Cuando Halloween se tiñó de sangre: El caso de Taylor Van Diest
Caso Documentado

Cuando Halloween se tiñó de sangre: El caso de Taylor Van Diest

|INVESTIGADO POR: JOKER|TRUE CRIME

Foto de RDNE Stock project en Pexels

La Sombra de Halloween: El Asesinato de Taylor Van Diest

La maldad no necesita de fechas señaladas en el calendario, no espera a que la noche sea más oscura ni a que los disfraces oculten los rostros. La maldad, la verdadera, reside en el corazón de los vivos, y es de ellos, no de los muertos, de quienes debemos temer. Esta es una verdad que a menudo olvidamos, especialmente en épocas como Halloween, una festividad que, en sus orígenes, nada tenía que ver con el terror que hoy le asociamos.

Para entender la profunda ironía de la historia que estamos a punto de desvelar, debemos viajar más de dos mil años en el tiempo, a las brumosas tierras celtas de Irlanda y Escocia. Allí, los antiguos pobladores celebraban el Samhain, una festividad sagrada que marcaba el final de la cosecha y el advenimiento del invierno, la mitad oscura del año. Los celtas creían que durante la noche del Samhain, el velo que separa el mundo de los vivos y el de los muertos se volvía extraordinariamente delgado, permitiendo que las almas de los difuntos regresaran para visitar a sus seres queridos. No era una celebración del miedo, sino del recuerdo y la conexión, un momento para honrar a quienes ya no estaban. Con el paso de los siglos y la expansión del cristianismo, la tradición fue absorbida y transformada en la Víspera de Todos los Santos, All Hallows’ Eve, de donde derivaría el nombre Halloween. Los inmigrantes irlandeses llevaron consigo estas costumbres a las costas de América, donde se fusionaron con otras tradiciones hasta convertirse en la fiesta que conocemos hoy.

Halloween, en su esencia, nació para celebrar la vida, los ciclos de la naturaleza y la memoria de nuestros ancestros. La oscuridad nunca estuvo en la fiesta, sino en las sombras de aquellos que utilizan su anonimato y su algarabía como un manto para cometer actos inenarrables. Es en esta noche, una noche de máscaras y fantasmas de ficción, donde se desarrolla nuestra historia, un recordatorio brutal de que el monstruo más aterrador es, casi siempre, un ser humano.

Un Pueblo de Postal Canadiense

Nos trasladamos a Armstrong, un pequeño y pintoresco pueblo en la Columbia Británica, Canadá. Enclavado en el valle de Okanagan, a unas cinco horas en coche de la bulliciosa Vancouver, Armstrong es el epítome de la tranquilidad rural. Con apenas cinco mil habitantes, es uno de esos lugares donde todos se conocen, donde la vida transcurre a un ritmo pausado entre calles arboladas, granjas prósperas y escuelas pequeñas.

Cada año, la comunidad se une para celebrar la Interior Provincial Exhibition, una feria agrícola que es el corazón del espíritu local, con exhibiciones de ganado, concursos y productos de la tierra. Visualmente, Armstrong parece sacado de una postal. Carreteras flanqueadas por árboles majestuosos, montañas de picos nevados que se dibujan en el horizonte y casas de madera con amplios y cuidados jardines. En otoño, el paisaje se transforma en un lienzo de ocres, dorados y naranjas, una sinfonía de colores que confiere al lugar un aire sereno y acogedor. Era, en todos los sentidos, un lugar donde nadie esperaría que la oscuridad echara raíces.

En este idílico escenario vivía el matrimonio formado por Raymond y Marie Van Diest. Se habían enamorado en la zona, se casaron y construyeron un proyecto de vida juntos. El 11 de junio de 1993, la vida les regaló una doble bendición: no esperaban una hija, sino dos. Dieron la bienvenida al mundo a sus gemelas, Taylor y Christie.

El Vínculo Inquebrantable de las Gemelas Van Diest

Se dice que el lazo que une a los gemelos trasciende la comprensión convencional. Es una conexión que la ciencia apenas puede explicar, una sintonía que va más allá de compartir una fecha de nacimiento, un rostro o gestos similares. Compartieron el vientre materno, el primer universo conocido, y desde ese momento, sus vidas estuvieron entrelazadas de una forma casi mística. Hay quienes aseguran que cuando uno sufre, el otro lo siente, sin importar la distancia.

