
Michelle Von Emster: ¿Ataque de tiburón o conspiración?
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El Enigma de Sunset Cliffs: ¿Tiburón, Asesino o un Secreto Aterrador? El Caso de Michelle von Emster
La costa de San Diego, California, es un lienzo de postales idílicas: playas doradas, olas perfectas acariciadas por surfistas y atardeceres que tiñen el Pacífico de tonos anaranjados y violetas. Sin embargo, en la mañana del 15 de abril de 1994, este paraíso costero se convirtió en el escenario de un descubrimiento macabro que, décadas después, sigue generando más preguntas que respuestas. El cuerpo de una joven fue encontrado en las rocas de Sunset Cliffs, mutilado de una forma tan brutal que la primera y más obvia conclusión pareció ser el ataque de un gran tiburón blanco. Pero a medida que los detalles del caso salieron a la luz, esta explicación, que parecía tan sólida como las rocas donde fue hallada, comenzó a desmoronarse, revelando un misterio mucho más profundo y oscuro. La historia de Michelle von Emster no es solo la crónica de una muerte trágica, sino un laberinto de teorías que abarcan desde depredadores marinos insospechados hasta secretos enterrados en lo más profundo de su pasado.
Un Alma Renacida Frente al Mar
Para comprender la complejidad de este enigma, primero debemos conocer a la mujer en su centro: Michelle Christine von Emster. Nacida el 2 de agosto de 1968 en San Francisco, California, Michelle creció en la tranquila localidad de San Carlos, en el seno de una familia católica muy unida. Quienes la conocieron en su juventud la describen como una joven soñadora, profundamente conectada con la naturaleza y poseedora de un rico mundo interior. Era introspectiva, pero a la vez, una persona cálida y agradable que se esforzaba por hacer sentir bien a sus seres queridos.
Su trayectoria académica fue ejemplar. Cursó sus estudios en el Notre Dame High School de Belmont, un prestigioso colegio católico femenino conocido por su excelencia académica. Michelle no solo destacó por sus altas calificaciones, sino también por su espíritu colaborativo. Era la típica estudiante que se quedaba después de clase para ayudar con las decoraciones festivas o para ofrecer su apoyo a profesores y compañeros que lo necesitaran. Su creatividad no se limitaba al ámbito académico; participaba activamente en el grupo de teatro, en clases de dibujo y en diversas actividades artísticas dentro de la institución.
Tras graduarse en 1989, decidió continuar su formación en el Saint Mary’s College de Moraga, una pequeña universidad privada en el área de la bahía de San Francisco. Su sueño era claro: quería estudiar letras y convertirse en escritora. Era consciente de las dificultades de la profesión, pero estaba decidida a intentarlo, compaginando su pasión con un trabajo más convencional.
Sin embargo, cuando su vida parecía estar perfectamente encaminada hacia la realización de sus sueños, el destino le asestó un golpe brutal. A los 21 años, comenzó a sentirse terriblemente mal. Tras varias visitas al médico, llegó el diagnóstico devastador: leucemia. Esta enfermedad, que ataca la sangre y la médula ósea, la obligó a poner en pausa todos sus planes y a someterse a un tratamiento largo y agotador de quimioterapia y radioterapia. Para una joven llena de vida y aspiraciones, esta noticia fue un cataclismo que lo cambió todo.
Milagrosamente, y contra muchos pronósticos, Michelle superó la enfermedad. Esta experiencia cercana a la muerte la transformó profundamente. Si antes ya era una persona introspectiva y espiritual, su victoria sobre la leucemia intensificó estas cualidades. Abrazó una filosofía de vida centrada en el mindfulness, la meditación y una conexión aún más profunda con la naturaleza. Su espiritualidad se alejó de las rígidas doctrinas católicas de su infancia y se acercó más a una visión panteísta, una especie de comunión con la tierra y el universo.
Una vez que entró en remisión, tomó una decisión radical. Dejó la universidad y se mudó a San Diego. Quería vivir junto al mar, el lugar que le proporcionaba paz y serenidad. Se convirtió en una figura familiar en las playas de la zona, una presencia constante que encontraba consuelo en el sonido de las olas y la inmensidad del océano. Para ella, después de haber rozado la muerte, cada día era una oportunidad para hacer lo que realmente amaba, y lo que amaba era estar frente al mar. Como símbolo de su renacimiento, se tatuó una mariposa en el hombro derecho, una metáfora de su transformación y de la segunda oportunidad que la vida le había concedido.
