
El Hombre en la Habitación 348
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El Hombre en la Habitación 348: El Desconcertante Asesinato de Greg Fleniken
Hay historias que parecen arrancadas de las páginas de una novela de Agatha Christie, misterios de habitación cerrada donde la lógica se retuerce y la verdad se esconde a plena vista. La historia de Gregory Fleniken es una de ellas. Un hombre común, una muerte aparentemente natural y un secreto letal oculto tras una delgada pared de hotel. Este es el relato de un crimen que desafió a los investigadores y que solo pudo ser resuelto por una mente tan brillante como poco convencional.
Un Hombre de Rutinas
Gregory Joseph Fleniken, nacido el 26 de diciembre de 1954 en Lafayette, Luisiana, era la personificación de la amabilidad y la constancia. Descrito por todos los que lo conocieron como un hombre extremadamente gentil, paciente y generoso, Greg llevaba una vida tranquila y predecible. Su historia de amor con Susan «Susy» Ecock fue tan singular como él. Se conocieron en la juventud; ella, una cantante de rock de 20 años, anticonformista y de espíritu libre, quedó cautivada por su dulzura. Se enamoraron, se casaron jóvenes y, como a veces sucede, se divorciaron.
La vida los llevó por caminos separados durante quince largos años. Hasta que un día, Susy descolgó el teléfono y llamó a Greg. Su respuesta, al reconocer su voz, fue la de un hombre que nunca había perdido la esperanza: Estaba esperando tu llamada. Se reencontraron, se enamoraron de nuevo y se casaron por segunda vez, esta vez para siempre.
Se establecieron en una pequeña casa rodeada de vegetación en Lafayette, que convirtieron en un acogedor bed and breakfast. En la mediana edad, Greg decidió reinventarse profesionalmente. Se convirtió en un landman, una figura crucial en la industria del petróleo y el gas del sur de Texas. Su trabajo consistía en negociar con los propietarios de terrenos los derechos de subsuelo para la perforación. Junto a su hermano Michael, fundó la OGM Land Company, una empresa próspera con sede en Beaumont, Texas.
Este trabajo, sin embargo, imponía una rutina estricta y solitaria. Greg vivía en Luisiana, pero su empresa estaba en Texas. Cada lunes por la mañana, se despedía de Susy, subía a su camioneta y conducía durante dos horas hasta Beaumont. Allí se quedaba toda la semana, trabajando, antes de emprender el viaje de vuelta a casa el viernes por la tarde.
Greg era una criatura de hábitos. Durante sus estancias en Beaumont, no solo se alojaba siempre en el mismo hotel, el MCM Elegante Hotel, sino que se aseguraba de ocupar siempre la misma habitación: la 348. Para él, ese cuarto se había convertido en un segundo hogar temporal. A pesar de haber trabajado como ingeniero jefe en barcos oceánicos, pasando meses en alta mar, la distancia no le pesaba tanto como la ausencia de las pequeñas cosas. Extrañaba la sencillez de su hogar, la compañía de Susy y la presencia de sus animales. Pero el trabajo era el trabajo, y Greg era un hombre que cumplía con sus responsabilidades.
La Última Noche
La tarde del miércoles 15 de septiembre de 2010 transcurría como cualquier otra. Greg terminó su jornada laboral y regresó a su santuario particular, la habitación 348. Al entrar, siguió su ritual nocturno al pie de la letra. Abrió una cerveza, encendió un cigarrillo y se recostó en la cama para ver la televisión. Antes, como siempre, puso el aire acondicionado a la máxima potencia. Septiembre en Texas es sinónimo de un calor sofocante, y Greg lo detestaba.
La película de esa noche era Iron Man 2. Alrededor de las 7 de la tarde, recibió un correo electrónico de Susy. Le contaba que estaba organizando los documentos para la declaración de impuestos, una tarea que no le resultaba nada fácil. Greg, queriendo animarla, le respondió con un mensaje corto y cariñoso: You’re doing good, babe (Lo estás haciendo bien, cariño).