Taylor y Christie no eran solo hermanas; eran las mejores amigas. Vibrantes y llenas de vida, compartían un profundo amor por la naturaleza que las rodeaba, una pasión por las historias de Harry Potter y un gusto compartido por la música. Aunque idénticas en apariencia, sus personalidades tenían matices que las hacían únicas.

Nos centraremos en Taylor, la protagonista involuntaria de esta tragedia. Era una joven con un espíritu aventurero. Amaba pasar tiempo en las montañas, acampar con sus amigos bajo un manto de estrellas y explorar los vastos paisajes canadienses. Su otra gran pasión era la música. Empezó tocando la flauta travesera con una destreza notable, pero más tarde encontró su verdadera voz en el saxofón. Formaba parte de la banda del instituto, el Pleasant Valley Secondary School, y su talento era tal que muchos de sus amigos y profesores estaban convencidos de que le esperaba una brillante carrera en orquestas profesionales. Era aplicada, dedicada y disciplinada tanto en sus estudios como en su afición musical.

Sin embargo, si algo definía a Taylor y la distinguía sutilmente de su hermana, era su fascinación por el cine de terror y, por extensión, por Halloween. Era, sin lugar a dudas, su festividad favorita del año. La esperaba con una ilusión infantil y se preparaba para ella con semanas de antelación. Lejos de asustarla, el terror en un entorno controlado le producía una potente descarga de adrenalina. Entendía, quizás de forma intuitiva, lo que la ciencia explica: las películas de miedo nos permiten confrontar nuestros miedos primarios desde un lugar seguro. El corazón se acelera, la respiración se entrecorta, el cuerpo se tensa como si la amenaza fuera real, pero la mente sabe que está a salvo. Es una forma de sentir intensamente, de poner a prueba los límites de la propia valentía sin correr un peligro real.

Su creatividad no se limitaba a la música. En los años previos, Taylor había demostrado un talento innato para el maquillaje de efectos especiales. Fotografías de Halloweens pasados la muestran con creaciones sorprendentemente elaboradas para una adolescente de su época, como una cremallera cosida sobre su ojo, un efecto que hoy vemos a menudo en tutoriales virales, pero que entonces era una muestra de una imaginación y habilidad excepcionales.

Su vida, como la de cualquier joven de su edad, estaba llena de momentos felices y sencillos. Adoraba a su perro, un pomerania que era el centro de muchas de sus fotos. Su perfil de Facebook, que aún permanece abierto como un monumento digital a su memoria, está repleto de imágenes de excursiones con sus dos mejores amigos, Zoe y Clay, y con su novio, Colton. Hay fotos de acampadas, paseos en ferry, visitas a museos y, por supuesto, las icónicas imágenes de su graduación. En ellas, Taylor y Christie posan con los vestidos típicos de las graduaciones norteamericanas, sonriendo a un futuro lleno de promesas. En junio de 2011, con dieciocho años recién cumplidos, Taylor se graduó de la secundaria. Aún no tenía claro qué rumbo tomaría su vida, pero sí tenía una certeza: celebraría su Halloween favorito por última vez como una adolescente. Había decidido que ese año sería su último «truco o trato». Se sentía ya una adulta y consideraba que era una costumbre de niños, así que quería despedirse de ella a lo grande, junto a sus amigos y su novio.

La Última Noche de Truco o Trato

El 31 de octubre de 2011 llegó. El aire en Armstrong estaba cargado de la energía festiva característica de Halloween. El pueblo celebraba su tradicional Fiesta de la Calabaza, un evento que congregaba a la comunidad en el centro. Habría una gran fogata, puestos de comida y fuegos artificiales. Las calles bullían de niños disfrazados yendo de puerta en puerta, con sus bolsas llenas de golosinas. Era una noche de alegría compartida en un lugar donde la seguridad se daba por sentada.

Taylor había elegido su disfraz con esmero: se vestiría de zombi. Con una camiseta rota, el rostro maquillado de un blanco cadavérico y manchas oscuras simulando la descomposición, estaba lista para su última noche de travesura infantil.