Se instaló en una casa en las colinas de Loma Portal, desde donde tenía una vista espectacular de la bahía de San Diego. Compartía la vivienda, ubicada en el 4999 de Mure Avenue, con quien se convertiría en una de sus mejores amigas, Coco Campbell. Aunque la zona era pintoresca, los lugareños la conocían como la war zone (zona de guerra) debido a su alto índice de criminalidad, relacionado principalmente con el tráfico de drogas y las peleas callejeras. A pesar de este entorno, Michelle era feliz. Había encontrado su lugar en el mundo, un lugar donde podía sanar y vivir en sus propios términos.
La Última Noche: Un Concierto Frustrado
La noche del 14 de abril de 1994, Michelle y su amiga Coco Campbell tenían planes emocionantes. Iban a asistir a un concierto de la legendaria banda Pink Floyd en el Jack Murphy Stadium de San Diego, como parte de su gira Division Bell Tour. Habían comprado las entradas con antelación y la expectación era máxima.
Sin embargo, al llegar al estadio, sus planes se truncaron. Por un error inexplicable con las entradas, no les permitieron el acceso. La razón exacta de la equivocación nunca ha sido aclarada, pero el resultado fue una profunda decepción. Michelle, en particular, quedó visiblemente afectada. Estaba enfadada, triste y frustrada por el inesperado contratiempo.
De regreso a casa, con Coco al volante, la tensión en el coche era palpable. Michelle, todavía molesta, le pidió a su amiga que la dejara en el muelle de Ocean Beach. Le explicó que necesitaba pasar un rato junto al mar para calmarse. Para Coco, esta petición no fue extraña en absoluto. Conocía bien la profunda conexión de Michelle con el océano y entendía su necesidad de buscar consuelo en las olas. El muelle, además, no estaba demasiado lejos de su casa.
Coco accedió sin dudarlo. Dejó a Michelle en el muelle sobre las 8 de la noche y regresó sola a la casa que compartían, asumiendo que su amiga volvería caminando más tarde. Aunque la zona tenía cierta reputación, Coco no sintió que estuviera dejando a Michelle en un peligro inminente. Probablemente, no era la primera vez que Michelle buscaba la soledad de la playa por la noche para meditar o simplemente para estar en paz. Mientras tanto, Michelle, que trabajaba a tiempo parcial en una papelería para compaginarlo con su recuperación, se quedó sola frente a la oscuridad del Pacífico. Esa fue la última vez que alguien conocido la vio con vida.
Un Hallazgo Dantesco al Amanecer
La mañana siguiente, viernes 15 de abril, el sol apenas comenzaba a despuntar sobre la costa de San Diego. Las condiciones para el surf en Sunset Cliffs eran perfectas, con olas grandes y poderosas que atraían a los más madrugadores. Dos de ellos eran los amigos David Coria y William Dostal. Mientras se preparaban para entrar al agua con sus tablas, algo llamó su atención: un enjambre de gaviotas se arremolinaba frenéticamente sobre un punto concreto de la orilla rocosa.
Inicialmente, pensaron que se trataba de un montón de algas o algún desecho arrastrado por la marea fuerte de la noche. Al acercarse, distinguieron una forma blanquecina entre las rocas. Su primer pensamiento fue que se trataba de un maniquí. Pero a medida que se aproximaban, la horrible verdad se hizo evidente. No era un maniquí. Era el cuerpo de una mujer, y se encontraba en un estado deplorable, casi irreconocible.
La escena era dantesca. Inmediatamente, los dos surfistas alertaron a la policía de San Diego. La noticia corrió como la pólvora, ocupando titulares en la prensa local, la radio y la televisión. El cuerpo fue catalogado inicialmente como Jane Doe, ya que no portaba ninguna identificación. Lo único que los investigadores pudieron determinar en un primer momento era que se trataba de una mujer y que tenía un tatuaje distintivo: una mariposa en el hombro derecho.
Fue este detalle el que resolvió el misterio de su identidad. Denise Nox, la jefa de Michelle en la papelería donde trabajaba, vio la noticia. Cuando Michelle no se presentó a su turno ese día, Denise ató cabos. La descripción de la mujer no identificada y el tatuaje de la mariposa coincidían con su empleada de 25 años. Fue ella quien, con el corazón encogido, se puso en contacto con la policía y tuvo que pasar por la traumática experiencia de identificar formalmente el cuerpo de Michelle von Emster.
