocasionalmente, incapaces de cortar el lazo que los unía.
La Sombra de la Obsesión
En esa misma época, Giovanni decidió abandonar sus estudios universitarios, que nunca le habían apasionado realmente, y optó por la carrera militar. En noviembre de 1997, partió hacia Livorno para realizar el servicio militar, convirtiéndose en paracaidista de la prestigiosa brigada Folgore. Durante sus permisos, regresaba a Gravina, donde repartía su tiempo entre su novia oficial, Costanza, y su amor irrenunciable, Maria Pia.
Sin embargo, la rígida vida militar no estaba hecha para él. Los ritmos, la disciplina y la falta de libertad empezaron a hacer mella en su espíritu. En aquella época, el servicio militar en Italia era obligatorio, y abandonarlo sin permiso acarreaba sanciones severas. Ante esta situación, muchos jóvenes recurrían a trucos para conseguir una dispensa. Giovanni eligió uno de los más comunes: fingir problemas mentales, o como él mismo lo describió en el argot militar, marcare neuro (hacerse el loco).
Se esforzó tanto en su actuación, con el fin de convencer a los psiquiatras militares, que la farsa comenzó a rozar la realidad. Según su propio testimonio, empezó a experimentar genuinos problemas psíquicos, cayendo en un estado depresivo que lo llevó a consumir una cantidad considerable de psicofármacos. Su plan funcionó. Fue licenciado antes de tiempo y regresó a Gravina.
Pero el Giovanni que volvió no era el mismo. Aunque retomó su relación con Costanza, su salud mental continuó deteriorándose. Su fijación con Maria Pia se transformó en una obsesión asfixiante. Se volvió cada vez más posesivo, celoso y controlador. Maria Pia, al percibir este cambio tóxico y peligroso, tomó la decisión de poner distancia. Tras terminar la secundaria, se matriculó en la facultad de Psicología de la Universidad de Padua, mudándose a cientos de kilómetros de distancia.
En Padua, Maria Pia comenzó una nueva vida. Compartía piso, conoció gente nueva y se sintió libre. Allí, un rostro familiar de Gravina se convirtió en su refugio: Lorenzo Tucci, conocido como Renzo. Él también estudiaba en Padua y, al encontrarse ambos lejos de casa, comenzaron a pasar mucho tiempo juntos. La amistad pronto floreció en algo más. Iniciaron una relación tranquila, sana, a años luz de la tormenta que había sido su noviazgo con Giovanni. Maria Pia era feliz con Renzo. Sin embargo, cada vez que regresaba a Gravina y se cruzaba con Giovanni, algo dentro de ella todavía se removía. Sus amigas y su hermana lo notaban en su mirada; el hechizo de Giovanni, aunque debilitado, no se había roto del todo.
La Última Noche
Llegamos a finales de febrero de 1999. Maria Pia había vuelto a Gravina para pasar las vacaciones de Carnaval. La noche del 24 de febrero, se preparaba para ir al cine con sus amigas. Justo antes de salir de casa, recibió una llamada en su teléfono móvil. Tras colgar, salió por la puerta. Sería la última vez que su familia la vería con vida.
Con el paso de las horas, la inquietud se instaló en la casa de los La Bianca. Maria Pia no regresaba. Empezaron una ronda de llamadas a todos sus conocidos. Contactaron con Maria Grazia, una de sus mejores amigas, con quien supuestamente había quedado para ir al cine. Al otro lado del teléfono, la amiga intentó tranquilizarlos. Les dijo que Maria Pia estaba con ella, que no se preocuparan, que volvería a casa en breve.
Pero el tiempo seguía pasando y no había rastro de Maria Pia. Su padre, desesperado, volvió a llamar a Maria Grazia. Presionada, la amiga confesó la verdad. Tenían una cita sobre las siete y media de la tarde, pero Maria Pia nunca apareció. Ninguna de sus amigas la había visto en toda la noche. Maria Grazia explicó que había mentido porque pensó que su amiga se había escapado con algún chico y no quería meterla en problemas. Era una mentira piadosa, un código de adolescentes, pero esa mentira costó un tiempo vital para la búsqueda.