Alrededor de las 5:50 de la tarde, Taylor salió de su casa, situada cerca de la intersección de Colony Avenue y Pleasant Valley Road. Su plan era caminar un corto trecho hasta las vías del tren, una zona de paso habitual y concurrida, para encontrarse allí con sus amigos. Antes de salir, los había llamado para confirmar el plan. Sin embargo, una pequeña pero fatal falta de comunicación ensombreció el encuentro. Sus amigos, Zoe y Clay, y su novio, Colton, no tenían claro el punto exacto de la reunión. Unos pensaban que debían recogerla en su casa, otros que se verían directamente en el centro del pueblo.

El tiempo empezó a correr. La fogata comunal estaba programada para las 7 de la tarde, y el grupo quería estar allí con tiempo para conseguir un buen sitio. A las 6, los amigos de Taylor y su novio se percataron de que algo no iba bien. Habían pasado solo diez minutos desde que ella había salido de casa, pero el trayecto era muy corto. Y de Taylor, no había ni rastro.

Fue entonces cuando el teléfono de Colton vibró. Era un mensaje de texto de Taylor. Pero el contenido no era el esperado. La pantalla mostraba unas palabras que helarían la sangre de cualquiera: «Me están intimidando». El mensaje, ya de por sí alarmante, contenía un detalle aún más inquietante: estaba mal escrito, con varias faltas de ortografía. Esto era absolutamente impensable en Taylor, una chica que siempre escribía con una corrección impecable.

«Me Están Intimidando»: Un Grito Silenciado

La alarma se disparó instantáneamente. Colton y los amigos comprendieron la gravedad de la situación y la confusión sobre el punto de encuentro se tornó en un presagio terrible. Se subieron al coche de uno de ellos y comenzaron a recorrer frenéticamente la zona, gritando su nombre, pero solo el viento otoñal les devolvía el eco.

Mientras la buscaban, a las 7 de la tarde, la gran fogata se encendió en la plaza del pueblo. En medio del crepitar de las llamas y las risas de los niños, varios asistentes escucharon un grito. No fue un grito cualquiera; fue un alarido terrorífico, agudo y desesperado. Sin embargo, en el contexto de Halloween, con niños disfrazados de monstruos y demonios por todas partes, la mayoría lo interpretó como parte del espectáculo. Qué grito tan realista, pensaron algunos, sin imaginar que estaban siendo testigos audibles de un horror muy real. Nadie le dio la importancia que merecía.

La búsqueda desesperada de los amigos de Taylor atrajo la atención de otros vecinos, que se unieron a ellos. El malestar crecía por momentos. A las 7:30 de la tarde, el teléfono sonó en la casa de los Van Diest. Al otro lado de la línea, la voz de un adolescente de catorce años. Dijo que había encontrado un teléfono móvil LG tirado cerca de las vías del tren. Lo había desbloqueado y había llamado al único número guardado como «Casa». El teléfono, por supuesto, pertenecía a Taylor.

La noticia se extendió como la pólvora. La pieza del móvil encontrado se unió al mensaje críptico y a la misteriosa desaparición. En ese momento, la búsqueda dejó de ser un asunto de amigos preocupados para convertirse en una movilización de todo el pueblo. La familia, rota por la angustia, y la comunidad entera se volcaron en encontrar a la joven. La policía fue alertada y se unió a las labores de rastreo.

La noche avanzaba, fría y oscura. Un grupo de búsqueda, entre los que se encontraba Colton, decidió centrarse en la zona donde se había encontrado el teléfono, junto a las vías del tren que bordeaban una zona boscosa. Y fue allí, a las 8:45 de la noche, donde la peor de las pesadillas se hizo realidad. Colton observó un montículo de ramas y follaje apilado de una forma antinatural. No era una acumulación casual; alguien lo había puesto allí deliberadamente. Con el corazón en un puño, apartó las ramas. Debajo, yacía su novia. Taylor estaba boca arriba, con heridas espantosas visibles incluso en la penumbra. Increíblemente, aún aferraba un hilo de vida.

Los gritos de Colton rasgaron la noche, esta vez alertando a todos de la terrible verdad. Los agentes de policía acudieron al lugar y presenciaron la devastadora escena. Taylor fue trasladada de urgencia al Vernon Jubilee Hospital. Pero la brutalidad del ataque había sido extrema. Las heridas eran demasiado graves. Poco después de su llegada al hospital, Taylor Van Diest falleció. El pueblo de postal se había teñido de sangre y la festividad más alegre para una joven de dieciocho años se había convertido en su tumba.