La Autopsia y la Primera Hipótesis: El Ataque del Gran Blanco
El cuerpo de Michelle fue trasladado a la oficina del médico forense para realizarle la autopsia. El encargado del examen fue el Dr. Brian Blackbourne, jefe del departamento forense del condado de San Diego en 1994. Sus hallazgos pintaron un cuadro de violencia extrema.
El informe describía que el cuerpo de Michelle se encontró desnudo, a excepción de algunas joyas, como anillos. Las heridas eran graves y múltiples. La más impactante era la ausencia de su pierna derecha, que había sido arrancada por encima de la rodilla. El fémur expuesto sobresalía de la herida, astillado y con un borde afilado, casi como una púa. Esta descripción, la de un hueso roto en forma de pico, sería crucial más adelante.
Además, presentaba heridas profundas y desgarros por todo el cuerpo, incluyendo una lesión terrorífica en la zona de la pelvis que parecía haber sido causada por una fuerza bruta descomunal. Sufría también múltiples fracturas en el cuello y las costillas, así como contusiones en los pulmones, la garganta y el estómago.
Lo más escalofriante de la autopsia fue la conclusión de que la mayoría de estas heridas se produjeron mientras Michelle todavía estaba viva. El análisis de sus pulmones reveló que contenía muy poca agua, lo que indicaba que no murió ahogada. La hipótesis era que entró viva en el agua (o fue arrastrada a ella) y, debido a la gravedad extrema de sus lesiones, se desangró rápidamente.
A pesar de la brutalidad de las heridas, el Dr. Blackbourne no pudo determinar con certeza absoluta la causa oficial de la muerte. Sin embargo, basándose en la naturaleza de las lesiones y el entorno donde fue encontrada, propuso la teoría que se convertiría en la versión oficial: Michelle von Emster había sido víctima del ataque de un gran tiburón blanco.
La narrativa parecía encajar. Una joven con una conexión especial con el mar decide darse un baño nocturno para calmar su frustración. Se quita la ropa, se adentra en las aguas oscuras y es sorprendida por uno de los mayores depredadores del océano. Era una explicación trágica, pero plausible. La policía de San Diego y la oficina del forense aceptaron esta hipótesis, y el caso pareció quedar resuelto.
Grietas en la Versión Oficial: La Voz del Experto
La teoría del tiburón, aunque conveniente, no tardó en presentar fisuras. Varios detalles no encajaban, el más desconcertante de ellos fue el hallazgo de su abrigo verde y otras pertenencias a casi dos millas de distancia del lugar donde se encontró su cuerpo. Si la corriente marina había arrastrado su cuerpo, ¿por qué sus pertenencias acabaron tan lejos y en una trayectoria aparentemente distinta? No se realizaron estudios exhaustivos sobre las corrientes de esa noche para determinar si tal dispersión era posible, una omisión que dejó una gran pregunta en el aire.
Fue entonces cuando entró en escena una figura que cambiaría por completo la percepción del caso: Ralph S. Collier, un reputado biólogo marino, presidente del Shark Research Committee. Esta organización, fundada en 1963, se dedica al estudio de los ataques de tiburones en la costa del Pacífico y trabaja para desmitificar la imagen de estos animales como asesinos indiscriminados. Collier, con décadas de experiencia analizando ataques de tiburones, solicitó acceso a los informes de la autopsia y las fotografías del cuerpo de Michelle. Su conclusión fue rotunda e inequívoca: las heridas de Michelle no eran consistentes, en absoluto, con el ataque de un tiburón.
Collier desglosó su argumento punto por punto, confrontando la versión oficial con la fría ciencia forense de los ataques de escualos.
Primero, la pierna. La herida más devastadora que sufrió Michelle, la amputación de su pierna derecha, era la prueba más clara para Collier de que un tiburón no era el culpable. Los dientes de un gran tiburón blanco son como cuchillas de bisturí, dispuestos en varias hileras. Cuando muerden, cortan la carne y el hueso con una precisión quirúrgica, dejando bordes limpios y, a menudo, una característica marca semicircular. La amputación que causan es limpia, como si se hubiera usado una sierra. El fémur de Michelle, en cambio, estaba astillado y puntiagudo, lo que sugería una fuerza de torsión, como si la pierna hubiera sido retorcida con una violencia extrema hasta desprenderse. Collier lo comparó con torcer un trozo de plastilina hasta que se rompe, dejando extremos puntiagudos.