Susy no podía imaginar que esas serían las últimas palabras que leería de su marido.
A la mañana siguiente, el teléfono de Susy no sonó con el habitual mensaje de buenos días de Greg. Lo llamó, pero no hubo respuesta. Aunque era extraño, dada la naturaleza metódica de su esposo, inicialmente no se alarmó en exceso. Quizás se había quedado dormido.
La preocupación real comenzó cuando Greg tampoco se presentó en el trabajo. Eso era algo que simplemente no sucedía. Sus colegas, sabiendo que Greg nunca faltaba sin avisar, se inquietaron de inmediato. Tras hablar con Susy, dos de ellos decidieron ir al hotel para comprobar que todo estuviera en orden.
Llegaron al MCM Elegante y subieron al tercer piso. Llamaron a la puerta de la 348. Silencio. Volvieron a llamar, más fuerte. Nada. El pánico comenzó a aflorar. Llamaron a una ambulancia y a la policía y, mientras esperaban, pidieron al gerente del hotel que les abriera la puerta.
Una Escena Inexplicable
Lo que encontraron al otro lado de la puerta era una escena silenciosa y trágica. Greg Fleniken yacía sin vida en el suelo alfombrado, boca abajo, en una posición encogida. Un cigarrillo apagado aún estaba sujeto entre los dedos rígidos de su mano izquierda. El resto de su cuerpo mostraba la misma rigidez post-mortem.
Dentro de la habitación, el aire era casi irrespirable. El calor era opresivo, denso. El aire acondicionado estaba apagado. La piel de Greg había adquirido una tonalidad pálida, casi gris azulada. La escena sugería una muerte súbita, un colapso inesperado.
Poco después, llegó el detective Scott Apple, un veterano de la unidad SWAT del departamento, un hombre curtido que parecía salido de una película policíaca. Inspeccionó la habitación con ojo experto, pero lo que vio, o más bien lo que no vio, fue lo que le llamó la atención. No había señales de entrada forzada. Ni rastro de lucha o forcejeo. Nada estaba roto o desordenado. No había una sola gota de sangre ni heridas visibles en el cuerpo.
En el bolsillo trasero de los vaqueros de Greg, que estaban en el suelo junto a su maleta, se encontraba su cartera. Dentro, intactos, varios billetes de 100 dólares. El robo quedaba descartado como móvil. Los huéspedes de las habitaciones contiguas fueron interrogados, pero nadie había oído nada fuera de lo común.
Para el detective Apple, la conclusión parecía obvia: una muerte por causas naturales. Un infarto, un aneurisma, un evento médico catastrófico. Una tragedia, sin duda, pero no un crimen. Buscó en el equipaje de Greg algún medicamento que pudiera dar una pista sobre una condición médica preexistente, pero no encontró nada.
Susy y Michael, el hermano de Greg, llegaron al hotel, devastados. Explicaron a la policía que Greg era un hombre testarudo, reacio a visitar a los médicos y desconfiado de las imposiciones, incluidas las modas de salud y fitness. No iba al gimnasio, fumaba mucho y bebía con frecuencia. Para una Susy desconsolada, la idea de un colapso repentino, aunque dolorosa, no era del todo sorprendente.
Intentó consolarse con un pensamiento agridulce. Greg a menudo decía, al enterarse de la muerte súbita de alguien, que esa era la forma en que él querría irse: rápido, sin sufrimiento, sin ser una carga. En su dolor, Susy se aferró a la idea de que su marido se había ido tal y como deseaba. La policía cerró el caso preliminarmente como una muerte ordinaria, una estadística más.
El Veredicto de la Autopsia
El cuerpo de Greg Fleniken fue trasladado a la oficina del médico forense del condado de Jefferson, el Dr. Tommy Brown. Brown era una autoridad en su campo, un profesional respetado cuyo juicio era prácticamente ley en el sistema judicial de Texas. La autopsia, que duró unos 45 minutos, comenzó como un procedimiento de rutina.