La Brutal Verdad Detrás de las Heridas

El impacto en la familia y en la comunidad fue devastador. El dolor de su hermana gemela, Christie, era inimaginable, una parte de su propia alma había sido arrancada. Inicialmente, la policía y los medios de comunicación barajaron la hipótesis de un trágico accidente. La gravedad y la naturaleza de las lesiones de Taylor eran tales que se pensó que podría haber sido atropellada por un tren.

Sin embargo, el examen médico forense no tardó en desmentir esa teoría y revelar una verdad mucho más siniestra. Taylor no había sido víctima de un accidente. Había sido víctima de una violencia sádica y desmedida. Su cuerpo presentaba múltiples traumatismos causados por golpes con un objeto romo y pesado, especialmente en la cabeza. Tenía una marca profunda y lívida alrededor del cuello, con numerosos rasguños, indicativa de un intento de estrangulamiento con una cuerda o un lazo. La autopsia determinó que la habían asfixiado y luego la habían golpeado hasta la muerte.

Pero Taylor no se había rendido. Había luchado por su vida con la fiereza de una leona. Su cuerpo estaba cubierto de heridas defensivas y tenía varios dedos rotos, prueba inequívoca de su desesperado intento por repeler a su agresor. Y en esa lucha, había dejado una pista crucial. Debajo de sus uñas, los forenses encontraron restos de piel y sangre. Había arañado a su atacante. Era ADN, ADN perteneciente a un hombre.

La investigación policial se puso en marcha en un escenario increíblemente complejo. Prácticamente todo el pueblo estaba en la calle esa noche. Interrogaron a docenas de personas, incluidos los niños que hacían truco o trato. El niño de catorce años que encontró el teléfono y el propio Colton fueron considerados brevemente personas de interés, pero fueron descartados rápidamente. El análisis del teléfono de Taylor reveló algo más: había intentado enviar varios mensajes que se quedaron en la carpeta de borradores, probablemente interrumpidos por el inicio del ataque.

La motivación parecía clara. El agresor había intentado abusar sexualmente de ella. Taylor fue encontrada completamente vestida, lo que sugería que su feroz resistencia impidió que el atacante lograra su objetivo inicial, llevándole a una explosión de violencia que terminó con su vida.

Un Rastro de ADN y Viejas Cicatrices

La muestra de ADN recuperada de las uñas de Taylor era la pieza de evidencia más valiosa que tenían. Los investigadores la introdujeron en la base de datos nacional de ADN con la esperanza de encontrar una coincidencia. Y la encontraron.

El perfil genético no era el de un desconocido. Pertenecía a un agresor no identificado responsable de, al menos, otros dos ataques brutales en el pasado. El sistema conectó el ADN del asesino de Taylor con un caso ocurrido en abril de 2005. La víctima había sido una trabajadora sexual en un prostíbulo de Kelowna. Un hombre había entrado, la había agarrado violentamente del pelo, le había puesto un cuchillo en el cuello y la había agredido salvajemente. La mujer denunció el ataque y se recogieron muestras biológicas, pero el agresor nunca fue identificado.

La base de datos reveló una conexión aún más antigua. En octubre de 2004, otra mujer había denunciado un ataque muy similar. En esa ocasión, la víctima era una joven de diecinueve años que se encontraba en su propia casa en Cherryville, también en la Columbia Británica. En mitad de la noche, un hombre irrumpió en su hogar, la empujó contra la pared y, amenazándola con un cuchillo, la agredió. Los gritos desesperados de la joven alertaron a los vecinos, lo que provocó que el agresor huyera. Ella, al igual que la víctima de 2005, sobrevivió para contarlo, pero cargando con un trauma imborrable. Ambas mujeres proporcionaron a la policía una descripción física de su atacante. Las descripciones coincidían a la perfección.

El Rostro del Mal

Con las descripciones detalladas de las dos supervivientes, la policía pudo elaborar un retrato robot de alta precisión. Mostraba a un hombre moreno, con cejas muy pobladas, patillas prominentes y rasgos faciales muy marcados y reconocibles. El retrato se difundió a través de los medios de comunicación y en ruedas de prensa.