El pánico se apoderó de la familia. Llamaron a casa de Giovanni. Respondió su madre, Ida, quien les aseguró que su hijo no sabía nada, ya que estaba en cama con fiebre. El propio Giovanni tomó el teléfono y le dijo al hermano de Maria Pia que no la había visto. El móvil de la joven sonaba y sonaba, pero nadie contestaba. Tras una noche de angustia, al amanecer, denunciaron oficialmente su desaparición.
La comunidad de Gravina se movilizó. Familiares y amigos formaron equipos de búsqueda, empapelando el pueblo con carteles con la foto de Maria Pia. Nadie sabía nada. Era como si se la hubiera tragado la tierra.
Esa misma tarde, un suceso inquietante añadió más angustia al misterio. Una de las tías de Maria Pia recibió una llamada de un número oculto. Al responder, solo escuchó silencio. Sabía que había alguien al otro lado, pero no pronunciaba palabra. La llamada duró varios minutos. La tía tuvo la abrumadora sensación de que era Maria Pia, incapaz de hablar. Le preguntó directamente: Maria Pia, ¿eres tú? La llamada se cortó. Una hora más tarde, sonó el teléfono de la casa de los La Bianca. El padre descolgó. De nuevo, el mismo silencio opresivo. Minutos después, la línea quedó muerta.
Poco después, la madre de Giovanni, Ida, se presentó en casa de los La Bianca. Iba acompañada de su hijo menor, de 13 años. Era evidente que había salido de casa a toda prisa, todavía en ropa de estar por casa. Insistió febrilmente en que su hijo pequeño contara lo que había visto. El niño relató que había visto a Maria Pia la noche de su desaparición, sobre las nueve, en un estanco.
Francesco, el hermano de Maria Pia, le hizo una pregunta clave al chico: ¿Cómo llevaba el pelo Maria Pia? ¿Suelto o recogido?
Suelto, respondió el niño sin dudar.
A Francesco, esa respuesta le pareció extraña. Conocía a su hermana a la perfección. Maria Pia adoraba su voluminosa y rizada melena, pero solo la llevaba suelta el día que se la lavaba, cuando estaba impecable. Ese día, había salido con el pelo recogido en una coleta precisamente porque lo tenía sucio. Le pareció un detalle insignificante para cualquiera, pero para él era una discordancia crucial. No sabía si creer aquel testimonio.
La familia decidió ir personalmente al estanco a preguntar. El propietario confirmó que Maria Pia había estado allí esa noche, pero no a las nueve. Eran aproximadamente las siete de la tarde, dos horas antes de lo que había dicho el hermano de Giovanni. El niño había mentido o recordaba mal.
El Hallazgo en la Casa de los Espíritus
La esperanza se desvaneció por completo en la fría mañana del 27 de febrero. A las seis y media, dos campesinos que paseaban por un sendero rural hicieron un descubrimiento macabro. Dentro del Casino Mennini, una antigua mansión nobiliaria en ruinas, encontraron el cuerpo sin vida de una joven. Era Maria Pia La Bianca.
El Casino Mennini no era un lugar cualquiera. Era una de esas casas abandonadas sobre las que se tejen leyendas locales. En Gravina, se rumoreaba que estaba encantada, que era un lugar de encuentro para satanistas que celebraban misas negras y ritos sacrílegos. Y allí, en medio de la desolación y la oscuridad de aquel lugar aterrador, yacía el cuerpo de Maria Pia.
Estaba tendida en el suelo, completamente desnuda, en posición supina. Sus tobillos estaban atados con una especie de bufanda negra y sus brazos extendidos, como simulando una crucifixión. Quienes vieron la escena relataron que parecía dormida. No había sangre visible, a excepción de una pequeña herida bajo el seno izquierdo, que parecía causada por un arma blanca.
La noticia devastó a la familia y a toda la comunidad. En el funeral, el dolor de sus padres era palpable. Giovanni también estaba allí, pálido y visiblemente afectado. Se acercó al ataúd, lo abrazó y depositó sobre él una rosa de color azul, susurrando unas palabras que helaron la sangre de los presentes: ¿Te acuerdas, Pia? El azul era tu color favorito. Esta flor es mi último regalo para ti.