Segundo, la ausencia de marcas de mordida características. Los ataques de tiburones blancos dejan un patrón muy reconocible: heridas semicirculares con cortes paralelos y limpios, correspondientes a la doble hilera de dientes. El cuerpo de Michelle presentaba desgarros irregulares y caóticos, pero carecía de este patrón distintivo.
Tercero, la falta de evidencia física. En muchos ataques de tiburones, los depredadores pierden dientes que quedan incrustados en las heridas de la víctima o en los huesos. En el cuerpo de Michelle no se encontró ni un solo fragmento de diente de tiburón, una pieza clave que habría confirmado la teoría oficial.
Collier argumentó que, si bien era posible que algunos animales marinos, incluidos tiburones, hubieran mordido el cuerpo de Michelle después de su muerte (lo que se conoce como depredación post-mortem), las heridas principales, las que le causaron la muerte, no fueron infligidas por un tiburón.
Para reforzar su punto, el biólogo comparó el caso de Michelle con ataques de tiburón blanco documentados y fatales. Casos como el de David Martin en 2008, un triatleta cuyas piernas presentaban mordidas limpias que le causaron una hemorragia masiva en minutos. O el de Lucas Ransom en 2010, a quien un tiburón de casi cinco metros le arrancó la pierna con una amputación nítida. En todos estos casos, el patrón era el mismo: cortes precisos, formas de media luna y una pérdida de sangre fulminante. El cuerpo de Michelle contaba una historia completamente diferente, una de fuerza bruta, torsión y desgarro, no de corte.
La contundente evaluación de Collier dejó el caso en un limbo. Si no fue un tiburón, ¿qué o quién le causó esas heridas tan terribles a Michelle von Emster?
Sombras en la Noche: Un Poeta Inquietante
Con la teoría del tiburón seriamente cuestionada, los investigadores y la opinión pública comenzaron a buscar otras explicaciones, y una figura pronto emergió de las sombras, convirtiéndose en una persona de interés: Edwin Decker.
Decker era un barman y aspirante a poeta y escritor que trabajaba en el barrio de Ocean Beach. Era una figura conocida en la escena alternativa local. Resulta que Decker fue una de las últimas personas que interactuó con Michelle. Unos días antes de su muerte, se conocieron en el bar donde él trabajaba. Hubo una conexión instantánea y él le pidió salir.
Su cita tuvo lugar el miércoles 13 de abril, la noche antes de la desaparición de Michelle. Según el propio Decker, la cita fue cordial. Conversaron, se llevaron bien e incluso compartieron un momento de intimidad. Sin embargo, en algún punto de la noche, un compañero de trabajo de Decker se unió a ellos, rompiendo el ambiente. Michelle, sintiéndose incómoda, decidió marcharse. A la noche siguiente, ocurrió la tragedia.
Aunque no fue la última persona en verla con vida (ese lugar lo ocupaba Coco Campbell), su proximidad a los hechos lo colocó bajo el escrutinio público. Pero lo que realmente desató las sospechas y la indignación fue lo que hizo semanas después de la muerte de Michelle. Decker escribió y publicó un poema en varios periódicos locales de pequeña circulación. El poema era profundamente perturbador.
El texto incluía versos que hacían una alusión escalofriantemente directa a la muerte de Michelle. Hablaba de una mujer con un tatuaje en el hombro, describiendo una escena que mezclaba sensualidad y una muerte violenta bajo el agua. Uno de los versos más inquietantes decía algo como: como si el tiburón le mordiera los labios y le quitara la camiseta.
Publicar algo tan morbosamente gráfico y específico sobre una tragedia tan reciente y brutal fue, como mínimo, insensible. Para muchos, fue una confesión velada o, al menos, la prueba de una obsesión enfermiza. ¿Por qué un hombre que apenas la conocía escribiría algo tan explícito sobre su muerte? El poema provocó una ola de indignación. Medios como el San Diego Reader recogieron la historia, señalando que Edwin Decker había sido interrogado por la policía como sospechoso y que su poema había levantado una enorme controversia.
Decker se defendió públicamente, afirmando que escribir el poema fue su manera de procesar el shock y el trauma de lo sucedido, y que nunca tuvo la intención de herir a nadie. Sin embargo, algunas fuentes afirmaban que Decker había estado rondando a Michelle y que había sido más insistente de la cuenta. En entrevistas posteriores, mantuvo que lo poco que supo de Michelle era que le encantaba el mar y que solía darse baños nocturnos, una afirmación que la familia de Michelle negó rotundamente, añadiendo más leña al fuego de la sospecha.