No tardaron en llegar las llamadas. Varias personas de la zona de Cherryville reconocieron el rostro del dibujo. Afirmaron, sin dudarlo, que se trataba de un hombre llamado Matthew Stephen Foster, quien tendría unos veinticinco años en la época de los primeros ataques.

La policía buscó fotografías de Foster y la comparación con el retrato robot fue escalofriante. Era él. La certeza era casi absoluta. Los investigadores acudieron a la dirección que figuraba en su documento de identidad, pero Matthew Foster ya no vivía allí. Hacía tiempo que se había marchado.

Lograron contactar con su padre, Stephen Foster. Cuando la policía le interrogó sobre el paradero de su hijo, el hombre construyó una coartada. Afirmó que era imposible que Matthew estuviera involucrado, ya que llevaba mucho tiempo trabajando en una plataforma petrolífera en Alberta, un tipo de empleo que implica largos periodos de aislamiento con permisos muy restringidos. Stephen Foster negó rotundamente cualquier posibilidad de que su hijo fuera el asesino de Taylor Van Diest.

Pero la policía no se basaba en sospechas, sino en una prueba irrefutable: el ADN de Matthew Foster estaba bajo las uñas de la víctima. Eso significaba que, sin ningún género de duda, él estuvo allí, en contacto físico violento con ella en el momento de su muerte.

La Caza y la Captura

Stephen Foster no cooperó. Se negó a facilitar más información, obstruyendo la investigación. Un rápido vistazo a sus antecedentes reveló que el padre no era un ciudadano ejemplar. Tenía un historial delictivo por robos, diversas infracciones y también por agresiones a mujeres, aunque ya había cumplido sus condenas. La policía sospechó que estaba encubriendo a su hijo y decidió pinchar sus teléfonos.

La vigilancia telefónica confirmó sus sospechas. Descubrieron que Stephen mantenía comunicación directa con Matthew. No solo eso, le enviaba dinero regularmente y, lo que era más grave, le estaba proporcionando documentos de identidad falsos para ayudarle a permanecer oculto. El padre era cómplice activo en la fuga del asesino de su hijo.

Mientras tanto, en Armstrong, la comunidad se sentía abandonada. La aparente inacción de la policía generaba frustración y miedo. Se organizaron vigilias y manifestaciones pidiendo justicia para Taylor. Lo que no sabían era que los investigadores estaban tejiendo una red silenciosa alrededor de su objetivo.

El cerco se cerró el 4 de abril de 2012. Una llamada llegó desde una fábrica de vidrio en Ontario, a miles de kilómetros de la Columbia Británica. Los responsables de la empresa alertaron a las autoridades sobre un empleado que tenía problemas con su documentación de identidad. Cuando la policía local lo detuvo para interrogarlo y verificó su nombre real, todas las alarmas saltaron en el sistema. Era Matthew Foster, el hombre más buscado de Canadá en ese momento.

Foster había estado escondido en un motel de Collingwood, Ontario, desde poco después del asesinato. Durante su detención, se descubrió que, incluso en ese breve periodo como fugitivo, había atacado a más mujeres, ampliando su aterrador historial. El análisis de su teléfono móvil confirmó lo que el ADN ya había probado: la noche del 31 de octubre de 2011, su dispositivo se posicionó exactamente en las vías del tren de Armstrong, en el lugar y a la hora en que Taylor Van Diest fue asesinada.

Acorralado por las pruebas, Matthew Foster confesó. Relató que la noche de Halloween había estado bebiendo y fumando marihuana. Condujo hasta Armstrong con el único propósito de encontrar a una mujer. Vio a Taylor caminando sola, vestida de zombi. Afirmó que su intención era tener un encuentro consentido, una afirmación absurda a la luz de su violento historial. Según su versión, cuando ella lo rechazó, la golpeó brutalmente con una linterna metálica y un tubo de acero, y luego la estranguló con el cordón de uno de sus zapatos. Se deshizo de las armas homicidas durante su huida. Dentro de su camioneta, la policía encontró más ADN de Taylor.