Externamente, el cuerpo de Greg no presentaba nada extraordinario, salvo una pequeña abrasión en la mejilla izquierda, consistente con el impacto de la caída contra la alfombra. Sin embargo, al continuar con el examen, el Dr. Brown notó algo anómalo. Una diminuta laceración, de apenas un centímetro, en el escroto. Era una herida minúscula, pero estaba rodeada por un hematoma considerable que se extendía hasta la ingle y la cadera derecha. Aquello era un indicio claro de que Greg había recibido un golpe de tremenda fuerza en esa zona.
Pero fue al examinar el interior del cuerpo cuando el Dr. Brown se enfrentó a un escenario de devastación total. Los órganos internos de Greg estaban, en sus propias palabras, «hechos papilla». El estómago y el hígado estaban lacerados, varias costillas estaban rotas, y el corazón… el corazón había, literalmente, explotado.
Las lesiones eran tan graves que solo había dos explicaciones posibles: o Greg había sido golpeado hasta la muerte con una violencia extrema, o había sido aplastado por algo increíblemente pesado. El golpe en los genitales, probablemente propinado con una bota de punta de acero, se sumaba a un impacto en el pecho tan brutal que había causado la hemorragia interna masiva que acabó con su vida en menos de treinta segundos.
Lo que parecía una muerte natural se transformó, bajo el bisturí del forense, en algo mucho más siniestro. En el informe oficial de la autopsia, bajo el epígrafe «Causa de la muerte», el Dr. Brown escribió una sola palabra: Homicidio.
Un Callejón Sin Salida
El detective Apple recibió el informe con incredulidad. Llamó inmediatamente al Dr. Brown, quien le explicó que las lesiones internas de Greg eran comparables a las de las víctimas de accidentes de tráfico a alta velocidad o a las de alguien atropellado por un vehículo pesado. No había ninguna enfermedad conocida que pudiera hacer que los órganos de una persona explotaran de esa manera.
De repente, Apple se enfrentaba a un misterio desconcertante. Beaumont no era una ciudad con un alto índice de homicidios, y los pocos que ocurrían solían ser casos claros relacionados con drogas o violencia doméstica. Este, en cambio, era un rompecabezas. ¿Cómo era posible que alguien sufriera una paliza tan salvaje sin presentar ni un solo rasguño o hematoma externo en el torso? ¿Sin que hubiera una sola gota de sangre en la escena? ¿Cómo se podía perpetrar un ataque tan brutal en una pequeña habitación de hotel sin dejar rastro de lucha, sin que nadie en las habitaciones contiguas oyera absolutamente nada?
Y, sobre todo, ¿cuál era el motivo? Greg no tenía enemigos. Llevaba una vida tranquila y discreta. No frecuentaba el bar del hotel, no se metía en líos. Su rutina era invariable: del trabajo a la habitación, y de la habitación al trabajo.
La investigación se prolongó durante semanas y meses sin ningún avance. Apple y su equipo se encontraban en un punto muerto. La única anomalía en la noche de la muerte de Greg fue un apagón. Según los registros de mantenimiento del hotel, Greg había provocado un cortocircuito al usar el microondas para hacer palomitas, lo que dejó sin luz su habitación, la contigua (la 349) y algunas de las inferiores. Greg mismo llamó a recepción para informar del problema.
Este incidente generó dos teorías para Apple. La primera, de naturaleza sexual, se centraba en el empleado de mantenimiento que acudió a arreglar el problema. El hombre tenía antecedentes por un delito sexual. Apple especuló si la extraña herida en el escroto podría haber sido causada por un objeto largo, como un destornillador, en el contexto de una agresión sexual.