Años después, el periodista Neil Matthew localizó a Decker y le preguntó si seguía creyendo en la teoría del tiburón. Él respondió afirmativamente. Sin embargo, el mismo periodista contactó con otro forense, Glenn Wagner, quien admitió que el caso de Michelle presentaba detalles inexplicables y que ni siquiera los archivos internacionales de ataques de tiburón arrojaban luz sobre lo que le había ocurrido. La sombra de Edwin Decker y su inquietante poema nunca se disipó del todo, permaneciendo como una de las piezas más extrañas y sospechosas del rompecabezas.
Teorías Inquietantes: Más Allá del Tiburón
Con la hipótesis del tiburón desacreditada por expertos y la sospecha sobre un individuo sin pruebas concluyentes, el caso de Michelle von Emster se abrió a un abanico de teorías, algunas más plausibles que otras, pero todas intentando dar sentido a lo inexplicable.
Se barajó la posibilidad de un atropello y fuga. Quizás Michelle fue atropellada por un vehículo cerca de la costa, lo que podría explicar las fracturas y la pierna rota. El culpable, en un intento de ocultar el crimen, habría arrojado su cuerpo al mar, donde posteriormente fue mordido por carroñeros marinos. Sin embargo, esta teoría no explicaba satisfactoriamente la naturaleza de la amputación por torsión ni la herida en la pelvis.
Otra idea era que Michelle podría haberse caído desde los escarpados acantilados de Sunset Cliffs. Una caída desde esa altura ciertamente podría causar fracturas graves. No obstante, los forenses determinaron que las lesiones no eran consistentes con un impacto de esa naturaleza. Las heridas eran más complejas que las que se producirían por una simple caída.
La posibilidad del suicidio también se contempló, pero fue rápidamente descartada. Michelle acababa de superar una enfermedad mortal y, según todos los testimonios, estaba llena de ganas de vivir su segunda oportunidad. Estaba feliz en San Diego y no había mostrado signos de depresión o tendencias suicidas.
¿Un Depredador Inesperado? El Cocodrilo Marino
En los foros de internet y las comunidades de misterios, surgió una teoría que, aunque a primera vista parece sacada de una película de serie B, encaja de forma sorprendentemente precisa con las evidencias físicas: el ataque de un cocodrilo de agua salada (Crocodylus porosus).
La idea parece descabellada. Estos gigantescos reptiles son nativos del sudeste asiático y el norte de Australia, a miles de kilómetros de las costas de California. Sin embargo, son conocidos por ser nadadores de increíble resistencia, capaces de recorrer enormes distancias en mar abierto. Aunque altamente improbable, no es biológicamente imposible que un ejemplar desorientado o liberado de cautiverio llegara a la zona.
Lo que hace tan atractiva esta teoría es cómo el método de caza de este animal se alinea con las heridas de Michelle. El cocodrilo de agua salada posee una de las mordidas más potentes del reino animal, pero su técnica más letal es el llamado giro de la muerte o death roll. Una vez que atrapan a su presa, giran su cuerpo violentamente sobre su eje longitudinal. Esta acción de torsión masiva está diseñada para desmembrar a la presa y romperle los huesos.
Este giro de la muerte explicaría a la perfección por qué el fémur de Michelle estaba astillado y puntiagudo, producto de una fuerza de torsión extrema, y no cortado limpiamente. También podría explicar los desgarros irregulares y la devastadora herida en la pelvis.
Además, esta teoría podría dar sentido a otro detalle macabro del hallazgo: el cuerpo de Michelle fue encontrado con los ojos abiertos y la boca llena de arena. Esto podría sugerir que el ataque ocurrió en la orilla o en aguas muy poco profundas, y que fue arrastrada al mar. El ataque habría sido en seco, lo que explicaría la poca cantidad de agua en sus pulmones. Los pocos segundos o minutos que pudo haber permanecido con vida en el agua serían suficientes para que algo de líquido entrara en su sistema respiratorio.
Aunque sigue siendo una teoría no oficial y sin pruebas directas, la hipótesis del cocodrilo ofrece una explicación mecánica para las lesiones que ni la teoría del tiburón ni las de intervención humana han logrado proporcionar de manera satisfactoria.