La investigación se puso en marcha. El 4 de marzo, llegó el primer resultado del análisis forense. La autopsia reveló que Maria Pia había recibido una puñalada en el corazón, pero la causa de la muerte había sido el estrangulamiento. Sin embargo, la autopsia desveló algo aún más impactante: en el momento de su muerte, Maria Pia estaba embarazada de ocho semanas.
Los investigadores interrogaron a sus amigas, quienes confirmaron que ella sabía de su embarazo. También sabían quién era el padre: Renzo Tucci, su novio de Padua. Y sabían algo más: Maria Pia y Renzo no tenían intención de tener el bebé y ya habían concertado una cita en una clínica para interrumpir el embarazo.
El Círculo de Sospechosos
La atención se centró de inmediato en tres hombres de su vida.
El primero, lógicamente, fue Renzo Tucci. Como padre del niño no deseado, se convirtió en un sospechoso natural. Aunque vivía en Padua, al igual que Maria Pia, había regresado a Gravina precisamente en esos días. Sin embargo, Renzo tenía una coartada sólida. La noche del 24 de febrero, él ya estaba de vuelta en Padua. Un amigo testificó que lo había acompañado a la estación de tren de Bari para que tomara su tren. Aunque no lo vio subir físicamente, su coartada fue considerada creíble.
El segundo hombre en el punto de mira fue Sandro, un treintañero que formaba parte del grupo de amigos de Maria Pia. Era considerablemente mayor que el resto, lo que le confería una especie de estatus de referente. Sandro había participado activamente en la búsqueda de Maria Pia y era un secreto a voces que sentía algo por ella. Su amistad había traspasado los límites en varias ocasiones, manteniendo relaciones sexuales clandestinas, ya que él tenía una novia formal. Estos encuentros se habían producido hasta poco antes de la desaparición de Maria Pia. La policía descubrió que la infatuación de Sandro era profunda. Le había escrito poemas y una carta en la que dejaba entrever una fuerte gelosia. En un fragmento, escribía: Hoy, por primera vez, he probado una extraña sensación… La gente a esta patología la llama celos. Yo no la llamo de ninguna manera, me da miedo admitirlo, pero me ha pasado por ti. Sin embargo, Sandro también tenía una coartada. La noche del 24, afirmó haber ido solo al cine a ver la película Tango. El taquillero lo confirmó. Después, dijo haber ido a un pub, el Old River, lugar de reunión habitual del grupo. La dueña del local corroboró su presencia, aunque una camarera declaró no recordarlo. A pesar de la pequeña contradicción, su coartada fue aceptada y fue descartado como sospechoso.
Y entonces, todas las miradas se volvieron hacia Giovanni Pupillo. Desde el principio, fue el principal sospechoso, y las pruebas en su contra comenzaron a acumularse. Los testimonios de las personas cercanas a Maria Pia pintaban un retrato aterrador de él: un hombre morbosamente celoso, posesivo y violento. Su relación había sido tóxica y disfuncional. Los episodios de violencia no eran infrecuentes. Giovanni abofeteaba a Maria Pia si un hombre la miraba demasiado por la calle, y su agresividad se extendía a cualquiera que se le acercara.
Tres incidentes ilustraban perfectamente su carácter:
- Un compañero de clase de Maria Pia, Donato, intentó cortejarla. Ella lo rechazó amablemente y se lo contó a Giovanni. Un día, Giovanni esperó a Donato a la salida del instituto, lo agredió y le rompió un brazo.
- Otro amigo, Emiliano, cometió el error de pedirle el número de teléfono a Maria Pia. Giovanni lo atacó salvajemente con un gato de coche, provocándole heridas en la cabeza.
- Ezio, primo de dos amigas de Maria Pia, fue visto con ella mientras iban a comprar cigarrillos. Giovanni los interceptó y, ciego de rabia, intentó agredir al joven, que huyó a casa aterrorizado.
Las amigas de Maria Pia siempre se opusieron a esa relación. Ella misma sabía que era perjudicial y por eso había intentado alejarse. Pero salir de una relación tóxica es un proceso complejo. Además, había otro factor: la madre de Giovanni, Ida. Tras el regreso de su hijo del servicio militar y su evidente deterioro mental, Ida llamaba constantemente a Maria Pia, suplicándole que hablara con Giovanni, diciéndole que era la única que podía hacerlo razonar.