La segunda teoría apuntaba a un grupo de electricistas que se alojaban en el hotel por un trabajo a largo plazo en una compañía petrolera. Varios de ellos, conocidos por sus fiestas ruidosas y regadas de alcohol, ocupaban la habitación 349, justo al lado de la de Greg. ¿Podrían haberse enfadado por el apagón y haber atacado a Greg en el pasillo? Pero incluso si hubiera sido así, ¿cómo habría logrado Greg, mortalmente herido, volver a su habitación, cerrar la puerta y encenderse un cigarrillo?
Los electricistas de la habitación 349, Lance Mueller y Timothy Steinmetz, ya habían sido interrogados y afirmaron no haber oído nada más que un «golpe de tos» proveniente de la habitación de Greg. La investigación estaba completamente estancada.
La familia Fleniken, desesperada, ofreció una recompensa de 50.000 dólares y contrató a un investigador privado, un ex agente del FBI, que se reunió con Apple, revisó las pruebas y luego, misteriosamente, desapareció sin dar más señales de vida. El caso de Greg Fleniken se estaba convirtiendo en un archivo frío.
Entra en Escena Ken Brennan
Fue entonces cuando Susy decidió hacer una última apuesta. Contactó a Ken Brennan, un investigador privado que no era un detective cualquiera. Brennan era una leyenda. Ex policía de Long Island y agente especial de la DEA, se había retirado a Florida y, entre partidos de golf, se dedicaba a resolver los casos que nadie más podía.
Su fama se cimentó con el caso conocido como «The Vanishing Blond», en el que encontró al agresor de una joven empleada de cruceros que había sido dada por muerta cerca de Miami, un caso que la policía había archivado. Brennan era conocido por su intuición formidable, su estilo irreverente y su tenacidad para encontrar grietas en casos aparentemente sellados.
Brennan era selectivo. Solo aceptaba casos en los que creía que podía marcar la diferencia. Cuando Susy le contó la historia de Greg, algo en el misterio de la habitación 348 captó su atención. Vio ángulos que no se habían explorado, preguntas que no se habían formulado.
Nuevos Ojos, Viejas Pistas
En abril, Brennan viajó a Lafayette para reunirse con Susy. La interrogó sobre cada aspecto de su vida con Greg, buscando cualquier posible móvil: celos, problemas financieros, pólizas de seguro. No encontró nada. Entonces, le hizo una pregunta crucial: ¿Había notado algo extraño, por insignificante que pareciera, el día que encontraron a Greg?
Susy lo pensó. Sí, había algo. La habitación estaba insoportablemente caliente. Y eso era extraño, porque Greg odiaba el calor. Siempre tenía el aire acondicionado al máximo.
Pocos días después, Brennan estaba en Beaumont, almorzando con el detective Apple. A pesar de sus personalidades diferentes, los dos hombres conectaron al instante. Apple, frustrado por el caso, le abrió el expediente completo: el informe de la autopsia, las fotos de la escena, las transcripciones de los interrogatorios.
Brennan estudió todo el material en silencio. Luego, tras un momento de reflexión, miró a Apple y pronunció una frase que parecía sacada de un guion de cine: Creo que sé cómo murió este hombre. Creo que sé cuándo murió, quién lo mató y cómo vamos a atraparlo.
Llamó a Susy y le hizo dos preguntas sencillas: ¿Era Greg diestro o zurdo? ¿Y con qué mano fumaba? Susy confirmó que era diestro y siempre fumaba con la mano derecha. Sin embargo, cuando lo encontraron, el cigarrillo estaba en su mano izquierda.
Brennan le expuso su razonamiento a Apple. El técnico de mantenimiento se fue alrededor de las 8:30 p.m., dejando a Greg vivo. Después de eso, Greg volvió a ver su película, pero olvidó volver a encender el aire acondicionado. La habitación comenzó a calentarse, pero Greg murió antes de que el calor le molestara, lo que significaba que su muerte ocurrió poco después de que el técnico se fuera. Alguien llamó a su puerta. Greg, que ya estaba fumando, se levantó de la cama, pasó el cigarrillo de su mano derecha a la izquierda para poder abrir la puerta con la diestra, y fue entonces cuando fue atacado. El ataque tuvo que ocurrir justo en el umbral o dentro de la habitación, no en el pasillo. Pero, ¿por qué nadie oyó nada? La única explicación era que los vecinos estaban mintiendo.