El Secreto Más Oscuro: La Revelación Final
Durante años, el misterio de Michelle von Emster permaneció estancado entre estas teorías. Sin embargo, mucho tiempo después, surgió una revelación que no resolvía el enigma de su muerte, pero arrojaba una luz trágica y devastadora sobre su vida, ofreciendo un nuevo y doloroso contexto para su final.
La revelación vino de su propia hermana, Teresa Colon. En la plataforma online Medium, Teresa comenzó a escribir sobre su hermana, sobre el caso y sobre las extrañas circunstancias que rodearon su muerte. Pero fue en un texto más privado donde compartió un secreto familiar que lo cambiaba todo. Según Teresa, la verdadera razón del tormento de Michelle no era la leucemia ni la decepción de un concierto. Era un trauma mucho más profundo y antiguo.
Teresa reveló que, durante su infancia en San Carlos, Michelle había sido víctima de abusos sexuales continuados por parte de un sacerdote de su parroquia local, Saint Charles. El hombre era el padre Gregory G. Ingels, un párroco muy querido y respetado en la comunidad, miembro de la Arquidiócesis de San Francisco. Según su hermana, los abusos se prolongaron durante años, y Michelle actuó como una especie de escudo, soportando el horror para proteger a sus hermanos menores.
Estas acusaciones no eran meras palabras. Se confirmó que el padre Ingels había sido investigado por múltiples acusaciones de abuso a menores. En 2003, la Fiscalía del Condado de Marin presentó cargos formales contra él por el abuso de un menor en los años 70. Sin embargo, el caso nunca llegó a juicio. Una decisión del Tribunal Supremo anuló una ley de California que permitía reabrir casos antiguos ya prescritos, por lo que los cargos contra Ingels fueron retirados por un tecnicismo legal, no porque se demostrara su inocencia.
Para Teresa Colon, este trauma infantil era la clave para entender la fragilidad emocional de su hermana. Ella propuso una nueva y desgarradora teoría: el suicidio. En su visión, la frustración por no poder entrar al concierto de Pink Floyd no fue la causa, sino el detonante. Fue la gota que colmó el vaso, un pequeño revés que hizo añicos una psique ya fracturada por años de dolor silencioso y el trauma de la enfermedad.
En esta interpretación, Michelle no fue atacada por sorpresa. Aquella noche, rota y abrumada por el peso de su pasado, se habría quitado la ropa, caminado hacia el océano y simplemente se habría dejado ir. Se entregó al mar, buscando la paz que la vida le había negado. Lo que ocurrió después, ya fuera el ataque de un tiburón, un cocodrilo u otros animales marinos, habría sido secundario. Su muerte no habría sido un accidente o un asesinato, sino el acto final de una persona que ya no podía soportar su sufrimiento.
Esta teoría, aunque no puede probarse, cierra un círculo emocional devastador. Explica por qué una mujer que había luchado tanto por vivir podría, en un momento de desesperación, decidir abandonarlo todo.
Un Océano de Dudas
El caso de Michelle von Emster sigue oficialmente catalogado como un ataque de tiburón, pero esta etiqueta parece más una forma de cerrar un expediente incómodo que una representación de la verdad. La evidencia física contradice la versión oficial. Las heridas apuntan a una violencia de torsión que un tiburón no inflige. El sospechoso poeta y su macabra obra literaria añaden una capa de intriga humana que nunca fue resuelta. La exótica pero plausible teoría del cocodrilo ofrece una explicación mecánica casi perfecta. Y finalmente, la revelación de un pasado de abusos proporciona un motivo desgarrador para un final autoimpuesto.
¿Qué le ocurrió realmente a Michelle von Emster en las oscuras aguas de la costa de San Diego aquella noche de abril? ¿Fue víctima de un depredador marino, ya fuera el esperado o uno imposible? ¿Se cruzó en su camino un depredador humano cuya crueldad se ocultó tras un poema? ¿O fue el peso insoportable de sus propios demonios lo que la empujó hacia las olas?
La verdad, como el cuerpo de Michelle, parece haber sido desgarrada por fuerzas violentas y contradictorias. Quizás la respuesta final y definitiva se perdió para siempre en la inmensidad del Océano Pacífico, dejando tras de sí solo un eco de preguntas y el triste recuerdo de una mariposa que, tras un breve y luminoso vuelo, fue engullida por la noche.