Justicia Interrumpida: El Laberinto Legal

El juicio contra Matthew Foster comenzó en abril de 2014. Se declaró culpable de asesinato en primer grado. En Canadá, este cargo conlleva una sentencia automática de cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional durante al menos veinticinco años. La familia y la comunidad sintieron que, por fin, se hacía justicia.

Pero la historia dio un giro inesperado y descorazonador. En 2017, la Corte de Apelaciones de la Columbia Británica anuló la condena y ordenó un nuevo juicio. La razón: errores técnicos en las instrucciones que el juez había dado al jurado. El tribunal de apelaciones consideró que el jurado podría haber sido influenciado indebidamente para valorar ciertas pruebas. Por ejemplo, el juez había permitido que el jurado interpretara el hecho de que Foster se deshiciera de las armas como una prueba de que había planeado el asesinato. Sin embargo, según la ley canadiense, deshacerse de pruebas solo demuestra el deseo de ocultar un crimen, no necesariamente la intención premeditada de cometerlo.

Este tecnicismo legal reabrió la herida de la familia Van Diest. En 2018, para evitar el trauma de otro largo y mediático juicio, la fiscalía llegó a un nuevo acuerdo con la defensa. Foster se declaró culpable de nuevo, pero esta vez de un cargo menor. En junio de 2018, un juez fijó su periodo de inelegibilidad para la libertad condicional en diecisiete años. Esto significa que Matthew Foster, el brutal asesino de Taylor Van Diest, podrá solicitar su salida de prisión en abril de 2029.

Durante el juicio, en un acto de crueldad suprema, Foster describió el encuentro con Taylor como una situación sexual malentendida. Dijo que ella empezó a pegarle y que él no tuvo más remedio que matarla para defenderse. Una declaración que culpabilizaba a la víctima y que ignoraba su largo historial como depredador sexual violento.

Y su padre, Stephen Foster, el hombre que le ayudó a evadir la justicia, también fue declarado culpable de complicidad. Su condena fue una burla: tres años de prisión y una multa simbólica de cien dólares canadienses.

Esta historia, que comenzó en una noche de fiesta y disfraces, termina con una verdad escalofriante. La oscuridad no se esconde en los mitos de Halloween ni en las tumbas de los cementerios. La oscuridad más profunda camina entre nosotros, a menudo con un rostro humano. El verdadero monstruo de esta historia no llevaba máscara. Y lo más aterrador de todo es que, en pocos años, podría volver a caminar libre por las calles, esperando a que la noche le ofrezca otra oportunidad. La memoria de Taylor Van Diest es un recordatorio perpetuo de que la maldad no necesita de ocasiones especiales para manifestarse, y que la justicia, a veces, no es más que una sombra de lo que debería ser.

Casos Relacionados

Ver todos en
Cuando Halloween se tiñó de sangre: El caso de Taylor Van Diest

Cuando Halloween se tiñó de sangre: El caso de Taylor Van Diest

La Sombra de Halloween: El Asesinato de Taylor Van Diest La maldad no necesita de fechas señaladas en el calendario, no espera a que la noche sea más oscura ni a que los disfraces oculten los rostros. La maldad, la verdadera, reside en el corazón de los vivos, y es de ellos, no de los […]

joker

Foto de RDNE Stock project en Pexels

Desvelando cómo los comandos de élite israelíes ejecutaron a un architerrorista

Desvelando cómo los comandos de élite israelíes ejecutaron a un architerrorista

Operación Espectáculo de Fuerza: La Caza y Asesinato del Terrorista Más Buscado de Israel En el sombrío y laberíntico mundo del espionaje y las operaciones encubiertas, existen misiones que trascienden la leyenda para convertirse en mitos. Son historias susurradas en los pasillos del poder, relatos de audacia, precisión y una violencia tan calculada que roza […]

joker

Foto de RDNE Stock project en Pexels

El Hombre en la Habitación 348

El Hombre en la Habitación 348

El Hombre en la Habitación 348: El Desconcertante Asesinato de Greg Fleniken Hay historias que parecen arrancadas de las páginas de una novela de Agatha Christie, misterios de habitación cerrada donde la lógica se retuerce y la verdad se esconde a plena vista. La historia de Gregory Fleniken es una de ellas. Un hombre común, […]

joker

Foto de RDNE Stock project en Pexels