El Secreto Tras la Pared
Los sospechosos volvían a ser los electricistas de la habitación 349. Siete meses después de la muerte de Greg, Brennan y Apple decidieron volver a hablar con ellos y con sus compañeros de trabajo. Estaban convencidos de que si había habido un crimen, los rumores debían de haber circulado.
Y así fue. La mayoría de los colegas habían oído hablar del hombre muerto en el hotel, pero un jefe de equipo mencionó algo que, al principio, pareció no tener relación: había oído un rumor vago sobre un «disparo en una pensión».
Para Apple, era una pista sin valor. Para Brennan, fue la pieza que faltaba. Se obsesionó con la palabra «disparo». Arrastró a Apple de vuelta a la habitación 348 y comenzaron a inspeccionarla de nuevo, centímetro a centímetro, buscando un agujero de bala.
No encontraron nada. Cuando ya estaban a punto de darse por vencidos, al salir de la habitación, Brennan se fijó en la puerta que conectaba la 348 con la 349. En la pared, junto a esa puerta, había una pequeña abolladura, como la que haría el pomo de la puerta al golpearla. Pero cuando Brennan abrió la puerta para comprobarlo, el pomo no coincidía con la marca.
Pidió que le abrieran la habitación 349. En el otro lado de la pared, exactamente a la misma altura de la abolladura, encontraron un pequeño agujero. Estaba toscamente remendado con una mezcla de papel higiénico y pasta de dientes.
Los dos agujeros se alineaban perfectamente. No había duda: una bala había atravesado la pared desde la habitación de los electricistas hasta la de Greg. Llamaron al equipo forense. Un láser trazó la trayectoria del proyectil. La línea recta apuntaba, con una precisión escalofriante, al lugar exacto de la cama donde Greg solía sentarse a fumar y ver la televisión.
La Verdad Oculta en el Cuerpo
Solo había un problema: el Dr. Brown, el prestigioso médico forense, insistía en que no había encontrado ninguna herida de bala en el cuerpo. Brennan fue a su oficina para enfrentarse a él. Al principio, Brown se mostró escéptico e incluso irritado. Nadie había puesto nunca en duda sus conclusiones. Además, el cuerpo de Greg había sido incinerado, por lo que una segunda autopsia era imposible.
Brennan, sin embargo, insistió en revisar juntos las fotografías de la autopsia. Le expuso su teoría: la bala había entrado por el escroto. La piel de esa zona, flexible y elástica, podría haberse cerrado sobre la herida, haciéndola casi invisible. El proyectil habría viajado entonces hacia arriba, destrozando el hígado, los intestinos y, finalmente, el corazón, causando la devastación interna que nadie había podido explicar.
Brown seguía mostrándose escéptico, convencido de su diagnóstico inicial de una paliza. Pero entonces, al examinar una foto ampliada del corazón de Greg, tuvo que rendirse a la evidencia. En la aurícula derecha, había un claro orificio de entrada. Un agujero que había visto durante la autopsia, pero que, en ausencia de otras pruebas, no había atribuido a un arma de fuego. Ahora, todo encajaba. El Dr. Tommy Brown, con humildad profesional, admitió su error.
La Confesión
Con la teoría del disparo confirmada, los detectives viajaron a Wisconsin para interrogar de nuevo a los electricistas. Se centraron en Timothy «Tim» Steinmetz. Durante horas, lo interrogaron con calma, dejando que contara su historia. Tim parecía colaborador, pero insistía en que no sabía nada.