La obsesión de Giovanni se intensificó después de romper con Costanza. Un día, se cruzó con su exnovia por la calle y le pidió que subiera a su coche. Dentro, mientras sonaba una canción napolitana titulada Zuccherina (Azucarito), Giovanni estaba escribiendo una carta. Se la estaba escribiendo a Maria Pia y la había empezado con las palabras Hola, Zuccherina. Delante de Costanza, a la que sabía todavía enamorada de él, le pidió que le entregara la carta a Maria Pia. Ella se negó, atónita, y se bajó del coche.
Otro detalle macabro que apuntaba a su obsesión fue el obituario. Fue Giovanni quien encargó el texto que se colgó por todo el pueblo. Las palabras que eligió, extraídas de una canción del grupo Litfiba, eran profundamente perturbadoras:
Pensamientos gigantes me empujan hacia adelante. Maria Pia, rozarse como amantes es el sueño de tantos, el deseo que crece es una espina que sale. Eternamente tuyo, Giovanni.
Era un texto carnal, casi erótico, de un gusto pésimo para un obituario, pero que revelaba la naturaleza de su fijación.
La Confesión
El 5 de marzo, la investigación dio un giro decisivo. Se descubrió que la llamada que Maria Pia recibió justo antes de desaparecer fue realizada desde el teléfono fijo de la casa de Giovanni. Él fue la última persona que habló con ella.
La policía registró su casa y una casa de campo propiedad de su familia. En esta última, encontraron un objeto que los dejó helados: las llaves de la casa de Maria Pia.
El 6 de marzo, Giovanni fue conducido a la comisaría. Fue interrogado durante doce horas ininterrumpidas. Al final, se derrumbó y confesó.
Sí, es verdad, la maté yo. Maria Pia vino a mi casa el miércoles por la noche. Me dijo que nuestra hermosa historia de amor había terminado… Me dijo que todo era culpa mía, de mis problemas psíquicos, de mis cambios de humor. Intenté hacerla razonar… pero ella me dijo: Déjame, ¿qué haces? Estás loco, no lo entiendes, eres un fracasado, un loco, lo dice todo el mundo en el pueblo. Y entonces perdí el control. La arrojé sobre el sofá y le tapé la boca y la nariz con mis manos hasta que dejó de respirar. Solo entonces comprendí que todo había terminado, que era eternamente mía. Tres días después, antes de abandonar el cadáver… le clavé en el pecho un cuchillo de cocina… Quería suicidarme pero no tuve el valor. Entonces intenté hacer creer que Maria Pia había sido víctima de una secta satánica.
La confesión contenía detalles que solo el asesino podía conocer. Giovanni habló de asfixia (tapar la boca y la nariz) y no de estrangulamiento. Una segunda autopsia, mucho más minuciosa, confirmó que, efectivamente, la muerte se había producido por sofocación. También mencionó haberla apuñalado dos veces. La nueva autopsia reveló que, aunque la herida parecía una sola, en realidad eran dos puñaladas asestadas exactamente en el mismo punto. Giovanni no podía saber estos detalles, ya que la segunda autopsia aún no se había realizado en el momento de su confesión.
Esa misma tarde, mientras Giovanni confesaba, su hermano pequeño, en el pasillo de la comisaría, le hizo otra confesión a un mariscal. Le dijo que tenía un peso en el estómago. Contó que la noche del 24 de febrero, al volver a casa, encontró el cadáver de Maria Pia en el sofá, envuelto en sábanas, con su hermano Giovanni a su lado, llorando y confesando que la había matado. El niño incluso dibujó un mapa del Casino Mennini, la casa de los espíritus, admitiendo haber ayudado a su hermano a ocultar el cuerpo.
Las pruebas parecían abrumadoras. La confesión detallada. El testimonio del hermano. Las llaves. La última llamada. Restos de tierra en las ruedas del coche de Giovanni que coincidían con la del Casino Mennini. Y, finalmente, los restos quemados de la ropa y el móvil de Maria Pia, encontrados exactamente donde Giovanni dijo que los había escondido.
Giovanni fue arrestado. La reacción de su familia fue de furia y desesperación. Su padre intentó agredirlo en la comisaría, mientras su madre le gritaba: ¡Deberías darte tres puñaladas!
Desde la cárcel, Giovanni escribió varias cartas. En una, dirigida al padre de Maria Pia, pedía un imposible perdón. En otra, a su propio padre, describía su acto como plenamente lúcido y demasiado egoísta.
Un Proceso de Catorce Años
El caso parecía cerrado. Pero solo diez días después, ante el juez, Giovanni se retractó de todo. Se declaró inocente y afirmó que la confesión le había sido arrancada bajo amenazas y manipulación por parte de la policía.
Así comenzó un larguísimo y tortuoso viaje judicial. El juicio se convirtió en un espectáculo. Giovanni adoptó una actitud calmada, casi arrogante. Su lenguaje era cuidado, su compostura imperturbable. Parecía querer proyectar una imagen de superioridad intelectual, de control total. Se refería a los policías que supuestamente lo habían coaccionado con apodos cinematográficos, como Thomas Milian o Raz Degan. En un momento surrealista, llegó a pedirle al presidente del tribunal permiso para defenderse a sí mismo.
Pero su máscara de frialdad se resquebrajaba a veces. Cuando la tía de Maria Pia testificó sobre la visita de su hermano pequeño para dar la falsa pista del estanco, Giovanni golpeó la mesa con rabia, atrayendo la atención de toda la sala.
Su abogado defensor, también de maneras teatrales, argumentó que una confesión no es prueba suficiente de culpabilidad. En un discurso memorable por lo absurdo, llegó a compararse con su cliente, autoincriminándose del famoso asesinato del niño Samuele Lorenzi en Cogne, para demostrar lo fácil que es confesar un crimen no cometido. La comparación era ridícula: el abogado no tenía ninguna conexión con aquel caso, mientras que Giovanni era el exnovio violento y obsesivo de la víctima, la última persona en hablar con ella y el único que conocía detalles forenses aún no revelados.
El hermano pequeño de Giovanni también se retractó en el juicio, afirmando que los policías le habían puesto las palabras en la boca. El juicio se prolongó durante seis años, con 78 audiencias y más de 200 testigos. Se convirtió, en muchos momentos, en un juicio a la vida privada de Maria Pia, cuestionando sus relaciones y sus decisiones, como si algo pudiera justificar su brutal asesinato.
Finalmente, el 13 de julio de 2007, llegó la sentencia de primer grado. Giovanni Pupillo fue condenado a 21 años de prisión por homicidio voluntario. El tribunal desestimó los agravantes de motivos fútiles y crueldad, pero reconoció atenuantes genéricas como su juventud.
Giovanni, que había sido puesto en libertad en 2002 a la espera de la sentencia definitiva, permaneció libre. Durante ese tiempo, se graduó en la universidad y se reinsertó en la sociedad. La fiscalía apeló, pidiendo una pena de 28 años. En 2011, el tribunal de apelación confirmó la condena de 21 años.
El caso llegó al Tribunal de Casación, la última instancia judicial. Los abogados de Giovanni argumentaron vicios de forma y falta de pruebas. Pero el 12 de octubre de 2013, catorce años después del crimen, la Casación rechazó el recurso y confirmó la sentencia. La condena a 21 años era definitiva.
Tres días después, Giovanni Pupillo, ya con 37 años, se entregó voluntariamente en la cárcel de Turi para comenzar a cumplir su pena. De los 21 años, se le descontaron tres por un indulto y otros tres que ya había cumplido en prisión preventiva. Le quedaban 15 años por delante.
La historia de Maria Pia La Bianca es un eco doloroso que resuena a través del tiempo. Es el relato de una vida joven y brillante apagada por una obsesión que se disfrazó de amor. Aunque la justicia tardó una eternidad en llegar, la sombra de Giovanni no pudo ocultar la verdad para siempre. Hoy, su nombre y su historia se rescatan del olvido, no solo para recordar a la víctima, sino como un sombrío recordatorio de que los monstruos, a menudo, tienen el rostro de quienes una vez nos prometieron amor eterno.