Cuando el interrogatorio parecía haber terminado, mientras Tim firmaba su declaración, Brennan cambió de táctica. Con un tono gélido, le dijo que podía haberse ido, hasta el momento en que firmó ese papel. Ahora, al haber firmado una declaración falsa a la policía, tanto él como su colega Lance se enfrentaban a la cárcel. Le exigió la verdad, inmediatamente.
Tim se derrumbó. Contó la historia completa, que fue corroborada por otro electricista presente esa noche, Trent Pasano. Los tres estaban en la habitación 349, bebiendo. Lance Mueller le pidió a Trent que fuera a su coche a buscar una botella de whisky y, de paso, su pistola. Con el alcohol y el arma en la habitación, Lance, completamente ebrio, empezó a hacer el idiota. Apuntó el arma en broma a sus amigos, fingiendo que iba a disparar.
De repente, el arma se disparó de verdad. El proyectil pasó rozando a Trent y se incrustó en la pared. Presos del pánico, pero sin considerar ni por un segundo que pudieran haber herido a alguien al otro lado, guardaron la pistola en el coche. Esperaron unos instantes. Creyeron oír una tos en la habitación de al lado —la de Greg— y asumieron que todo estaba bien. Con una indiferencia escalofriante, bajaron al bar del hotel y siguieron bebiendo como si nada hubiera pasado.
Esa tos fue, probablemente, el último sonido que Greg Fleniken emitió mientras agonizaba en el suelo de su habitación, herido de muerte. Una simple llamada de auxilio podría haberle salvado la vida.
Justicia para Greg
Los detectives hicieron que Tim llamara a Lance Mueller mientras grababan la conversación. En la llamada, Lance reveló que su abogado tenía el informe de la autopsia y, como no mencionaba heridas de bala, estaba convencido de que se saldrían con la suya.
Aun con la confesión, el camino hacia la justicia no fue fácil. La fiscalía del distrito se mostró reacia a presentar cargos graves, considerando el suceso un trágico accidente. En Texas, donde las armas son comunes, los disparos accidentales no son raros, y los jurados tienden a ser comprensivos.
Brennan estalló en cólera. Para él, esto no era un accidente. Un accidente es cuando un arma se dispara por desgracia. Esto era una cadena de decisiones imprudentes y delictivas: llevar un arma a otro estado, emborracharse, jugar con ella de forma temeraria, dispararla, no prestar auxilio, ocultar las pruebas y mentir a la policía.
En septiembre de 2012, Lance Mueller finalmente se declaró no contest (equivalente a una declaración de culpabilidad) por homicidio involuntario. El 29 de octubre de 2012, fue condenado a 10 años de prisión, la mitad de la pena máxima. Timothy Steinmetz y Trent Pasano no enfrentaron cargos penales.
En la sala del tribunal, Susy Fleniken se enfrentó por fin al hombre que mató a su marido. Sus palabras, directas y llenas de un dolor contenido, resonaron en el silencio:
He esperado más de dos años para mirarte a la cara, a los ojos, y tener finalmente la oportunidad de hablarte directamente. Nunca habrías dicho la verdad. ¿Tú lo mataste? No, no lo buscaste con la intención de matarlo, pero lo mataste con cada mentira que dijiste, con cada engaño egoísta y deliberado, con cada encubrimiento, una y otra vez. Viste su cuerpo siendo sacado de la habitación en una bolsa para cadáveres al día siguiente. Sabías que lo habías matado y no significó nada para ti. Pero encontraste la horma de tu zapato. Habría pasado el resto de mi vida buscándote, y te encontré, el asesino de Greg. Te he llevado ante la justicia.
La historia de Greg Fleniken es un recordatorio sombrío de cómo una vida puede ser truncada por la imprudencia y la cobardía de otros. Un hombre de rutinas, asesinado en su santuario por una bala perdida que viajó a través de la pared, un fantasma metálico que solo la perseverancia de una esposa y la genialidad de un detective pudieron finalmente sacar a la luz.

